Capítulo XIV, parte II

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—Eres maravillosa —susurró, mientras perdía su mirada en la de ella.

Encontrarla tan limpia y llena de deseo, hizo que sonriera con lentitud, mientras permitía a sus manos acariciar y tantear, desnudar y descubrir. Un momento después la tela del vestido cayó y dejó al descubierto la satinada piel de la joven.

Marcus se estremeció al verla y apoyó los labios en su hombro desnudo, mientras luchaba consigo mismo para no abandonarse tan pronto a la lujuria.

—No te haces una idea de cómo deseaba hacer esto —susurró con la voz ronca y temblorosa.

Después deslizó su lengua hacia abajo, hacia el valle de los senos desnudos de Rose.

Una ardiente oleada de excitación se centró en su entrepierna en cuanto acarició uno de sus pezones con los labios. Gruñó con fiereza y cerró los puños con fuerza para evitar ceder a la tentación de tomarla en ese mismo momento.

Mía, pensó y metió una de sus manos bajo la suave seda de la falda.

Rose sonrió al notar su impaciencia y ella, que se sentía igual de desatada que él, separó más las piernas en una invitación nada sutil, fruto del deseo y la esperanza.

—Por favor... —suplicó con un hilo de voz y atrapó su mirada con la suya propia.

El fuego que se reflejaba en ellos era tan hermoso y vivo que Rose sintió como se le secaba la garganta. Después solo fue capaz de dejarse llevar, incluso cuando él la tumbó sobre la dura superficie del piano.

En ese momento, en ese preciso y bello instante, Rose dejó de ver, dejó de imaginar y se dedicó en cuerpo y alma a sentir, a amar y a disfrutar de sus caricias. Percibió sus cálidas manos acercándose a su bajo vientre con una deliciosa y torturante lentitud, con una parsimonia extraña y confusa que solo provocaba en su cuerpo placer, delirante placer.

Quería gritar, suplicar. Quería que él la tomara.

Quería tomarle a él.

Una intensa oleada de placer la hizo gemir, especialmente cuando Marcus rozó su intimidad con los nudillos. La humedad que sintió en esos momentos hizo que se ruborizara y separara más las piernas. Sin embargo, él no se movió de donde estaba y Rose se arriesgó a echar una rápida mirada: le encontró concentrado en acariciar aquel punto secreto e íntimo, con sus ojos azules entrecerrados y el pelo tapándole la cara.

—Rose...—susurró y levantó un poco más el vestido, dejando sus piernas bajo la caricia del frío aire—. Necesito probarte, necesito tenerte —musitó, más para sí mismo que para ella.

Después bajo la cabeza hasta apoyar los labios en el centro de su sexo, con suavidad. Con dulzura.

Sin embargo, alejado de la ternura del momento, la lujuria que sintió él fue tan brutal y arrolladora que tuvo que contenerse para no derramarse en ese mismo instante. Rose sabía tan dulce, tan condenadamente dulce que pensó que iba a volverse loco... si no lo había hecho ya.

Jadeó contra ella cuando escuchó su ahogado gemido de placer e, impulsado por ese breve e intenso sonido, se inclinó un poco más para acariciar sus húmedos pliegues con la lengua. Lo hizo despacio, pero sin detenerse. Quería que ella estallara de esa manera pues necesitaba saborear su placer. Una y mil veces, las que hicieran falta hasta saciarse de ella.

Y eso no iba a ser fácil.

Poco a poco, lametón a lametón, sintió que la joven se tensaba, que jadeaba y que su cuerpo se arqueaba buscando una desesperada liberación. Sus acometidas se volvieron más rápidas y bruscas y en apenas unos segundos sintió como ella se estremecía con la más dulce de las violencias.

Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora