¿Te atreverías a conocerme?

Capítulo 10. Los sentimientos se regalan.

Fue entonces cuando me enfoqué en las cosas que me gustaba hacer para mantenerme distraída y no pensar.
Empecé a cantar, porque me gustaba mucho y porque sabía hacerlo.
Yo siempre he sido dueña de lo que callo y esclava de mis palabras.
No tengo formas de decir las cosas, y casi siempre mi inconsciente termina hablando.
Poco a poco empecé a sentirme bien conmigo misma.
Ya no me dolía la soledad, se había convertido en mi amiga.
Y disfrutaba estar sola conmigo, podía cantar, bailar, dibujar y nadie juzgaba nada de lo que hacía, ni siquiera mis gustos musicales, ni mis decisiones.
Llego un punto en el que comenzó a darme igual lo que la gente pudiese decir de mí.
Me daba completamente igual, si querían juzgar o si me mal miraban.
Porque había aprendido a vivir con lo poquito que me quedaba y así, a mi manera, me sentía feliz.
Comencé a darme cuenta de los sentimientos de las demás personas, comencé a prestarles más atención, me volví más observadora y un poco más paciente, había aprendido a escuchar, y eso hacía.
Escuchaba cada palabra y analizaba como se sentían, porque yo no era la única que tenía sentimientos, que tenía duelos, o momentos de felicidad.
Podía escuchar a las personas hablar de sus tristezas, de sus creencias, de sus miedos.
Me gustaba ser esa persona con la que te podías abrir a contarle tus penas y pedirle un consejo, porque muy en el fondo me sentía importante.
Sentía que, a través de mi experiencia en la vida, podía orientar a otras personas para que fuesen mejores personas y supiesen como salir de cada situación sin que les afectara tanto.
Me gustaba escuchar las historias de amor y de desamor que las personas me confiaban.
Las historias de viajes y de una vida feliz o tan solo cuando me regalaban un poquito de ellas enseñándome sus canciones favoritas, sus películas o simplemente algo que era tan suyo, algo tan íntimo, que me regalaban.