Capítulo VII, parte IV

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Rose suspiró de felicidad en cuanto notó la puerta cerrarse.

El flujo de pensamientos que inundaba su cabeza se hizo más amplio y la desbordó por completo, pero no hubo momento en el que la molestara. Ahora no solo había preocupación y miedo en su mente, sino que también vislumbraba entre las sombras algo parecido al entusiasmo. Incluso creía haber hallado entre los resquicios sus pensamientos algo similar a la ilusión que creía haber perdido la noche anterior, durante la acometida de las pesadillas.

Y después, entre toda la vorágine que la embargaba, estaba Marcus. Ignoraba por qué su presencia parecía afectar tanto a su ánimo pero no le molestaba en absoluto. De hecho, pensó, mientras se peinaba en el tocador, parecía ser la única persona que parecía aceptarla tal y como era. Ni siquiera Dotty, o su padre, parecían tan predispuestos a dejar que su talento natural para ser inquieta aflorara tanto como él lo estaba permitiendo.

¡Y en solo dos días!

Sonrió, inevitablemente, al sentir que su corazón reaccionaba ante esa realidad con un latido más fuerte y vigoroso. Ni siquiera la parte más racional de su mente, esa que trataba por todos los medios de dominarla, se opuso a un poco de emoción sincera y dulce.

Le bastó una rápida mirada al armario para encontrar un vestido para la ocasión. Éste era de color verde pálido y se ajustaba como un guante a su esbelto cuerpo. No era un vestido nuevo, lamentablemente, pero cumplía a la perfección su función de ser bonito y cómodo... y lo suficientemente formal como para no escandalizar a Dorothy.

La anciana apareció en cuanto Marcus se hubo marchado, con el gesto contrito y triste. A pesar de ser quien era y de no creer en las disculpas, no dudó en ponerle voz a todos los miedos que albergaba en su corazón. Le habló de su padre, de lo orgulloso que estaría al verla bien casada. También mencionó la crueldad de la ciudad, los rumores que, efectivamente, podían correr sobre ellos si las cosas se torcían. Incluso llegó a mencionar momentos de su juventud en los que la locura y la necedad habían guiado sus pasos. Por último, aconsejó prudencia y recelo, porque, aunque no era su madre, se sentía como tal.

¿Y qué otra cosa podía hacer una madre más que rezar para que su hija fuera cautelosa?

Rose, a cambio, escuchó y digirió sus palabras, hasta que estas ahondaron lo suficiente en ella como para encender una pequeña llama de dudas y malestar. Aun así, aún con ellas resonando en su cabeza, no pudo dejar de pensar en la cita, en la compañía, en la comodidad que Marcus la proporcionaba. Pero aceptó que tenía que tener cuidado... y que debía guardar sus impulsos en un rincón del alma.

Un rato después de su conversación, cuando su espíritu estaba más calmado y vivaz, la joven se encontró frente a la puerta del estudio. Ésta estaba cerrada a cal y canto pero dentro se oían los apagados pasos de alguien paseando.

Sonrió con nerviosismo, alisó las arrugas del vestido y se acomodó el pelo en la medida de lo posible. Tenía que estar presentable, pensó, mientras chocaba los nudillos contra la madera. Después abrió la puerta directamente, sin esperar una invitación. Se encontró a Marcus paseando, de un lado a otro de la habitación, con los brazos llenos de libros. En su lomo, grueso y verde, se podían apreciar las letras doradas y brillantes que formaban la palabra <<protocolo>>. Sobre el escritorio, además, se acumulaban diversos ejemplares de otros libros, todos de aspecto regio e imponente. A su lado, casi abandonados, había varios papeles que necesitaban ser firmados por Marcus.

—Buenos días de nuevo —saludó él y, tras hacer una educada inclinación de cabeza, guardó un libro en su correspondiente estantería—. ¿No te han dicho nunca que hay que llamar a la puerta antes de entrar?

Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora