Capítulo XVII, parte IV

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La tensión que le corroía era tal, que le hacía parecer mucho más alto de lo que era, mucho más peligroso de lo que aparentaba.

Rose, sin embargo, no se dejó amilanar por su cruel mirada. Levantó la cabeza orgullosamente y se enfrentó a su iracunda que parecía taladrarla a medida que se acercaba a él.

—Lo que oye, milord —contestó y avanzó un paso más, sin pensar en lo que hacía. El miedo que la estremecía le daba alas, y el amor, que guardaba con tanto recelo, también—. He robado el corazón de su hijo. Y no pienso devolvéselo.

—¡¿Cómo te atreves a decir eso, insensata?! —Gritó y avanzó hacia ella como un toro a punto de embestir—. ¡¿Sabes lo que acabas de hacer, estúpida?! Dime, ¿lo sabes? ¡Acabas de condenar a mi hijo!

En ese momento, Marcus se interpuso entre ellos y se enfrentó a su padre como nunca antes lo había hecho. Ébano contra hielo, ira contra pasión. Padre contra hijo.

—Me ha salvado de mí mismo, padre. Y de ti. Me ha salvado de un mal matrimonio y de una vida vacía —masculló y le miró, intensamente—. La amo como nunca he amado a nadie. Como nunca volveré a hacerlo. Piensa y haz lo que quieras, desherédame si gustas, pero no vas a conseguir que me aleje de ella.

Robert contempló a su hijo y después a la joven, que lejos de estar asustada le miraba con expectación. Con la esperanza más pura tiñendo sus ojos oscuros.

—Fuera... de... mi... casa. —Logró decir, con un gemido y se apartó de ellos todo lo deprisa que pudo. Todo él temblaba de ira, incapaz de creer que su hijo tirara por la vida que había construido para él.

—Con gusto, Robert —contestó Marcus con frialdad y tiró de Roe hacia él, protectoramente—. Vamos Geoffrey, hemos terminado aquí. Tengo que mandar a alguien para que recoja mis cosas y ponga los asuntos de mi padre en orden.

Geoffrey se levantó pesadamente y negó con la cabeza, desconcertado. Al final, pensó, con tristeza, nada había salido como habían previsto. Ahora solo quedaba buscar otras opciones para seguir adelante. Para proteger a sus amigos de la desolación que amenazaba con ahogarles.

Cuando salieron, dejando todo atrás, la sala quedó en silencio absoluto, apenas roto por la agitada respiración de Robert. A su lado, Clarisse miraba por la única ventana que daba al exterior, contemplando, anonadada como su hijo se marchaba para siempre.

En ese momento, lamentó profundamente no haber tenido el coraje suficiente para enfrentarse a su marido y exponerle su opinión más sincera. Quizá, si lo hubiera hecho, pensó, aturdida, no habría perdido a Marcus y ahora, él sería feliz junto a esa joven.

Un nuevo suspiro, plagado de tristeza y desconsuelo, brotó de sus labios, sin poder evitarlo.

—Deja de suspirar, mujer. —Robert vació una copa de brandy y cerró los ojos. Aún notaba la ira recorrerle de arriba abajo, así como la decepción que sentía. Era incapaz de admitir que se había equivocado, aún con las pruebas tan nítidas que su hijo le había enseñado—. Sabes que lo hago por su bien. Todo lo que he hecho siempre ha sido para mantenerle a salvo. Y tú lo sabes.

Clarisse suspiró de nuevo y cerró las cortinas al ver a la pareja alejarse por el camino empedrado. Contuvo un amargo sollozo, pero se llevó las manos a su corazón dolorido.

—Quizá, Robert, quizá —musitó ella en voz muy baja—. Pero esta vez... —Negó con la cabeza y se secó una solitaria lágrima que caía por su mejilla—. Creo que le hemos perdido, Robert. Esta vez te has equivocado de la peor de las maneras.

Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora