Capítulo 10

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Sídney se despidió de April y Konrad, y salió de Aenean conduciendo su automóvil deportivo. La noche estaba clara, la lluvia ya se había detenido y no se veía ninguna persona por las aceras de Uspiam.

Recorrió el Bulevar Serendipity a toda velocidad hasta que giró para tomar la avenida 27 de Junio. La radio sintonizaba La 102, y Sídney decidió no molestarse en cambiarla. Una canción repetitiva y emocionante sonaba a todo volumen y aunque la odiara no podía resistirse a tararearla, lo hacía casi de manera automática.

—Bueno, espectaculares oyentes, es momento de recordarles que, el concurso para la familia Uspiam del año ya ha empezado. Esta vez los jurados serán el alcalde Thierry Lacroix, la directora del colegio Hui Ying Quan y quien les habla, su locutor favorito, Milos Betancur. Pero basta de tanta cháchara, ahora vamos con la canción titulada...

La radio tuvo interferencia por un momento y al segundo ya sonaba una canción. Sídney alargó su dedo para apagarlo, pero la interferencia volvió. Levantó su cabeza y en medio de la calle había una persona. Presionó el freno y el vehículo se detuvo a unos pocos centímetros de haber causado un accidente.

—Perdón, no lo vi —se excusó bajando y dirigiéndose a la persona que estaba de espaldas —. ¿Está bien?

Un frío recorrió el cuerpo de Sídney. Decidió hacer caso a sus instintos y volvió al auto. La radio aún tenía interferencia. Cuando intentó encender el motor no pasó nada, lo volvió a intentar una y otra vez más, todas con el mismo resultado infructuoso.

Alzó su cabeza y vio como la persona, se volteaba lentamente. Temblando, intentó encender el auto, pero no lo lograba. El rostro se hizo visible y Sídney quedó inmóvil. La persona a la que casi había estrellado no tenía cara en absoluto, era completamente blanco como una nube de verano. La interferencia de la radio se esfumó porque este se apagó. El cuerpo de Sídney se estremeció al tiempo que el sin rostro daba pasos hacia el auto.

Abrió la puerta y salió. Echó a andar a paso ligero, sin mirar atrás. Dobló en una esquina y vio a una persona de pelo largo caminando lentamente.

—¡Señora! —gritó alcanzándola y esta se detuvo —. Mi auto se averió allá atrás...

Cuando giró la cabeza el sin rostro doblaba la esquina.

—¡Vea! —gritó.

Detalló a la señora, pero empalideció al observar su cara. Tampoco tenía rostro, era totalmente blanca. Del susto tropezó y se vino abajo. Inmediatamente recordó a Konrad hablando sobre los ogros. Era cierto todo lo que decía, ya no le cabía la menor duda.

Se incorporó con temor y corrió, dobló otra esquina y siguió calle abajo sin pensar en detenerse. Podría parar en las casas cercanas a pedir ayuda, pero sus padres no lo iban a perdonar si llegaba tarde a una cena con el alcalde, y los sin rostro eran una excusa pésima.

Luego de ver al primer arce supo que había entrado en Coelum, el barrio donde residía, y distinguió su edificio, el más alto de Uspiam, entre otros más pequeños a cuantas unas cuadras. Había sido edificado por la empresa de construcción de su padre, Wolkenkratzer Builders, y su familia habitaba la octava planta, la última y la más lujosa.

Solo cuando tuvo agarrado el alargado picaporte de la puerta principal de su vivienda fue capaz de mirar hacia atrás. Ya no había nada, ni gente, ni los sin rostro. Se introdujo en el edificio y después en el elevador. Oprimió el único botón que no estaba numerado, en cambio, se podía leer Rossell. La música clásica que sonaba lo ayudó a clamarse un poco hasta que subió a su departamento. El primer salón por el que anduvo servía como un recatado y sobrio jardín interior. Tan solo crecían unas pocas plantas de costos exorbitantes dentro de macetas de cristal ubicadas sobre pilares blancos iluminados por suaves luces.

Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora