Poco a poco el cigarrillo de la joven se fue consumiendo, hasta que, pasados unos minutos, se apagó.
Rose salió del ensimismamiento en el que había estado inmersa y tras apagar el cigarro del todo miró a Marcus de reojo.
—A propósito, milord... digo, Marcus. —Se corrigió con rapidez, con una breve y pícara sonrisa—. No le diga a mi padre que me ha pillado fumando. Si se entera tendré serios problemas y como comprenderá no me apetece lo más mínimo.
— ¿Problemas? ¿De qué tipo? —Marcus apagó su cigarro y se giró hacia ella para verla mejor.
Descubrió desde donde estaba que era aún más hermosa de lo que había pensando en un primer momento. Tenía un perfil muy bonito, delicado y extrañamente frágil. Piel blanca, ojos oscuros, rasgos bien definidos... y una sonrisa sincera y, por tanto, preciosa.
—Me atará a la cama. —Rose rió levemente al imaginarse la escena e hizo un gesto para que no la hiciera caso—. Para que se me quite el vicio, ya sabe.
Al escucharla, Marcus sofocó como pudo una carcajada, aunque no pudo hacer lo mismo con la oleada de brutal excitación que le recorrió. El hecho de imaginarse a Rose atada a una cama hizo que su entrepierna se endureciera y que su mente vagara por unas escenas deliciosas y llenas de pecado carnal, de placer y densa lujuria.
En su mente, asintió vigorosamente ante esa idea y durante un perturbador momento, buscó con la mirada a Vandor, aunque pronto desistió en su empeño. Por el contrario, decidió que prefería contar con la compañía de la joven un rato más, con total paz y tranquilidad.
—No pienso decir una palabra —juró y levantó la mano derecha, con la solemnidad propia de los caballeros—. Prometido. —Después se llevó la mano al pecho y sonrió, con más amplitud—. ¿Y bien? ¿Qué le ha hecho huir de la fiesta?
—¿Y a usted? —contestó ella, evasivamente.
Pese a que su respuesta había sido un poco más brusca de lo que esperaba, no se disculpó, porque consideraba que no tenía motivos para hacerlo. No tenía ganas de hablar de su padre, ni de su extraño comportamiento en aquellos días. Tampoco quería contarle lo frágil y descolocada que se sentía entre tanta gente desconocida, entre tantas voces que parecían susurrar sobre ella y sobre lo que hacía allí.
No, no quería que nada de eso empañara un instante tan hermoso como el que estaba viviendo.
Aquel momento era suyo y, como tal, debía atesorarlo y cuidarlo.
Marcus pareció reflexionar durante unos instantes. Su gesto se volvió más cauto y meditabundo, como si tuviera que pensar mucho el motivo por el cual no estaba donde tenía que estar.
Intrigada por ese silencio, Rose aprovechó ese momento para observarle con más detenimiento: a pesar de su edad, cercana, sin duda, a la cuarentena, era un hombre muy, muy atractivo y elegante. Y por Dios, pensó, mientras sentía su mirada sobre ella, hacía que sintiera cosas que no sabía explicar.
Suspiró quedamente y se contuvo para no apartarle un mechón de pelo de la cara que, con suavidad, rozaba una de sus mejillas.
Le sentaba bien estar sin la levita porque parecía mucho menos intimidante, mucho más hombre y menos lord. Además la fina camisa se pegaba a su cuerpo y dibujaba el contorno de unos músculos que, de otra manera, no se verían. Ahogó como pudo un bufido frustrado y, después, se mordió el labio inferior con fuerza para controlar la inesperada necesidad de meter la mano bajo su camisa. Estaba segura de que aún había mucho que explorar, descubrir y sentir, aunque en su vida hubiera sentido nada semejante.
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Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETA
Ficção HistóricaCuando Rosalyn Drescher salió esa mañana de su casa, aprovechando la ausencia de su padre, no esperaba chocar de bruces contra uno de los hombres más atractivos y adinerados de Londres. Y mucho menos acabar siendo invitada a una fiesta de la alta so...