Capítulo 1

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—¡Cuidado, Konrad! —gritó April.

La camioneta dio un giro brusco saliéndose de la carretera y levantando tierra por doquier. Konrad pisó el freno hasta el fondo y los cuatro ocupantes del vehículo se bambolearon abruptamente.

—¡Mierda, Konrad! —exclamó una chica desde las sillas traseras —. ¡Casi me sacas la cabeza!

—Perdóname, Verónica —dijo el conductor revisando con sus ojos a todos en el vehículo —. ¿Están bien?

—Sí —respondió Sídney que estaba junto a Verónica acomodándose su cabello rizado, castaño y desordenado —, todo bien por acá —agregó el chico.

—¿Qué fue eso? —preguntó April mirando a través de la ventana.

No logró distinguir nada en absoluto. Fijó sus ojos celestes protegidos por largas pestañas en el cielo y divisó la débil luna creciente abrazada por extensos nubarrones blancos que tapaban la poca luz que esta ofrecía.

—No sé —respondió Konrad —, no pude ver bien.

—¡Arranca ya! —exclamó Verónica —. A nadie le importa lo que estaba en el camino. Tengo que llegar a casa rápido.

—Debió ser un animal muerto —supuso Konrad y encendió la camioneta.

Un pitido agudo y molesto turbó los oídos de los ocupantes. Konrad detalló la pantalla de señales del auto descubriendo un testigo parpadeante, indicio de que un neumático estaba pinchado. ¡Ahora no! pensó.

—¿Qué pasa? —preguntó April.

—Se pinchó la camioneta —respondió Konrad.

—Mierda, mierda y más mierda, mi mamá va a matarme.

—Tranquila, Vero —dijo April con una serena sonrisa —. ¿Podemos llegar con el aire que le queda a el neumático?

—No —respondió Konrad —, está muy desinflada, prácticamente estamos sobre el rin.

—¡¿O sea veníamos pinchados hace tiempo y hasta ahora lo notaste?! —exclamó Verónica en una pregunta dando manotazos al aire.

—Sí, pero es que hasta ahora se encendió el testigo —sostuvo Konrad intentado excusarse.

—Pues solo tenemos que llamar a un remolque —propuso Sídney sacando su celular.

—Sid, estamos en medio del bosque, la señal acá no llega ni de milagro —aclaró April con toda la razón.

Sídney, incrédulo, intentó llamar y ocurrió justo lo que su amiga había vaticinado, el celular no tenía señal.

—No puede ser —suspiró Verónica y empujó con esfuerzo la puerta del auto abriéndola, se bajó de un salto y la cerró de golpe.

El entorno afuera cambió radicalmente. El frío penetró en sus huesos y le heló la sangre. Todo estaba calmado y sereno. Los robustos píceos, los delicados pinos y los altos abetos rodeaban la carretera por ambos lados y aparentaban ser lo único vivo en varios kilómetros a la redonda. Verónica observó al rededor y entendió porque ni April ni Konrad habían distinguido lo que ocasionó el alboroto. La única luz intensa pertenecía a los faros de la camioneta.

De fondo se escuchaban los grillos cantando e incluso, a lo lejos, el croar de sapos y ranas. La música que sonaba en la radio del auto lograba oírse también débilmente afuera. Era una melodía tan movida como repetitiva que le encantaba a Sídney y a April, no terminaba de convencer a Konrad y sacaba de quicio a Verónica.

—Ya que estás ahí sin hacer nada —dijo Konrad luego de bajarse del auto mientras le daba dos palmadas en el hombro a su amiga —, ayúdame a sacar el neumático de emergencia del portaequipaje.

Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora