Marcus hizo un gesto para callar a Geoffrey. Después, tomó aire y cerró los ojos el suficiente tiempo como para calmar un tanto su dolor de cabeza.
—Esto es una locura —murmuró Geoffrey, desganado, mientras releía otra de las cartas—. No podemos pagarles a todos. Ni siquiera si tú me dejas el dinero.
—No voy a dejártelo, Geoff. Este es tú problema y tienes que solucionarlo tú —masculló Marcus y se incorporó—. Pero voy ayudarte todo lo que pueda y más. Y lo sabes. Tú puedes hacerlo, maldita sea. ¡Eras el mejor empresario de Londres!
—¿Y de qué sirve eso ahora, Marcus? Estoy en la ruina. No tengo nada con lo que empezar de nuevo, ni siquiera ganas.
—Precisamente por eso estás aquí, amigo mío. Para que encuentres las ganas que te faltan —contestó Marcus amistosamente y le palmeó el hombro, antes de volver a coger otra factura de números inadmisibles.
Los problemas se agravaban a cada momento y, al parecer, no había ninguna solución fácil. Geoffrey no hacía más que perder dinero y sus deudas eran tan inmensas e inmediatas que era imposible apaciguar a todos los acreedores a tiempo. Habían perdido demasiado tiempo antes de tomar las riendas del problema y ahora, aunque no era tarde, sí estaban en una situación bastante más comprometida.
Poco después, el creciente rumor de los criados llegó hasta el estudio. Extrañados ante tanto alboroto, ambos levantaron la cabeza pero, al escuchar la melodiosa voz de Amanda por encima de las demás, se relajaron un tanto. Marcus incluso sonrió, pero realmente no se alegraba de tenerla de vuelta. De hecho se sentía incómodo al pensar que, en algún momento, tendría que hablar o volver a compartir su tiempo con ella. No había pensado en Amanda durante el tiempo en el que había estado fuera y ahora que había regresado, se sentía, de golpe, abrumado por su presencia.
¿Por qué las cosas no podían volver a la normalidad? ¿Por qué Rose no podía aceptar sus disculpas como deseaba que hiciera? ¿Por qué, a pesar de todo, no conseguía sacársela de la cabeza?
Inquieto, se removió en el asiento e inhaló con fuerza. Después miró a su compañero, que le observaba con una sonrisa e hizo un gesto para que le siguiera.
—Vamos, Geoff. —Se estiró lánguidamente y dejó las cartas sobre la mesa—. Ya seguiremos luego.
—Si tu mujer no te secuestra —rebatió él y también se levantó.
Sin embargo, no consiguió la estabilidad inmediatamente. Durante un momento se tambaleó y tuvo que sujetarse a la silla, pero terminó por encontrar el equilibrio que le faltaba. La abstinencia le estaba matando. Poco a poco.
Marcus le miró con preocupación, pero no dijo nada. No había nada que pudiera decirle que sirviera para calmar lo que estaba viviendo. Podía ofrecerle su apoyo, por supuesto, pero nada más, pensó y esperó a que se recuperara. Después bajaron al salón a toda prisa. Amanda les esperaba allí, con una media sonrisa dibujada en sus labios.
—Creí que nunca llegarías, querida. —Marcus sonrió forzadamente y besó a su mujer en los labios.
El beso fue frío, distante y seco. Sin embargo, ninguno dijo nada. Después, Amanda se apartó de él y le devolvió la sonrisa.
—No exageres, Marcus. Solo he estado fuera unos días, ni siquiera ha llegado a la semana—contestó y volvió la mirada hacia su invitado—. Hola, Geoffrey. ¿Cómo tú por aquí?
—Bienvenida de nuevo al hogar, Amanda.
Geoffrey sonrió de medio lado, sin ganas. Amanda y él nunca se habían llevado bien, ni siquiera durante los primeros días de relación. Al verla, las ganas de echar un trago se acrecentaron y tuvo que meter las manos en los bolsillos para que no le vieran temblar.
—¿Y la señorita Drescher? Aún no la he visto. —Amanda frunció el ceño y miró a Marcus—. ¿Se le han pegado las sábanas otra vez? ¿No has conseguido meterla en cintura en estos días?
—Si te soy sincero, Amanda...
—Ha ido a cabalgar —interrumpió Geoffey con suavidad y se apoyó en uno de los muebles al sentir que todo a su alrededor giraba. Desde que no bebía alcohol le costaba mucho caminar recto, sin contar el dolor que le recorría a cada segundo. Cuando se tranquilizó, señaló hacia una de las cristaleras—. Precisamente por ahí llega.
Efectivamente, momentos después un caballo blanco apareció trotando por el sendero. Y unos minutos más tarde, Rose entró por la puerta.
—Milady, no sabía que había vuelto —mintió y esbozó una sonrisa tirante—. ¿Qué tal fue el viaje?
—Bien, muy entretenido. Gracias. —Amanda estudió el gesto de Rose durante un momento. Tenía que adivinar si había pasado algo al margen de la llegada de Geoffrey. Si, tal y como ella esperaba, Rose había terminado en brazos de Marcus, lo sentiría, porque conocía a su marido y sus reacciones. Y si así era, ella trazaría sus propios planes. Sin embargo... lo único que veía era tristeza y desolación. Nada de lo que ella deseaba cuando se marchó—. Bien, si me disculpan... —suspiró frustrada y apartó la mirada de la joven. Después hizo un gesto a algunos de sus criados para que subieran el resto de su equipaje. Estaba agotada, y necesitaba darse un buen baño en el que pensar. Además, no tenía demasiadas ganas de estar con nadie. Salvo con una persona que estaba a kilómetros de allí y que, seguramente, no la recordaba—. Necesito descansar, el viaje ha sido agotador.
Al escucharla, Marcus frunció el ceño preocupado, pero terminó por asentir y apartarse. Era extraño que Amanda se retirara tan pronto a descansar, pero supuso que los años no pasaban en balde para ninguno.
Una oleada de melancolía le recorrió con suavidad y no pudo evitar mirarla con cierta nostalgia. ¿En qué momento se habían convertido en completos desconocidos?
—Espero verte en la cena, querida —musitó y la siguió con la mirada hasta que ella desapareció de su vista. Después se giró hacia Rose y suspiró con profundidad—. Rose, por favor... tenemos que hablar. Es imperante que lo hagamos ya.
La joven borró la sonrisa de su rostro y le miró.
—No creo que sea el momento, milord —dijo en voz baja y miró de reojo a Geoffrey, que fingía no prestarles atención—. Pero sí más tarde, se lo prometo. Yo también creo que es hora de aclarar ciertos asuntos.
Sonrió brevemente, aliviada. Tuvo que contener el largo suspiro que llenó su pecho, porque, de golpe, todo parecía más normal. Más tranquilo. Menos irrealizable. Después pasó junto a él, hasta que sus hombros se rozaron durante un segundo. Sus miradas también se encontraron y se prometieron muchas cosas, pero no dijeron nada que, con su sonido, estropeara el instante.
Una sonrisa más tarde y Rose se apartó de ellos. En cuanto sintió la frialdad del ambiente rodearla, su gesto se contrajo en una mueca desolada. La presencia de Amanda lo cambiaba todo y eso la estaba matando.
¿Cómo podrían ahora arreglar las cosas si estaban condenadas desde el principio?
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Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETA
Ficción históricaCuando Rosalyn Drescher salió esa mañana de su casa, aprovechando la ausencia de su padre, no esperaba chocar de bruces contra uno de los hombres más atractivos y adinerados de Londres. Y mucho menos acabar siendo invitada a una fiesta de la alta so...