Capítulo 37

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El camino empedrado que conducía a la villa de los Crimson estaba encharcado por las fuertes lluvias que no habían cesado en horas, y Verónica, Sídney, April y Konrad caminaban por allí a toda prisa buscando refugio. Las lijas se sacudían por el viento y las flores que rodeaban la fuente de la entrada luchaban por no ahogarse bajo el agua.

—Maldito clima —gruñó Verónica al entrar en el vestíbulo seguida de sus amigos.

La villa estaba especialmente calmada para los ajetreos que se solían dar a la hora de la cena. No se escuchaban los gritos de Dorotea, los golpetazos a las ollas y tampoco las risas de sus padres, pero por supuesto todas las puertas estaban abiertas.

—¿No hay nadie? —preguntó Sídney batiendo su cabello para secarlo.

—No —contestó April caminando hacia el comedor —, mis padres están cenando en Brouillard y le dieron la tarde libre a Dorotea.

Un rayo alumbró la villa cuando penetraron en la cocina y un trueno salvaje hizo que todos dieran un pequeño brinco.

—¿Qué averiguaron? —preguntó Konrad.

—¿Quieren algo de beber? —preguntó April abriendo la alacena y sacando un té de manzanilla —. No encontré el periódico, pero hablé con el señor Okumura, él escribió la noticia...

—Yo quiero un café cargado —respondió Konrad mirando al bello jardín a través de la ventana.

—Ahí está la cafetera, sírvelo —dijo April poniendo agua a calentar en la estufa antes de continuar con su historia —. El señor Okumura me dijo que nadie tenía ni idea de que le había pasado a Bernie. Al camión lo encontraron en medio de la carretera, cerca al camino del hospital psiquiátrico.

—¿Y qué dijo la policía? —preguntó Verónica mientras oprimía constantemente un botón del refrigerador que soltaba un sonidito adictivo —, y yo quiero una soda.

—Puede que haya alguna en el refrigerador, solo las compramos para el jardinero —indicó April —. La policía no sabe nada, los resultados de las pruebas llegarán algún día, los enviaron a una ciudad que sí tenía equipos para analizarlas.

Verónica dejó de oprimir el botón para abrir el refrigerador de dos puertas, que desprendió una luz blanca deslumbrante causándole molestia en los ojos. Al fondo había tres botellas de soda y tomó una. Sídney no pidió nada, solo tomó un vaso y sirvió agua de la llave.

—Conocí a los heliópatas, parecen humanos envueltos en llamas —dijo Konrad —. Les ordené ir a Lenandorf, pero se rehusaron. No se llevan bien con los elfos.

Acabó de preparar el café y se sentó sobre la mesilla del té junto a la puerta del jardín y, un segundo después, Sídney lo imitó.

—Entonces, tenemos a Bernie desaparecido, sin rastro, ok. Tu turno Verónica —continuó Konrad dando un sorbo a su café.

—Takiyah me mostró los registros...

—¿Le mandaste mis saludes? —interrumpió April sentándose junto de Konrad con su vaporoso té de manzanilla.

—¿Tus saludes? —dijo Verónica levantando una ceja —. Está loca, casi no me da los registros, no se callaba con sus cosas sobre calma y paz interior. Sídney al fin sirvió para algo, Takiyah conoce a su mamá y eso la aflojó para que nos diera el registro.

—¿Y qué decía? —preguntó Konrad batiendo su pie sin descanso de arriba a abajo.

—Al venado lo asesinaron. En sus notas, el guardabosque escribió que lo habían acuchillado y dejado sobre la carretera —dijo Verónica recostándose sobre el mesón que sostenía la estufa —, y eso no fue lo peor. Al salir nos encontramos con Klervy y sus amigas, nos atacaron y dijeron que tenían que mantenernos ocupados...

Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora