Capítulo IX, parte III

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La cena se sirvió a su hora y, esta vez, Rose bajó puntual como un reloj. Cenar con Amanda no era lo que más le apetecía en aquellos momentos, pero sabía bien que su ausencia podía dar pie a muchas preguntas incómodas, así que optó por la solución más sencilla. Descubrió entonces que Amanda seguía siendo la misma mujer pausada y elegante, que llevaba el peso de la conversación con facilidad. Y lo agradeció profundamente, porque no se sentía capaz de lidiar con las preguntas inquisitorias de ambos hombres. La charla fue, curiosamente, muy amena. Comentaron las noticias que llegaban de Devon, las curiosidades, hilarantes, que habían tenido lugar durante la fiesta. Hablaron superficialmente de los negocios de Geoffrey su marido, e incluso comentaron las vacías tardes de Rose, como si fuera algo interesante.

Al final de la noche, todos estuvieron de acuerdo en que fue una velada agradable. Incluso para Geoffrey, que vio a Rose como verdaderamente era y no como se había mostrado en la última semana. Curiosamente, podía decir que, incluso tras sus desplantes, era muy agradable.

—Marcus, quizá deberíamos retirarnos ya. —Amanda sonrió con su habitual calma y dejó la servilleta a un lado de los platos—. Es tarde y todos estamos muy cansados, ¿verdad? Además, hace mucho que no duermo con mi marido y lo echo de menos. Estas fiestas ponen de manifiesto lo que una deja en casa. Ya lo comprenderás cuando te cases, querida.

Geoffrey sonrió con ligereza y desvió la mirada de la pareja, pero la dejó vagar un poco más hasta que sus ojos se encontraron con Rose. La joven tenía la mirada clavada en los platos y estaba tensa. Extrañado, frunció el ceño y la observó con más detenimiento: Rose tenía los ojos húmedos y sus labios se habían convertido en una fina línea, de tanto apretarlos.

—Tienes toda la razón, querida. Creo que todos estamos agotados —contestó Marcus sin ganas y miró a sus invitados de reojo. Ahora que Amanda había vuelto no disponía de tanta libertad como antes y posiblemente, tampoco de tiempo. Aun así, quería hablar con Rose de inmediato, pero no se atrevía a hacerlo con su mujer delante. Suspiró frustrado y se levantó—. Nos veremos por la mañana, señorita Drescher. Geoffrey, recuerda que seguiremos mañana con nuestros asuntos. No te despistes. —Se despidió y evitó cuidadosamente la mirada de Rose.

—Claro, buenas noches a ambos —contestó a su vez Geoffrey y se incorporó cuando Amanda hizo amago de levantarse.

—Lo mismo digo, Geoffrey. Buenas noches a usted también, señorita Drescher. Espero que descanse y que mañana comparta conmigo sus impresiones de estos primeros días.

Rose levantó la cabeza tras un esfuerzo titánico por ocultar las lágrimas que contenía y esbozó una sonrisa cansada. Los celos la habían atacado con más fuerza que nunca y era una sensación devastadora, horrible e impensable. El recuerdo del beso, de su ternura y de la conversación que habían tenido días antes hizo eco en su mente, recordándole dolorosamente que él había deseado el beso tanto como ella.

—Buenas noches, milord. Buenas noches, milady —contestó casi de manera mecánica. Después apartó la mirada. Seguramente, pensó, mientras se marchaban, irían directamente a la habitación, a esconder las mentiras con nuevos besos y dulces susurros. Susurros de amor y de pasión contenida. Susurros de amor, que no eran para ella.

Un suave carraspeo hizo que abandonara precipitadamente sus divagaciones y que volviera a la realidad. Enrojeció suavemente y volvió a sentarse, con un suspiro agotado.

—El aire frío es un buen remedio para la mente cansada, señorita. Mi padre solía decírmelo muy a menudo —comentó Geoffrey en voz baja y la miró, con cautela—. Lamento mucho lo que ocurrió con su padre. Sé que no sirve de nada, pero... no se imagina lo mucho que me arrepiento.

Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora