Había pasado más de un año desde que se habían marchado de Londres. Marcus no sabía exactamente cuántos meses habían dejado atrás ya pero, claro, allí era difícil saberlo. Lo único que podía discernir en aquel sombrío lugar era que se encontraban en algún punto intermedio entre septiembre y octubre. Más posiblemente septiembre.
¿El día? A esas alturas ya había dejado de importar, así que ninguno sabía a ciencia exacta la fecha en la que vivían.
Geoffrey se envolvió más en la raída capa y contempló a la figura que se frotaba los brazos y maldecía a la lluvia, justo a su lado. Una breve sonrisa asomó en su rostro, pero el sonido difuminado de los gritos de horror y pánico se la borró.
—Un día perfecto para morir, ¿verdad?
—Sí. Cojonudo. —Marcus gruñó y cerró más la capa. Las gotas de lluvia recorrían su rostro, demacrado y serio. Llevaba más de una semana lloviendo, y empezaba a estar muy harto—. Odio las tormentas.
—Creí que odiabas más esto —comentó Geoffrey y se acomodó junto a él. Los gritos de angustia se escucharon más cerca, agudos y siniestros. Tan altos que se oían incluso desde allí, a pesar del terreno que les separaba.
Marcus se encogió de hombros y escudriñó la oscuridad. Sabía que los rusos estaban cerca. Demasiado cerca, se temía. Crimea era un lugar muy pequeño para un enfrentamiento de semejante calibre, pero nadie parecía haber recaído en ello. Además... el hecho de que llevaran meses sitiando Sebastopol no les ponía en mejor situación. Casi once meses de guerra casi continua, de saqueos e incertidumbre. Era lógico que, al final, la situación estallara por algún lado. Y aunque tenían todas las de ganar, el asedio duraba ya demasiado, no tenían que relajarse ni un solo momento.
La campaña había ido bien, casi desde el principio. Gracias a sus aliados franceses y turcos, el ejército había avanzado por toda Crimea. Al principio, con inseguridad, como se demostró en Balaclava: un encuentro rápido y brutal entre ambos enemigos, con un desconcertante e incierto resultado. Sin embargo, no fue necesario otro empuje por parte de los rusos: dos días más tarde, las fuerzas franco-británicas iniciaban, con toda su rabia y fuerza, el asedio a Sebastopol, ciudad donde la armada rusa tenía su base principal.
Sin embargo, no todo eran buenas noticias. Había muchas bajas y, aún con la suerte de su lado, había que tener mucho cuidado. Un error de cálculo bastaba para darle la vuelta a todo, precisamente como había ocurrido en aquel lugar.
Un cambio en los acontecimientos de la batalla había obligado a los ingleses a una retirada estratégica. El pequeño batallón que comandaba Marcus había tenido suerte de no encontrarse en mitad del fuego cruzado. Afortunadamente, sus hombres estaban muy bien entrenados y habían actuado con decisión al primer toque de corneta. Tras el reagrupamiento, habían decidido refugiarse en unas colinas cercanas, a la espera de refuerzos. Definitivamente, había sido un golpe de suerte. Aquel lugar era fácilmente defendible con los hombres que tenía bajo su mando.
Solo tenían que tener paciencia y buena puntería hasta que llegaran los refuerzos franceses.
—¿Quieres un trago?— Geoffrey sacó una petaca del interior de su uniforme y dio un largo trago.
El olor a alcohol llenó el espacio entre ambos, paliando el de la humedad, el humo y la muerte.
El gesto de Geoffrey fue tan natural y tan familiar que Marcus se vio abrumado por los recuerdos, instantes que su mente había oscurecido y escondido para evitar un dolor intenso y lleno de melancolía. Y aun así, incluso con esa vital defensa protegiéndole, descubrió que sus pensamientos se habían centrado tan solo en aquellas personas que había dejado atrás y a las que, quizá, no volviera a ver. Pero, en especial, recordaba a Rose.
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Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETA
Ficción históricaCuando Rosalyn Drescher salió esa mañana de su casa, aprovechando la ausencia de su padre, no esperaba chocar de bruces contra uno de los hombres más atractivos y adinerados de Londres. Y mucho menos acabar siendo invitada a una fiesta de la alta so...