Capítulo 9

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—Tengo que irme, hija —dijo una mujer joven de cabellos dorados al tiempo que ubicaba un chile en nogada sobre la simple mesa junto a un vaporoso ajiaco.

—¿Otra vez? —preguntó Verónica sentándose frente a la comida recién servida —. No puedes seguir tomando turnos dobles todos los días, mamá, ya ni siquiera tienes tiempo para dormir.

—Quiera o no, tengo que hacerlo —afirmó Franchesca Lazzari abriendo el refrigerador. No tenemos dinero para costear los impuestos de la casa y todavía no he pagado lo que pedí prestado para comprarte ese nuevo celular —agregó al extraer una lijonada.

Verónica se sintió culpable. Su madre a duras penas ganaba lo suficiente para sustentarla como recepcionista en el hotel Hipnos y ella había roto su celular como si el dinero les sobrara.

—Sabes, mamá, yo podría trabajar también...

—Por supuesto que no.

—Podría ser un trabajo a medio tiempo —se apresuró a decir Verónica ante la negativa —. No tendría que dejar el colegio.

—No, Verónica —dijo Franchesca ubicando la lijonada junto al chile en nogada.

—Por favor, mamá. No puedes mantener a esta familia sola.

—¡Claro que sí puedo! Lo he hecho por 16 años y continuaré haciéndolo.

—No entiendo por qué no aceptas mi ayuda.

—¡No es tan sencillo, Verónica! —exclamó Franchesca alzando la voz.

Hubo un momento de tensión y la señora Lazzari tomó asiento para después sumir su cabeza entre las manos.

—Hija —dijo retomando un tono de voz normal —, el estudio es primordial y si verdaderamente quieres ayudar a esta familia tienes que estudiar para ser alguien en la vida.

—Tú te matas trabajando y yo solo leo libros que ni siquiera me interesan...

—Casi repruebas el año pasado, Verónica, y tu única responsabilidad era estudiar, igual que lo es ahora y lo seguirá siendo hasta que te gradúes.

—Por ahora no tengo opción —gruñó la chica —, pero cuando me gradúe, me mudaré a una gran ciudad y conseguiré un empleo que me permitirá ayudarte.

—También te equivocas —dijo Franchesca acariciando unos mechones del cabello de su hija —. Irás a la universidad y solo entonces conseguirás un empleo bien remunerado en la ciudad que quieras.

—¿Y con qué pagarás la universidad? ¿No es suficiente con todos los préstamos que hiciste para comprar esta casa?

—Por las aguas de Uspiam, Verónica —suspiró su madre levantándose de la silla —. Cuando termines, lava la loza y luego puedes ir al hospital. Dale saludes y buenos deseos a Konrad de mi parte.

Verónica recibió un beso de su madre en cada mejilla junto a un abrazo.

—Te quiero, mamá —dijo cuando su madre, lista para irse, se acercaba a la puerta.

—Y yo te amo, Verónica —le lanzó un beso por el aire y cerró la puerta tras ella.

La chica quedó sola en el pequeño comedor que estaba junto a la diminuta cocina y la humilde sala. No había notado lo hambrienta que estaba debido a la tensa conversación con su madre. Primero tomó el delicioso ajiaco dando largos sorbos directamente desde la escudilla. Para su suerte, las buenas maneras de comer que tanto usaban en Uspiam no importaban en la privacidad en la que se encontraba.

Al acabar el ajiaco, un ladrido llamó su atención. Con el vaso de lijonada en la mano se acercó a la puerta del patio trasero y la abrió. Un perro gigante y negro, raza terranova apareció corriendo hacia ella.

Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora