Capítulo XI, parte II

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—Ha estado cerca... ¿verdad? Un momento más y Marcus habría averiguado a qué hemos venido en realidad. Bendito cochero —musitó, divertido.

—Muy cerca, Geoff. Por poco no lo conseguimos —Rose rió de puro nerviosismo y buscó a Marcus con una rápida mirada. Lo encontró un poco más allá, junto al carruaje, hablando con Amanda— ¿Estás seguro de que es buena idea?

—Sí, por supuesto. ¿No te has fijado en él?—La interrumpió y continuó caminando junto a ella, cada vez más deprisa. El vestido acariciaba sus muslos, exactamente igual que cuando paseaba con Judith. Otra oleada de dolor le golpeó y suspiró angustiado, aunque no tardó en volver a sonreír—. Está tenso, furioso y de mal humor. Poco le falta para emprenderla a golpes con lo que sea... o conmigo. Más posiblemente conmigo.

—Eso creía yo pero... —Rose le guiñó un ojo y sonrió, con amabilidad— Pensé que era su comportamiento habitual. Hace días que no le veo sonreír.

Geoffrey escuchó atentamente sus palabras y sin más, se echó a reír. Sus carcajadas eran limpias, exóticas y excitantes. Muchas mujeres de su alrededor se giraron y le sonrieron, como si vieran en él un buen bocado que catar. Y realmente lo era... si no se tenían en cuenta ciertas cosas.

Cuando terminó de reír condujo a la joven al camino que llevaba a los primeros puestos, llenos de gente y abarrotados de tenues y variopintos sonidos.

—No lo estamos haciendo nada mal. Estoy seguro de que Marcus terminará por estallar en algún momento. Solo espero que estés preparada para ello, porque yo no podré ayudarte. Ese instante será solo entre ambos.

—¿Y que estalle no es algo...malo?—preguntó ella, sorprendida. Una cosa era ponerle celoso un rato y otro llegar a un límite peligroso en el que se pusiera en juego todo lo que habían conseguido.

—He visto cómo te mira y cómo actúa cuando estás cerca. —Geoffrey pareció reflexionar y echó una lánguida mirada hacia la pareja que se acercaba a ellos—Créeme, hay algo más de lo que vemos, pero aún no sé... no estoy seguro de si es solo deseo.

—¿Insinúas que puede haber algo más? —musitó, con la voz repentinamente débil.

Su corazón había dado un vuelco al escuchar su declaración y ahora latía con más fuerza. Casi podía notar como su pecho se estremecía con cada palabra.

Geoffrey asintió distraídamente, aunque su mirada escudriñaba ahora, su alrededor en busca de oídos indiscretos.

—Si tuviera aún algo de valor lo apostaría pero, como no lo tengo... tendrás que fiarte de mí —continuó—. Es cuestión de paciencia, ya lo verás. Tarde o temprano estas cosas salen a la luz.

Rose no contestó.

En su cabeza aún resonaban esas palabras de aliento que habían hecho que su determinación de no rendirse ardiera de nuevo. Un cosquilleo, mezcla de placer y nerviosismo, recorrió su vientre y su pecho hasta que toda ella se estremeció.

Junto a ella, Geoffrey continuó andando, pero Rose se detuvo al ver a un grupo de niños que jugaban a unos metros de donde estaba. Un fugaz movimiento a su derecha captó de inmediato su atención y contempló, impotente, como una de las niñas más pequeñas caía cuan larga era un charco de barro. Antes de darse cuenta de lo que hacía, se separó de Geoffrey y se acercó a la pequeña, que trataba de levantarse con esfuerzo.

—Una damita como tú no tendría que estar en un charco como éste. —La regañó con dulzura y la ayudó a levantarse. Un par de ojos muy abiertos y verdes la contemplaron con seriedad—. Aileen, ¿estás bien? ¿Te has hecho daño?

Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora