Los Drescher dispusieron de muy poco tiempo antes de que Vandor embarcara.
Tan pronto como regresaron a su hogar, se inició un gran revuelo entre el servicio, ya que ninguno de los que vivía allí imaginaba semejante desenlace. De golpe, había que cumplimentar papeles, que organizar pagos, mandar cartas y despedirse de mucha gente querida.
Un viaje como el que estaba a punto de realizar no se organizaba en un día, al igual que tampoco podía convencer a su alma en tan poco tiempo de que lo que estaba haciendo era lo mejor. Incluso sabiéndolo, su corazón latía dolorosamente.
Vandor pasó esa noche sin dormir y partió al día siguiente hacia casa de los Meister. Regresó horas más tarde, meditabundo, cabizbajo... pero mucho más relajado, como si el peso que había recaído en sus hombros fuera ahora algo más ligero.
Habían hablado de muchas cosas, de pequeños detalles e infinitas inquietudes que les atormentaban a ambos, pero que, gracias a la paciencia y a la confianza, podían tener solución. Al final, tras largas horas de conversación, él también había terminado por admitir que era buena idea que Rose se quedara allí, en Londres. Durante el transcurso de la conversación, había descubierto muchas ventajas en aquel negocio obligado, aunque eso seguía pesándole. Sin embargo, optó por no contarle demasiado a Rose, ya que no quería preocuparla más de lo necesario. Se limitó a comunicarle que se trasladaría a casa de los Meister en el plazo de una semana y que ese mismo día, él se marcharía.
Ella se había limitado a asentir, con una docilidad impropia en ella, pero Vandor la escuchó llorar horas más tarde. No tuvo valor para consolarla, para decirle que todo iría bien, así que dejó que se desahogara en la intimidad de su habitación. Poco después, al caer la noche, Vandor cayó en un sueño inquieto lleno de imágenes del mar, de barcos y de sollozos que traía el viento.
Despertó cuando el sol acarició su mejilla, muchas horas después.
o
El jaleo en casa de los Drescher era cada vez más evidente.
Maletas que subían y que bajaban, que se vaciaban y se volvían a llenar. No había mucho que llevarse, pero Vandor insistió en repasar todo una y otra vez, hasta que se aseguró de que todo estaba en orden. No podían dejar nada al azar, porque habían comprobado que las consecuencias eran nefastas. Y esta vez... no podían permitirse fallar, pues sería lo último que ambos hicieran.
Poco a poco, paso a paso, la casa quedó vacía y en silencio, sumida en la tristeza de la melancolía.
Vandor suspiró y se apoyó en el marco de la puerta del salón, agotado.
Había sido un día muy ajetreado y lleno de movimiento, lo que, para su desgracia, no era bueno. Los criados habían sido designados a nuevas casas, las cartas ordenadas, los vestidos planchados y ordenados.
Las deudas... pagadas.
Todo estaba listo para su partida, pensó, mientras levantaba la mirada para contemplar a su hija y a Dorothy. Ambas cuchicheaban de espadas a él, así que supuso que no le habían oído llegar.
Sonrió con tristeza, pero se quedó quieto.
—Pero, Dotty... ¿Qué pasará contigo? Papá estará fuera un tiempo y yo... bueno, yo no creo que pueda pasarme por aquí. Al menos no tanto como me gustaría.
Dorothy sonrió para sí y continuó cosiendo el dobladillo de un vestido, con mucha más calma de la que sentía pues, en realidad, estaba tan aterrada como todos ellos.
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Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETA
Ficção HistóricaCuando Rosalyn Drescher salió esa mañana de su casa, aprovechando la ausencia de su padre, no esperaba chocar de bruces contra uno de los hombres más atractivos y adinerados de Londres. Y mucho menos acabar siendo invitada a una fiesta de la alta so...