Rose suspiró profundamente y trató de calmar los alocados latidos de su corazón, que apenas dejaban que escuchara nada. Además, no sabía muy bien por qué pero notaba todo su cuerpo caliente, expectante, extrañamente excitado. No tanto como cuando estaba con Marcus, era cierto, pero la sensación sí que era parecida.
Y eso le gustaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Sin perder más tiempo, desabrochó las largas cintas del vestido y deslizó la suave prenda violeta hasta que cayó a sus pies.
Escuchó el jadeo de Geoffrey como si viniera de muy lejos, aunque todo su cuerpo respondió a esa llamada de deseo. Sus pezones se irguieron y notó una oleada de calidez recorrer su vientre. Sin embargo, no se dejó llevar por el momento y tapó sus encantos con el vestido de Marquise.
O, al menos... eso intentó. El vestido, mucho más ajustado que el suyo, apretaba sus senos hasta juntarlos y levantarlos por encima de la tela.
—Esto es... raro. —Se giró hacia Geoffrey y dejó caer los brazos, sin saber muy bien dónde ponerlos—. ¿Qué te parece?
Geoffrey apartó la mirada y la clavó en las cortinas. Un violento sonrojo cubría sus mejillas y su cuello. No era la primera vez que veía a una mujer de esa guisa pero no conseguía apartar de su cabeza la idea que de Rose no era una mujer cualquiera.
¡Estaba enamorada de su mejor amigo, por Dios! ¡Era su amiga también y no debería verla de esa manera!
—Es... vaya, perfecto. Sí. Claro —contestó y tuvo que carraspear para evitar que su garganta se convirtiera en ardiente ceniza.
Marquise sonrió desde la cama y asintió, completamente de acuerdo con la afirmación de Geoffrey.
—Evidentemente, no puedes ser tan descarada en tu casa, amorcito. Tendrás que apañártelas tú sola para arreglarte los vestidos.
—Sí, por supuesto —rezongó Rose con ironía y alisó los pliegues del vestido, que acariciaban amorosamente sus muslos—. ¿Qué más? ¿Qué más tengo que saber?
La mujer miró a Rose con detenimiento y asintió imperceptiblemente, solo para sí misma.
—El peinado tampoco es moco de pavo. Un peinado demasiado clásico resalta solo la belleza física. Nosotras buscamos innovar, atraer a los hombres con la novedad y otro tipo de belleza —explicó y acarició distraídamente uno de sus largos mechones azabaches—. Es preciso que entiendas eso.
—¿Y más concretamente?
—Ven— Marquise sonrió con lentitud y su rostro se convirtió en el de una diosa del erotismo. Dejó la copa sobre una de las mesitas de al lado de la cama y separó las piernas. Después señaló el hueco que quedaba entre ellas—. Vamos, cariño, déjame peinarte. Te haré algo tan hermoso que no querrás peinarte de otra forma.
Rose dudó.
El tono insinuante que Marquise había dado a esas palabras, tan profundo, tan erótico, hizo que su piel se erizara. Sin embargo, la necesidad de aprender y el impulso que le daba su corazón, hizo que se levantara y se sentara entre sus largas y firmes piernas. Frente a ellas, Geoffrey seguía sentado en la silla, tenso, muy tenso y con su mirada llena de ardor pendiente de cada uno de sus movimientos, de sus leves gestos.
Al ser consciente del candor de su mirada, Rose se ruborizó y esbozó una sonrisa de disculpa. Geoffrey no se merecía aquello pero no veía otra manera de proceder. Sin él, ella no estaría allí, ya que no se hubiera atrevido a ir sola.
—Muy bien, tesoro, muy bien. —Ronroneó Marquise junto al oído de la joven que, tal y como esperaba, se tensó y trató de rehuirla, sin éxito.
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Conquistando lo imposible (Saga Imposibles I) COMPLETA
Ficción históricaCuando Rosalyn Drescher salió esa mañana de su casa, aprovechando la ausencia de su padre, no esperaba chocar de bruces contra uno de los hombres más atractivos y adinerados de Londres. Y mucho menos acabar siendo invitada a una fiesta de la alta so...