Capítulo X, parte I

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Una vez sellado su inusual trato, tanto Geoffrey como Rose se dirigieron hacia sus respectivos dormitorios. Lo hicieron en silencio, pero llenaron éste de miradas cómplices y de sonrisas nerviosas. Cuando se separaron, en lo alto de la escalera, Geoffrey hizo una reverencia formal, pero besó con cuidado sus nudillos a modo de despedida.

Ella, a cambio, se limitó a sonreír mientras le contemplaba marcharse. Solo cuando se quedó sola en el pasillo, resolvió marcharse a su habitación. A pesar del nerviosismo que aún la sacudía, encontró el sueño con mucha más facilidad que en las noches anteriores. Esta vez no la atormentaron los malos sueños ni la marearon escenas llenas de erotismo que no podía satisfacer.

Fue, por fin, una noche tranquila.

Como cada mañana desde que llevaba allí la despertó el sonoro ajetreo de Dorothy al pasear por su habitación. Últimamente apenas hablaban, pero parecía que la mujer era feliz en aquella casa, sumida en el día a día de quehaceres continuos. Aún se la notaba nostálgica, era cierto, pero no hacía alarde de ello ni se lamentaba del rumbo que había tomado su vida. Simplemente, pasaba los días a la espera de noticias que calmaran un poco su atormentado corazón. Y, mientras tanto, se contentaba cuidando de Rose en la medida de sus posibilidades.

—Dotty, aún es temprano. ¿Qué se supone que estás haciendo a estas horas?

—No es tan temprano, bonita. Los señores ya están despiertos y solo falta media hora para que se sirva el desayuno —contestó la mujer, con su habitual tono afectuoso pero firme—. Así que vamos, arriba. Si la señora está en casa no podrás comportarte tan a la ligera como en estos días de descanso. ¡No te lo permitirá!

Rose gimió para sí misma y trató de volver al plácido sueño del que había salido, aunque no tuvo éxito. Poco después el sol entró a raudales por las ventanas y terminó de despejarla. Y fue una suerte, ya que apenas unos minutos después de levantarse, mientras Dorothy ajustaba su corsé, la puerta se abrió de par en par y volvió a cerrarse con un leve crujido. Un par de ojos azules, muy sorprendidos, se cerraron de inmediato.

—Oh, vaya, pensé...No, está claro que no pensé, si no, no estaría aquí —Geoffrey se giró rápidamente, aún con los ojos cerrados y maldijo en voz baja.

También tuvo que contenerse para no dejar escapar una sonora blasfemia. ¿En qué demonios estaba pensando cuando entró de aquella manera? Encontrarla desnuda era lo más lógico que podía pasar, tal y como había comprobado. Agradeció vehementemente sus buenos reflejos y tomó aire, una vez más. Al menos, pensó, no se le había quedado mirando como un idiota redomado. Si bien era cierto que hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer, Rose no merecía su comportamiento libidinoso.

Suspiró, preso de la vergüenza y clavó la mirada en el lustroso suelo de madera. En realidad, no quería más mujeres en su vida. Solo había habido una, Judith, y ahora, ya no estaba. Una oleada de dolor le hizo apretar los dientes con más fuerza, porque fue incapaz de no pensar en por qué estaba solo.

—¿Qué significa esto, milord? —Rose dio un respingo y, rápidamente, tapó su pecho cubierto por el corsé y se giró, para quedar también de espaldas a él.

Al ver que Dorothy se disponía a echarlo de allí a escobazos, hizo un rápido gesto para que se tranquilizara y retrocediera. Dotty dudó un momento, pero terminó por ceder al ver los ojos intrigados e inocentes ojos de la joven.

—Eh, yo no pretendía..., no sabía... —tartamudeó y, al ver que no conseguía decir nada más coherente que eso, cerró la boca. Después tomó aire y lo dejó escapar—. Solo venía a aconsejaros sobre nuestro trato. Una pequeña nimiedad, para que todo salga como lo acordamos.

Dorothy gruñó a modo de contestación, pero no dijo nada para interrumpirle. A cambio, dio un fuerte tirón al corsé que hizo que Rose jadeara buscando un poco más de aire.

Al escucharla, Geoffrey sacudió la cabeza para intentar despejar las múltiples interpretaciones de ese jadeo. Por su cabeza pasaron infinitas opciones, todas ellas alejadas del pudor y el recato. Tragó saliva, incómodo y se forzó a pensar en otra cosa.

Por el amor de Dios, hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan mal.

—Pues hágalo antes de que me quede sin oxígeno —farfulló ella y se aferró más al poste de la cama—. ¿Qué quiere exactamente?

—Que no se acerque hoy a él. Mantenga una conversación, si lo desea, pero procure mostrar más interés en mí... aunque sea una patraña.

Rose sonrió para sí y sintió de nuevo aquella oleada de simpatía que había surgido a raíz de su conversación en la terraza.

¿Cómo había podido pensar que ese hombre merecía un final despiadado y duro?

—Milord, me parece usted un hombre muy interesante y con mucho mundo, así que será un auténtico placer pasar la mañana en su compañía —contestó y levantó los brazos para terminar de vestirse.

El vestido de color azul pálido cayó sobre su cuerpo con un suave siseo. Después, Geoffrey escuchó el sonido del taburete al ser apartado y del cepillo al acariciar el pelo. No obstante, no se atrevió a darse la vuelta.

Unos minutos más tarde, Rose apareció junto a él, hermosa y resplandeciente, con el cabello recogido delicadamente en un cómodo peinado que enmarcaba su sonriente rostro. En su cuello brillaba una cadena de plata que sostenía una brillante media luna y que centelleaba cada vez que se movía.

—Está usted maravillosa. —Sonrió y besó sus nudillos desnudos. Notó como ella se ruborizaba y como se estremecía bajo sus labios—. ¿Bajamos? No creo que sea buena idear hacer esperar a Marcus. No esperará que bajemos juntos y eso ya le desconcertará bastante —murmuró, solo para ella, mientras sonreía a Dorothy, que les observaba con el ceño fruncido.

Rose asintió con conformidad y acomodó la mano sobre el brazo de él. Después, bajaron las escaleras en dirección al salón.

Y sonrió, porque sabía que las cosas estaban a punto de cambiar. 

Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora