El lugar estaba completamente oscuro, Sídney había llegado ahí luego de que la niebla lo consumiera en el bosque cuando estaba junto a Verónica. Había tratado varias veces de encontrar una salida, pero siempre encontraba una pared que le impedía seguir.
A lo lejos escuchaba voces, pero lo que decían era incomprensible. Mantuvo la calma y aburrido se sentó en el suelo. Las voces siguieron por un largo rato, sonaban como una gran multitud y no se callaban ni por un segundo.
Un brillo de luz apareció a lo lejos y entre más se acercaba, Sídney más lo distinguía. Era una antorcha que emanaba fuego, sostenida por alguien vestido completamente de negro y con su cara oculta. Cuando tuvo la luz suficientemente cerca, notó que estaba en una pequeña celda hecha de piedra. Había paredes en tres de los cuatro lados y el sobrante tenía picos de roca que imitaban unas rejas.
Vio la cara de quien sostenía la antorcha, era una mujer albina y de cabello al ras de la cabeza, ella levantó un brazo y las rejas explotaron tirando pedazos de roca por todo lado.
—Vamos muchacho —ordenó la mujer indicándole el camino con una mano.
Sídney se puso en pie y caminó. Dejó la celda y pasó por un corredor de piedra. La mujer le siguió cada uno de sus pasos. Las voces, entre más avanzaban, eran más claras y agudas y no escatimaban en vitorear toda clase de insultos.
Con la mujer pisándole los talones anduvo por otro par de minutos y luego arribó a una parte amplia de la que parecía ser una cueva, donde muchas mujeres yacían ubicadas alrededor de una enorme hoguera que proporcionaba luz a todo el recinto. Al ver entrar a Sídney, todas guardaron silencio y abrieron un camino para que pasara directo a la hoguera.
Deambuló mientras que ojeaba a las mujeres. Todas se notaban ansiosas, como esperando algo con mucha gana. Una se lamió los labios con su lengua, otra, intentó olfatearlo cuando pasaba y una más le sobó levemente el cabello.
Sin previo aviso una de las tantas mujeres saltó de la multitud obstruyéndole el camino y sonriéndole insanamente.
—¡No hermana! ¡Tenemos que esperar! —dijo alguien en un grito vigoroso y prepotente.
La voz pertenecía a una mujer que apareció caminando sensualmente, meneando sus muy anchas caderas de lado a lado. Su cuerpo tenía curvas muy protuberantes, parecía un reloj de arena exagerado. Usaba sobre el tronco un corsé que apretaba su cintura y abajo una falda ancha que caía a través de sus piernas y se arrastraba en el piso. Poseía un cabello blanco como algodón que bajaba sin la mínima ondulación hasta sus rodillas.
—Bienvenido niño —dijo la mujer acercándose demasiado a la cara de Sídney.
Su tez recordaba al bronce sin brillo, sus labios gruesos a la sangre y sus ojos color negro, bajo largas pestañas blancas, a la obsidiana más oscura.
—Soy Klervy —aclaró la mujer estirando su brazo y quebrando levemente la mano, adornada con prolongadas y cuidadas uñas en la punta de cada dedo —, encantada.
Sídney no sabía cómo reaccionar. Se estaba dirigiendo a él, no cabía la menor duda.
—Yo soy Sídney Rossell —dijo estirando su mano para apretar la de ella.
Klervy inmediatamente alzó una mano y azotó la cara de Sídney con una cachetada que causó eco en el lugar.
—¡Niño insolente! —exclamó la mujer —. Esa no es forma de presentarse ante una dama.
—Lo ... lo lamento, perdón —titubeó Sídney confundido al tiempo que se sobaba su mejilla colorada y adolorida.
—No lo lamentes, corrige tu error y salúdame de nuevo —ordenó Klervy y de nuevo estiró su brazo quebrando la mano.
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Las Gemas De Uspiam
FantasyApril, Veronica, Konrad y Sidney son cuatro adolescentes que viven en un tranquilo pueblo en medio de una enorme reserva forestal donde nunca ocurre nada emocionante. Al menos hasta aquel día en el que los cuatro amigos son obligados a detenerse med...