El sol brillaba con fuerza aquella mañana. Todo resplandecía, desde las vidrieras de la capilla hasta el mármol de las tumbas de aquel solitario cementerio.
El camposanto no era de los más grandes de Londres, pero sí era uno de los más hermosos. Cada lápida estaba minuciosamente trabajada y mimada y casi siempre estaban acompañadas por un hermoso ramo de flores frescas, independientemente de la estación en la que estuvieran. Sin embargo, de entre todas ellas, solo una destacaba. Una cubierta de rosas rojas que escondían el mármol blanco y la inscripción dorada.
El viento silbó con suavidad y acarició los pétalos de aquellas rosas, que temblaron, pero no se movieron. El sonido de unos pasos acercándose interrumpió el sacro silencio del cementerio, que se estremeció al sentirle. Una figura, cabizbaja y serena, se acercaba por el camino con otro ramo de aquellas fragantes flores.
Poco a poco el apagado sonido de la grava al ser pisada se hizo más fuerte y nítido, más constante, hasta que, de pronto, se detuvo y desapareció. Otra ráfaga de aire agitó las rosas y revolvió el pelo rubio del hombre que acababa de llegar, con su frío inherente y seco. Pero él, a pesar de todo, no se movió, ni se inmutó. Sus ojos azules estaban clavados en aquella lápida, en aquel recordatorio del tiempo, aunque, realmente, miraba sin ver. Conocía demasiado bien aquel epitafio como para leerlo de nuevo. Como para susurrarlo una vez más.
Geoffrey se agachó y depositó el ramo de rosas sobre la lápida. Después acarició las letras doradas con ternura, con melancolía y una profunda tristeza. En ellas rezaba el nombre de una mujer, un nombre que para él era muy importante. Un nombre que, hasta hacía poco, había sido toda su vida.
—Judith...—musitó en voz muy baja, muy ronca, y muy apenada—. ¿Por qué me has hecho esto?
No hubo ninguna respuesta.
El viento volvió a soplar con fuerza y él se estremeció, se encogió sobre sí mismo y pareció desaparecer, pero no se alejó de la tumba. A lo lejos, al refugio de la entrada de la catedral, un sacerdote negó con la cabeza y regresó a la capilla. Todos allí sabían quién era aquel hombre, y en cierta manera, todos compartían su dolor. Pero nadie se acercó a consolarle, nadie en todo el cementerio.
El frío arreció y las nubes taparon el sol conforme pasaban las horas. Los negros nubarrones cubrieron el cielo y gruesas gotas de lluvia empezaron a chocar violentamente contra el suelo. Pero aquel hombre continuó sin moverse, con sus ojos azules clavados en el frío mármol.
—Milord, se ha hecho tarde. El duque de Berg nos espera para la comida, según lo convenido. —James Cardew, mayordomo de los Stanfford, se acercó con lentitud y se agachó junto a Geoffrey.
—Gracias, James. Siento el retraso. —Geoffrey se levantó y lanzó una última mirada a la tumba—. Déjanos un momento a solas, por favor. Tengo que despedirme.
—Claro, milord. Le esperaré en la entrada.—El anciano se llevó una mano al pecho educadamente e hizo una torpe reverencia. Después se giró y desapareció tras las inmensas puertas de hierro que custodiaban la entrada al camposanto.
El silencio volvió a asentarse en el cementerio.
Ya no se oía nada, ni pasos, ni el apagado rumor de la misa.
Ya no había nadie, salvo él.
—Te echo de menos. —Empezó en voz baja y cerró los puños para evitar que las manos le temblaran, aunque no tuvo demasiado éxito. Poco después de empezar a hablar todo él temblaba. Pero no le importaba. ¿Por qué debería importarle que alguien le viera temblar como un niño? A él ya nada le interesaba, absolutamente nada—. Sin ti, yo... siento que me ahogo, que... —Cerró los ojos y se secó las lágrimas que recorrían sus mejillas con un gesto violento. No quería llorar, pero tenía que hacerlo. De alguna manera tenía que librarse de aquel peso que le oprimía y lo ahogaba—. Nada es igual si tú no estás. ¿Por qué no estás, Judith? ¿Por qué te has ido? No es justo. Nada lo es.
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Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETA
Fiction HistoriqueCuando Rosalyn Drescher salió esa mañana de su casa, aprovechando la ausencia de su padre, no esperaba chocar de bruces contra uno de los hombres más atractivos y adinerados de Londres. Y mucho menos acabar siendo invitada a una fiesta de la alta so...