Capítulo 11

2.6K 327 34
                                    

April tenía todo su cerebro enfocado en el tablero. Un profesor pequeño, tanto hacia arriba como hacia los lados, de nariz minúscula y gafas redondas, impartía la clase de biología, su favorita y donde ostentaba las calificaciones más altas.

El celular que estaba sobre su escritorio vibró debido a un mensaje, haciéndola perder la atención.

Marycella: ¡Hey! ¿ya viste al rubio sentado en diagonal tuyo?

April tomó el celular a escondidas, evitando que el profesor lo notara y respondió.

April: Sí, desde el primer día. Si no estoy mal su nombre es Belmont ¿qué pasa con él?

Marycella: ¡¿Que qué pasa?! ¡¿estás ciega?! Es hermoso, mira ese cabello, ¡es casi blanco!, parece sacado de un cuento.

April: Sí, es lindo.

Marycella: ¡¿Solo lindo?! Nena, no sé qué pasa contigo. Tenemos que ir a buscarte unas gafas a ver si tu vista mejora.

April: Jajajaja, pero te dije que si era lindo ¿qué más quieres?

Marycella: Nada. Solo creo que por fin le llegó reemplazo a Sídney.

El timbre del colegio sonó, y April agarró sus cosas. Volvió a mirar al chico mencionado por su amiga y sus miradas se encontraron fugazmente. Tenía los ojos cafés. Al salir al pasillo Marycella la abordó.

—No sé cómo no te gusta —dijo —, es hermoso. Ya te dije que inclusive dejaría al genio de Sídney.

—No lo conozco ¿cómo me va a gustar? —preguntó April —, y no me causa gracia tu actitud hacia Sídney.

—Perdón, nena, no es para tanto —se disculpó Marycella —. ¿Qué vamos a hacer hoy en la tarde? ¿café o manicure?

—Manicure, mis uñas están desechas —dijo April mostrando las manos.

—Bueno, nena, me escribes entonces. Mi próxima clase es en la otra esquina del colegio y ya voy tarde.

Marycella desapareció y April abrió su casillero. Ahora el diamante estaba en su villa, muy bien escondido, lejos de extraños curiosos. Buscó los libros para la siguiente clase y los sacó con cuidado. De repente alguien cerró la puerta del casillero sobre su nariz y ella dio un brinco. El responsable estaba a su lado, era Belmont, el chico rubio del que Marycella no paraba de hablar.

—¿Dónde las encontraron? —preguntó sin apartar la mirada de sus ojos.

—¿Qué? —preguntó April confundida —. ¿Quién eres?

—Soy Belmont Storgard, y sabes a lo que me refiero.

—No...no sé —titubeó April sin parar de organizar sus libros.

—Las gemas, ¿dónde las encontraron tú y tus amigos?

—¿Cuáles gemas? —preguntó April intentando ocultar sus nervios.

—Tienes que decirme —insistió el rubio.

—No...no sé de qué hablas.

—Tenemos que hablar, debo explicarles, pero no puedo aquí, tenemos que ir al bosque...

—¡No te conozco! —exclamó April retirándose un poco —, y no voy a ir a ninguna parte contigo y tampoco sé de qué gemas hablas.

—No te puedes ir —dijo Belmont levantando un brazo con agilidad impresionante y obstaculizando su camino —, no hasta que aceptes hablar conmigo.

—Estoy frente a ti, dime lo que quieras.

—No puedo, no aquí...

—Señorita Crimson, señor Storgard —dijo una voz suave.

Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora