Capítulo 8: Aves al Vuelo (Parte 2)

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—¡Dante! ¡Dante, cariño! Responde... ya estoy aquí mi amor... vengo a salvarte.

—E-Elizabeth, tengo que encontrar a Elizabeth —balbuceaba con voz débil.

—¡K! Ayúdame a bajarlo. ¿Cómo funciona esto? —golpeé la maquina con todas mis fuerzas, pero no hacía nada.

K pateó el caldero con tal fuerza que su contenido se cayó por todo el lugar y todo empezó a humear, incluso el Verdugo se despertó por el ardor gritando sin poder moverse.

Entonces fue cuando pude romper el mecanismo que sostenía las cadenas y el cuerpo de Dante, cayó en los brazos de K.

Al verlo de cerca no pude reconocerlo, mis lágrimas salían a chorros mientras sentía su cuerpo caliente al desnudo. Por todos lados tenía ese líquido color hueso, entonces fue que su aroma me hizo intuir que era, cera caliente.

Con la mano empecé a retirarle toda la cera del cuerpo mientras su cuerpo se mantenía inconsciente. Tenía ampollas supurantes y heridas graves por todas pates, pero de estas ya no salía sangre por más profundas que estuvieran. Había pedazos de piel muy sensibles por sus costillas, estaban negras, todo su cuerpo estaba hinchado, aunque estuviera mucho más delgado de lo que yo recordaba, tenía los pies negros y desprendían un olor como al de la carne asada.

Algo que me llamó completamente la atención es que tenía perforado el estómago, tenía tres agujeros bastante profundos en su estómago, pero no salía ni una gota de sangre.

En su rostro tenía una marca aún roja del látigo eléctrico del Verdugo, lo sé por qué tengo la misma forma de la marca en mis brazos.

No sabía qué hacer, llamaba a K desesperada, empecé a notar que su respiración se hacía más lenta al punto de solo tomar brisas para sus pulmones. K parecía alterado, lanzaba cosas del escritorio, revisaba cajones revolviendo el contenido de esta cámara de torturas.

—Admira la resistencia de los dioses —rio el anciano aún de cara al suelo de cera caliente—. No está más muerto ustedes. En verdad es una pena —tosía por el dolor—. De todos, este muchacho era el más apto.

K siguió buscando mientras que el cuerpo de Dante empezaba a enfriarse rápidamente, temblaba por momentos, pero me daba miedo que dejara de hacerlo y que me abandonara, no puedo seguir sin él y justo en ese momento se estaba yendo de mis brazos.

No dejaba de gritarle a K que hiciera algo, mi voz se rompía, mis sollozos no me permitían pronunciar palabras, un gran nudo en mi garganta se había atrancado hasta que por fin K apresurado le inyectó un líquido rojo y esperó impaciente sin resultado.

Entonces fue de regreso y le inyectó otro frasco de ese líquido rojo, pero nada servía, se desesperaba, volvía a golpear el cuerpo del anciano que se encontraba ahogándose en su propia sangre. Hasta que por fin lo tomó del cuello y alzándolo gritó.

—¡¿Dónde la tienes?! —agitaba el cuerpo del anciano.

—No se dé qué me estés hablando —su sonrisa desquiciante no había más que ensancharse.

—¿Sabes por qué aún no te he matado? Porque nosotros ya hemos tomado el complejo, tus estúpidos soldados no pudieron contra nuestro ejército y disfrutaré más el matarte en público lenta y dolorosamente junto con mis compañeros sin que tuvieras alguna posibilidad de sobrevivir. Todos tus artilugios de tortura serán usados en tu contra, así que si no quieres eso entonces dime ¡¿dónde mierda tienes el regenerarte que inventaste?!

—Tanto trabajo y esfuerzo y mira en lo que te has convertido, me das lastima —K lo golpeaba contra la pared y él seguía sin responder.

—No eres más que una rata, Kant, una rata con una hermosa hija —dijo K mientras lo arrojaba al suelo nuevamente—. Cuanto desearía poner mis garras en esa piel, jugosa y curveada; comprobar el orgullo alemán —esbozaba una sonrisa—. ¿Dónde la tienes?

Diarios de Guerra I :  Sobrevivir © [Completa, Re-Editanto] Gracias JeffsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora