Amanda se acomodó uno de sus mechones de pelo dorado tras la oreja y sonrió. Después miró el espejo de medio cuerpo que había en la pared y se contempló en él. Su reflejo era muy distinto al que solía ver en otras ocasiones: el pelo suelto, despeinado. Sus ojos brillantes y limpios. Su ropa, arrugada. Sus mejillas, acostumbradas a la palidez, llenas de color.
Un destello de placer la recorrió de arriba abajo y provocó otra sonrisa satisfecha. Acarició el marco dorado del espejo, como si le diera las gracias y suspiró, profundamente agradecida. Ninguna otra habitación en casa de sus anfitriones tenía un lujo como aquel.
Los Kingsale conocían a Amanda desde que esta era apenas una niña. Prácticamente se habían criado juntos, así que era lógico que se sintieran tan unidos a ella. Precisamente por eso, Amanda tenía una habitación propia en la lujosa casa de Devon. Una habitación que, en aquellos momentos, estaba hecha un desastre. Como nunca antes había estado.
—Amy... ¿Aún no estás lista? —Adam ladeó la cabeza y miró a la mujer que, sentada en el tocador, sonreía.
—No, querido. Aún no. De hecho, ni siquiera he empezado a recoger.
— El carruaje está prácticamente en la puerta. ¿De veras quieres hacerles esperar?
Amanda sonrió para sí. Después se levantó, se deshizo del vestido que llevaba puesto y escogió otro, limpio y pulcro. No necesitó ayuda de nadie para vestirse, pero lo hizo con deliberada lentitud, con gestos breves y tenues que arrancaron un suspiro a Adam.
—¿Y tú? ¿Tanta prisa tienes por marcharse?
Se giró hacia él y le contempló, con una sonrisa burlona. Adam permanecía apoyado en la pared de la habitación: altivo, osado, pícaro y peligroso. Un hombre que no era bienvenido en ningún lugar, pero que, gracias a sus influencias, siempre estaba en todas las reuniones sociales de importancia.
—¿Me ves con ganas de irme? —contestó, con una sonrisa sarcástica. Su mirada vagó entonces por el cuerpo de Amanda, con lentitud, sin ningún reparo.
—No sabría decirte, Adam.
—¿No? Me decepcionas profundamente, querida. Una de las virtudes de las que suelo enorgullecerme es precisamente de mi sencillez y claridad. No necesito grandes palabras para que quede claro lo que quiero.
—Quizá no seas tan evidente como crees. —Amanda esbozó una leve sonrisa y le dio la espalda para terminar de peinarse.
Tras ella, el gesto de Adam se tensó y se oscureció.
—Me ofendes.
—Tú te ofendes con mucha facilidad, querido. Es uno de tus grandes problemas de americano —dijo, burlonamente, mientras cogía el cepillo de marfil e ignoraba su gesto adusto.
Sin embargo, algo de su actitud para ella hizo que su gesto flaqueara y se perdiera. No era prudente enfrentarse a él y eso era algo que ella sabía muy bien, a pesar de que apenas se conocían. Adam Lambert era una persona de carácter voluble y extraño, en la que no se podía confiar... ni siquiera ella, que le había dado gran parte de sí misma.
—Y eso lo sabes después de estar dos días conmigo... ¿No es verdad? —Adam sonrió de medio lado y se incorporó. Sus ojos adquirieron un brillo peligroso mientras se acercaba a ella.
—Exactamente. —Ella continuó sin moverse, aunque se estremeció de anticipación. Sabía que estaba jugando con fuego y eso era, precisamente, lo que llevaba buscando mucho tiempo.
ESTÁS LEYENDO
Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETA
Narrativa StoricaCuando Rosalyn Drescher salió esa mañana de su casa, aprovechando la ausencia de su padre, no esperaba chocar de bruces contra uno de los hombres más atractivos y adinerados de Londres. Y mucho menos acabar siendo invitada a una fiesta de la alta so...