La luna estaba en su punto más alto y las estrellas alumbraban a su alrededor. El Bulevar Yanshi permanecía despejado y ningún carro lo había cruzado en más de una hora. Verónica observaba desde abajo la Cordillera de Las Carolas mientras sus manos arrancaban pedacitos de césped silvestre. No entendía por qué Belmont la había citado para su primer entrenamiento ahí, en la lindera con las montañas y junto al rio Chaud.
—No debes arrancar la hierba.
—Al fin llegas, rata —dijo Verónica sin voltear a ver a Belmont.
—Tenía asuntos que atender, pero no perdamos más tiempo, es hora de empezar.
La rubia se giró y vio que Belmont enseñaba su verdadera apariencia élfica de ojos violetas y orejas puntiagudas, también, mostrándose más retador que nunca, usaba una armadura similar a la que portaba la guardia de su padre.
—¿Con qué empezamos? —preguntó moviendo sus tennis sobre la tierra —. Me gustaría hacer huecos de nuevo, pero más grandes, lo suficiente para sumir el colegio y no tener que volver.
—Debes quitarte los zapatos.
—¡¿Los zapatos?!
Belmont sacó de su espalda un largo bastón elaborado con bambú y en un abrir y cerrar de ojos lo movió por entre los pies de Verónica tirándola al césped.
—Aprende a obedecer —dijo el elfo extendiéndole una mano para que se incorporara.
—No necesito tu ayuda —dijo Verónica y luego, de un brinco, quedó en pie.
—Si no te quitas los zapatos será imposible que sientas a tu elemento, debes familiarizarte con él. Dime cuantas veces has tocado la tierra en tu vida.
La chica no tuvo una respuesta, pero era claro, nadie solía caminar descalzo por la tierra y menos tocarla por diversión.
—Quizá cuando era niña.
—Exactamente por eso debes quitarte los zapatos —dijo Belmont y Verónica obedeció.
Lanzó los tennis y los calcetines cortos a unos metros de distancia para luego sentir el suelo con sus pies desnudos. Experimentó un gusto y, entretenida, pasó la tierra por entre sus dedos.
—Perfecto —dijo Belmont —. Tu primera lección es escuchar.
—¿El palpito de la tierra o algo así? —preguntó Verónica ansiosa.
—No, mi voz —dijo el elfo sentándose en el suelo —. Tú, no —se apresuró a ordenar cuando vio que ella pensaba imitarlo —. Debes mejorar tu estado físico. Corre desde esa roca hasta ese arbusto, detente solo cuando yo lo indique y no dejes de escucharme por ninguna razón.
Verónica puso sus ojos en blanco y arrancó. Correr sin zapatos era extraño y algunas veces incómodo, todo lo demás iba a la perfección.
—Jugar futbol te ha dado buena resistencia y una increíble coordinación entre tus ojos y tus piernas —continuó el elfo —, asimismo, te ha hecho olvidar de la existencia de tus brazos y manos, y para controlar la tierra necesitarás perfecto conocimiento de todas tus extremidades. De ahora en adelante, en lugar de dormir en las clases, harás origami.
—¡¿Qué?! —exclamó Verónica deteniéndose en seco.
—No te dije que pararas —recordó Belmont y un golpe de su vara dio contra la espalda de Verónica que despidió un quejido —. Esto es un , y cada vez que desobedezcas recibirás un impacto.
—No me puedes hacer eso, maldita rata —otro golpe dio contra su espalda —¡Mierda! —exclamó antes de continuar corriendo.
—Como decía, harás origami, inicialmente será algo básico y con el tiempo mejorarás.
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Las Gemas De Uspiam
FantasyApril, Veronica, Konrad y Sidney son cuatro adolescentes que viven en un tranquilo pueblo en medio de una enorme reserva forestal donde nunca ocurre nada emocionante. Al menos hasta aquel día en el que los cuatro amigos son obligados a detenerse med...