Marcus frunció el ceño y vació una vez más su copa de brandy. El líquido ambarino abrasó su garganta durante unos segundos e hizo que tosiera con violencia.
El alcohol no le estaba sentando bien, pero poco importaba si le ayudaba a olvidar todo lo ocurrido. Con cada gota de licor sus recuerdos se cubrían de una espesa niebla que mitigaba el dolor y el desespero.
Nada había ido bien.
Desde que Rose se había marchado había notado como su corazón se marchaba con ella, atado a su alma con cadenas que él no podía romper. Que hiciera lo que quisiera con él, pensó con amargura y apuró otro vaso, no lo necesitaba. Ni a ella, tampoco.
Sacudió la cabeza al ser consciente de que se mentía a sí mismo, así que volvió a llenar su copa. Quizá, si seguía bebiendo, el tiempo pasaría más rápido y Rose volvería a su lado. Pero ¿y si no lo hacía? El dolor que sintió al pensar en la posibilidad de perderla fue tan atroz como la muerte y el miedo... el más intenso que había vivido. Su necesidad de ella había sobrepasado los límites de lo moral y, al igual que había encendido en él los más bellos sentimientos, también habían despertado al odio. Un odio impertérrito y visceral que no recordaba haber sentido antes.
Por supuesto, sabía a quién iba dirigido ese odio y por qué. Si su padre no le hubiera obligado a aceptar aquel estúpido y condenado matrimonio... La oleada de rabia que le estremeció fue tan devastadora que hizo que se levantara y estrellara el vaso contra el suelo. Los cristales brillaron bajo la escasa luz de aquella mañana para luego apagarse en las frías sombras de la habitación.
Ya no podía hacer nada, por supuesto, pero no podía contener su impotencia. Su asco. Su profunda rabia.
—Edward...
El mayordomo se acercó desde atrás, tan sigiloso como de costumbre. Aunque había visto su exacerbada reacción, no dijo nada. Aunque le entendía. Claro que lo hacía.
—¿Sí, milord?
—Busca a Joseph. Lo mandé tras la señorita Drescher hace un par de horas y quiero saber con exactitud cuándo llega. Si eso implica que tienes que ir tras él, hazlo.
—Sí, milord—contestó Edward e hizo una reverencia antes de salir de la habitación. Después todo volvió a quedar en silencio.
Marcus cerró los ojos y se pasó una de las manos por el pelo. ¿Qué podía hacer con todo aquello? ¿Cómo conquistar lo imposible? ¿Cómo podría negarse a amarla cuando ella lo era todo para él?
Tampoco podía mentirla y darle esperanzas vacías que se perderían en la profusa realidad. Pero tampoco se veía capaz de decirle que solo quería su cuerpo, tal y como ella pensaba.
Aturdido, cerró los ojos y soltó el aire que retenía. No veía ninguna opción viable que solucionara su dilema. Por el contrario, se le ocurrían muchas estupideces, como casarla con alguien y alejarla para siempre.
Pero sabía que no podría hacerlo, porque, de ser así, su alma moriría sin remedio.
Marcus se encogió sobre si mismo intentando tranquilizarse para poder ver algo de luz en medio de la oscuridad. No lo consiguió.
Y por primera vez en muchos años, rezó. Lo hizo por ellos y por encontrar una solución.
Lo que Marcus no sabía es que esa solución iba a llegar.
Pero no de manera en la que él lo deseaba.
o
Rose sonrió brevemente y terminó de beber su tercera copa de vino. Estaba levemente mareada y achispada pero, aún así, se encontraba bastante bien. Al menos, pensó, con una sonrisa, estaba bastante mejor que unas horas antes. Sabía que había pasado el tiempo gracias a que la luz había disminuido considerablemente pero no porque llevara la cuenta de sus aciagos minutos.
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Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETA
Historical FictionCuando Rosalyn Drescher salió esa mañana de su casa, aprovechando la ausencia de su padre, no esperaba chocar de bruces contra uno de los hombres más atractivos y adinerados de Londres. Y mucho menos acabar siendo invitada a una fiesta de la alta so...