Capítulo XVII, parte II

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Rose contuvo una exclamación emocionada y notó como su corazón se detenía durante un momento. No podía creerlo, no, no podía. Nada de aquello era real, ni el roce de sus manos, ni la caricia de sus labios sobre sus nudillos. Ni su mirada, cálida a la vez que temerosa.

—Marcus yo... Dios mío, claro que quiero. —Rompió a reír de puro nerviosismo y tiró de él hacia arriba, hacia ella—. Es lo único que he querido desde que vine aquí, desde que te vi en aquel mercado.

Marcus sonrió aliviado y antes de que ella continuara con su cháchara nerviosa, se inclinó hacia ella.

—Te quiero, pequeña —musitó, momentos antes de posar sus labios sobre los de ella.

La oleada de placer que sintió al rozarlos casi le hizo caer de rodillas. La había echado tanto de menos... cada gesto de esa mujer, cada sonrisa, cada palabra.

Rose gimió levemente contra sus labios y se aferró a él como si la vida le fuera en ello. Hacía tanto tiempo que no se sentía tan viva que todo le parecía irreal: la dulzura de sus labios moviéndose sobre los de ella, la calidez de su lengua jugando con la suya... musitó algo inteligible, cargado de emoción y volvió a besarle con más pasión. Escuchó a Marcus gruñir por lo bajo y acto seguido sintió como sus caricias se volvían más atrevidas y voraces.

—Ven, esto no es lo más cómodo del mundo... —Sonrió Marcus y tiró de ella para que se levantara también.

La joven abrió los ojos rápidamente y parpadeó, confusa. Pero pronto vio el brillo inconfundible de la pasión en sus ojos, así que se levantó y le siguió, sin atisbo de duda.

—Por Dios, Marcus...—Rose dejó escapar una risita pícara y miró a los lados para comprobar que no había nadie—. No sé si este es el sitio ideal para...dar rienda suelta a nuestra...

Marcus la interrumpió al volver a besarla. Ella gimió, cerró los ojos y se abandonó al placer que él le provocaba. Sus besos eran como el alcohol, ardientes, deliciosos y adictivos. Se estremeció con fuerza al sentir un calambrazo de excitación, que pulsó por todo su cuerpo y vibró entre sus piernas. Después, jadeó al sentir como la empujaba sobre la mesa y como su duro cuerpo presionaba contra el suyo. La sensación era tan deliciosa que se dejó llevar por la pasión y enredó sus manos en el pelo de Marcus, mientras éste mordisqueaba su labio inferior. Le escuchó gemir como en un sueño, pero no se apartó.

Quería seguir bebiendo de él hasta que se saciara... y tenía la sensación de que ese día nunca llegaría.

o

Geoffrey abrió la puerta del carruaje y dejó escapar un gemido ronco. El dolor que sentía en el muslo y en la rodilla era tan intenso que cada vez que se movía más de lo debido se veía recorrido por una oleada de náuseas.

Aún le parecía increíble que siguiera vivo... y caminando, que era mucho más importante.

Era extraño cómo funcionaba la mente humana. A Geoffrey no le hubiera importado morir, es más, durante un extraño e ínfimo momento había llegado a desearlo. Sin embargo la idea de quedarse cojo le era completamente inadmisible. Prefería haber muerto antes que quedarse tullido.

De mal humor, sacudió la cabeza para desbaratar sus sombríos pensamientos y tomó aire varias veces. Aún le costaba asimilar que para caminar necesitara un condenado bastón. Sin embargo, tenía que hacerlo o se quedaría allí sentado el resto del día. Iba a necesitar mucha paciencia si no quería volverse loco, pensó y cogió el bastón de encima del asiento. Tras un considerable esfuerzo y más de diez minutos después, consiguió bajar del carruaje y avanzar unos metros.

Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora