Capítulo 33. Comsumida por el ardiente fuego de mi corazón.

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Sentada en el piso, con mirada fija en el bello cristal que asomaba a la ventana.. miraba al cielo.
Era de esos bellos días cuando el cielo es completamente blanco, cuando no hay nubes al rededor y el verde de los árboles se vuelve brillante.
Cuando mi corazón latía intensamente.
Pensaba.
¿Qué había pasado conmigo?
Realmente quise indagar en el pasado.
Pero a veces era muy complicado.
Recordar.
No podía recordar.
Era como si alguien hubiese borrado de mi memoria una parte de mi vida.
Esa parte donde todo era oscuridad.
Como si todo estuviese borroso.
Me aterraba.
Los flashazos que de la nada llegaban, me aterraban.
Pensaba en cómo es que recordaba los sucesos que poco a poco cambiaron completamente mi vida y la persona que era.
Tenía 6 fragmentos de quien era.
Y los diferenciaba por el color y el largo de mi cabello.
Mi cabello natural era largo y castaño oscuro.
Antes del destino cruel que me envenenó lo pinté de café.
Cuando las cosas empezaban a marchar mal, lo pinté de rojo.
Las cosas ya iban mal cuando lo pinté de rosa.
Mi año oscuro constaba de un cabello color morado azul y fucsia.
Y después lo corte, bañándolo de hermosos colores pastel, menta, pinky boo, púrpura.
Para ese entonces ya estaba mal.
Ya estaba completamente rota.
Completamente vacía.
Completamente sola. 
Ese fue el momento en el que perdí la emoción de vivir.
El sentido y la chispa que te hace vibrar cuando son las 5 de la tarde y el sol se ve radiante con un cielo azul y unas nubes blancas tan bonito, que lo disfrutas.
Yo no disfrutaba.
Vivía encerrada en mi eterno círculo negro.
Donde no quería a nadie cerca y a la vez quería a alguien dentro.
Ese momento en el que te dices a ti mismo que no necesitas a nadie, pero la soledad te desmorona.
Aunque no siempre es malo estar solo.
Convivir solamente conmigo me hizo fuerte, estar sola no era el problema.
Mis pensamientos lo eran.
Eso era lo que más miedo me daba.
Cuando me quedaba sola y me ponía a pensar en todas las veces que fui cobarde, que me rendí y que quise huir.
Todas esas veces donde sentía que la vida no tenía sentido y que no quería vivirla.
Cuando me asustaba y nadie escuchaba el latido de mi corazón, mis jadeos tan alarmantes como un grito desesperado a las 3 de la mañana. 
Nadie escuchaba mis lamentos porque yo no dejaba que me escucharan. 
Porque quería hablar pero yo misma me callaba.
Contradictorio, ¿eh?
Lágrimas ácidas y más ácidas que solo hacían que la desesperación incrementara.
Nadie podía calmarlo.
El océano dentro de mí estaba por desbordarse.
Y así, en medio de toda esa gente, que solo miraba una máscara, sonreía.
No quería preocupar a nadie.
Pero dolía tanto fingir ser fuerte.
Desmoronarse solo a mitad de la madrugada porque no puedes dormir, pensando en todos tus fracasos, pensando en lo idiota que has actuado.
¿Por qué seguir?
No había razones.
No había nada.
Me cerré a las personas.
Y no había más.
No quería más.
La vida que estaba viviendo ni siquiera era vida, era despertar todos los días para hacer lo mismo del día anterior, sin ganas y sin amor.
Era cansado, frustrante y triste.
No había alternativa..
Solo quedaba una salida.
Pero no lo hice..
No tuve valor para negociar el descanso que tanto anhelaba..
Pero..
No saltar al profundo vacío y quedar encerrada en un pozo de frío dolor que solo consumía mis fuerzas, fue la mejor decisión que había tomado en ese desastre que tenía por vida.
Porque la nube negra, no pudo conmigo, me enfrente a la tormenta.
Fui el huracán que creció al mar.
Y en ese momento la cosa cambio.
Ya no le tenía miedo a los truenos.
Ellos me tenían miedo a mi.
Al ardiente fuego que salía de mi corazón.
Incendio, un gran incendio que levantaba y soplaba la ceniza de un pasado que guardado se habría quedado, a un futuro que, de la ceniza, crearía un paisaje mejor, el paisaje que yo construiría a mi manera con mi esencia y mi amor.
La persona que era, no existía más.
Porque entre los escombros y las cenizas se quedaron esos pensamientos negativos, esos que eran como gasolina para mi alma de ardientes llamas.
Gasolina, que incrementaba el fuego.
Fuego que nadie pudo ni podría apagar.
Fuego que ardió en contra de mis leves ganas de vivir, que quemo los pensamientos recurrentes de un día a día sin cambiar.
Fuego que quemó todo rastro de aquella chica.
De aquella chica que era.
Sin metas ni razones.
Fuego que me consumió.
Fuego que me transformó.
Hermoso fuego que a mi corazón calmo.
Hermoso fuego que la calidez me devolvió.
Fuego, gracias, fuego.
Y el incendio no se apagó.
Pero la historia continuó...

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