Capítulo VI, parte VI

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Amanda siempre había sido una mujer muy entregada en el sexo. Lo disfrutaba enormemente y daba tanto como recibía, sin dudarlo un solo momento. Sin embargo, aquella noche fue completamente diferente. Amanda había estado provocando a Marcus durante toda la tarde con señales muy discretas, pero efectivas.

Al principio su marido no había reaccionado a estas, pero tras insistir un poco más había terminado cediendo a sus deseos. Cuando ambos se encerraron en la intimidad de su dormitorio, pensaron que sus problemas desaparecían de sus cabezas ahogados en la sensualidad del acto.

Nada más lejos de la verdad.

Amanda, pese a que gemía como si estuviera disfrutando del acto, recapacitaba sobre las múltiples opciones que tenía para que Rose acabara en brazos de su marido. Y Marcus, con los ojos cerrados, se abandonaba a su propia fantasía, donde la mujer que estaba debajo de él no era Amanda, sino Rose.

Y aunque el acto en sí fue hermoso y lleno de generosidad, no calmó el alma de ninguno, porque éstas estaban lejos la una de la otra, como si fueran dos seres desconocidos que se contemplan sin saber qué hacer.

Cuando terminaron y el placer calmó las ansias de sus cuerpos, se separaron y dejaron que el silencio llenara el espacio entre los dos.

Ninguno se dio cuenta de que, aquel momento, significaba el principio del fin.

o

Rose palideció intensamente al escuchar el gemido de placer de Amanda. Fue como un golpe en medio del pecho, contundente y frío, pero que sirvió para sus pies salieran de ese letargo en el que parecían haberse sumido.

La joven huyó todo lo rápido que pudo y bajó las escaleras como una exhalación. No necesitaba quedarse allí para escuchar las palabras de amor que, con toda seguridad, se dirían a continuación.

Una profunda y desoladora oleada de celos la estremeció e hizo que aferrara la pitillera con más fuerza, hasta que sus nudillos se tornaron blancos.

No era lógico que se sintiera así pero tampoco podía evitarlo. Desde el primer momento en el que él le dirigió la palabra, Rose supo que estaba perdida. Si bien era cierto que no se había enamorado nunca, estaba tan acostumbrada a leer sobre sus síntomas en las novelas románticas, que supo que poco tenía que hacer ante su arrolladora fuerza.

Solo tenía dos opciones, pensó: resignarse a caer enamorada o luchar contra ello y alejar al más poderoso de los sentimientos.

El problema estaba en que ella quería dejarse llevar por él. Sabía que Marcus estaba casado, felizmente además, y que ella no pintaba nada en su vida. A fin de cuentas, solo era una jovencita que había invadido su casa y que encima iba a gastar su dinero poco a poco. No era lógico pensar que él podría mirarla de otra manera, pero su subconsciente se aferraba a la más mínima posibilidad.

¿Y si también le había impresionado?

Aunque no fuera tan refinada como Amanda, sí que era elegante y, por lo que había visto durante todo el día, era mucho más afín a Marcus que su propia mujer.

Rose tomó aire nada más llegar al final de la escalera y cerró los ojos.

No entendía por qué estaba tan dolida con Marcus. Solo le conocía desde hacía unos días, y ya se sentía con el derecho de enfadarse con él por unas acciones que, por otro lado, eran completamente lógicas.

¡Por el amor de Dios, Amanda era su mujer!

¿Con qué derecho se permitía fantasear con romper su matrimonio? ¿Qué clase de mujer era para suplicar una oportunidad con un hombre casado?

Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora