Capítulo 39

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Sídney abrió sus ojos poco a poco, sin prisa, y entre más distinguía, más confundido se sentía. La brillante luz del lugar era insoportable. Estaba acostado y restregó sus ojos con las manos para ver mejor. Se encontraba en una habitación de paredes blancas como la cal y las sabanas que lo cubrían también imitaban ese color.

—¡Cielo! —exclamó una voz femenina con alegría —, al fin despertaste.

Sídney volteó y vio a su madre, Julia, yendo hacia él con los brazos abiertos.

—¡Mamá!

Julia lo rodeó con sus brazos y le dio un abrazo que duró poco, sin embargo, en la mente del chico se sintieron como siglos. Esa muestra de cariño hizo que simplemente olvidará todas las cosas que le preocupaban, el colegio, las gemas, el veneficus, todo se fue de su mente. Extendió sus brazos y también abrazó a su madre.

—Estuve tan preocupada, cielo ... —dijo Julia mientras no paraba de darle besos por toda la cara a su hijo — ... los médicos dijeron ... que no había ... nada malo ... que despertarías rápido ... fueron tres largos días.

¡¿Tres días?! había estado inconsciente por tres días. ¿Dónde estaba el veneficus? ¿y April, Konrad y Verónica? ¿y los elfos, las hadas y los heliópatas? Su mente daba saltos como un sapo en una laguna, de tema en tema.

—Mamá ¿dónde están mis amigos? —preguntó Sídney cuando Julia paró de darle besos y se sentó a su lado sobre la camilla, ahora acariciándole el cabello.

—No sé si soy de los amigos que buscas, pero aquí estoy yo —dijo alguien que se escuchaba familiar.

A su lado, en otra camilla, reposaba Konrad sentado y con una taza de café en la mano.

—¿Y April y Verónica? —preguntó Sídney ansioso.

—Están en otra habitación, cielo, no te preocupes por ellas ahora, es mejor que descanses. Fuiste el que más se demoró en despertar...

—¡Konrad! ¡Konrad! —se escuchó a alguien gritar afuera de la habitación —¡Konrad Brunner!  ¡¿Dónde está?!

—¡Por acá, abuela! —grito Konrad y unos segundos después la puerta que estaba entrecerrada terminó de abrirse.

Una mujer de tronco estrecho y caderas anchas irrumpió agitada en la habitación, su cara era redonda y su piel llena de arrugas muy blanca. Vestía una camisa de flores llamativa, un pantalón negro que subía hasta más arriba de la cintura y, además, sobre todo eso, llevaba un chal rojo que batía con cada paso.

—¡Nieto! —exclamó la anciana dando pasos hacia Konrad —. ¿Cómo está?

—Bien abuelita ¿y usted? —preguntó Konrad con emoción y con una sonrisa extrañamente inusual en él.

Se incorporó, bajándose de la camilla y abrasó a su abuela.

—Muy bien —dijo la anciana poniendo un enorme bolso que traía colgando de su hombro sobre una mesa que se encontraba allí mientras le apretaba la mano a su nieto.

—¡Julia! —gritó la anciana al ver a la mamá de Sídney.

—Señora María Antonia, ¿cómo ha estado? —preguntó Julia y se besaron en ambas mejillas.

—Que milagro verla —dijo María Antonia con emoción —, y este de por acá si no me equivoco es Sídney.

—Señora María Antonia... —dijo Sídney incorporándose y tirando con su brazo un vaso de agua que estaba sobre la mesa.

—¡Por las aguas de Uspiam! tenga cuidado —le dijo la anciana a Sídney —. ¡Enfermera! ¡enfermera! ¡necesitamos una enfermera! —gritó con fuerza —. ¿En este hospital todos están sordos o qué?

Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora