Capítulo XII, parte III

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 Algo en aquella situación le dijo que Adam se reiría mucho de lo que estaba viviendo y eso hizo que sacudiera la cabeza, apesadumbrada. Cuando escuchó a Rose murmurar, levantó la mirada, gélida y furiosa y la clavó en ella.

—Es... vaya, muy bonita. Muchas gracias, Sounya. —Rose cogió ambas prendas y sonrió con amplitud, feliz y, sorprendentemente, más cómoda de lo que había estado durante toda la mañana.

Muy posiblemente, si las cosas hubieran sido diferentes y hubieran tenido otro cariz, se habría mostrado contrita y cohibida. Pero dadas las circunstancias, de nada servía mentir. Además, pensó, estaba cansada de ser otra persona y ahora quería regresar a sus antiguos hábitos.

Aunque solo fuera ese día.

Aunque luego le trajera problemas con los que tendría que lidiar.

Finalmente, tomada la decisión, cogió aire y subió al carromato, junto a la gitana.

—No hay de qué, muñequita. —Sounya se sentó en un rincón y esperó a que ella terminara de vestirse—. Menuda gente son ésos ¿eh? Parecen... ricachones.

—Lo son, Sounya. Son los duques de Berg y el barón de Colchester.

La gitana pareció sorprendida y corrió a entreabrir la cortina para espiarles: les vio hablar entre sí, en voz muy baja, mientras miraban recelosos a los lados.

—¿Y qué cuernos hacen aquí? Este no es lugar para bastardos adinerados.

Rose dejó escapar una carcajada y terminó de abrocharse la blusa.

— Es una historia muy larga, que no tengo tiempo de contar —contestó ella y, tras un momento de silencio, decidió arriesgarse a una pregunta inconclusa—. Oye, Sounya... ¿Qué sabes de esa mujer de antes? La de... la vida ligera —preguntó, sin poder contener más la curiosidad.

—¿Marquise?

—La del vestido rojo.

—Marquise, te digo. —La gitana sonrió y sacó un largo cigarrillo que encendió con el fuego de una lámpara de aceite— Pues es... eso, una puta de pura cepa. Guapa, sin escrúpulos y con mucho don de gentes. Vive en una posada del puerto.

Durante un momento, Rose pareció reflexionar sobre lo que estaba haciendo y sobre las ideas, completamente inadmisibles, que llenaban su cabeza. Sabía que estaba mal hostigar su insana curiosidad, sobre todo teniendo en cuenta la idea que se había formado en su mente pero, aún así, continuó con sus pesquisas. Si en alguien podía confiar era en ella, precisamente, porque no perdía nada con todo aquello.

—¿En qué posada?

—En La sirena y el borracho —contestó Sounya rápidamente y esbozó una amplia sonrisa—. ¿Vas a ir a verla? ¿Tan necesitada estás? Yo tengo muchos buenos mozos dispuestos a montarte, cariño. ¿Quieres que los llame?

—No, por Dios. No. —Rose se ruborizó tan intensamente que todo en ella parecía echar humo—. Era pura curiosidad, nada más. No tienes que sacar conclusiones precipitadas de algo tan inocente.

Sounya rio a carcajadas e hizo un gesto obsceno con los dedos.

—Ay, princesita, a mí no me la das. Pero cuídate de que los ricachones no te pillen por esos lares o no querrán juntarse más contigo. Y ahora, largo, tengo muchas cosas que hacer antes de lavar tu vestido.

—¿Vas a lavarlo? Vaya, yo... Gracias —terminó por contestar, con sencillez.

Después se inclinó sobre ella, besó su mejilla y salió del carromato tras prometerle que regresaría pronto.

Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora