Capítulo 40

2.4K 247 33
                                    

Para cuando llegó el día de la fiesta del cumpleaños de Verónica, la villa de los Crimson estaba como nueva. Bajo la excusa de otro extraño sismo que había ocasionado la destrucción, la familia había ordenado reparar el lugar. Aquella noche, el jardín estaba atiborrado con decoraciones festivas. Bombas de distintos colores que flotaban aquí y allá e impedían la vista a algunos despistados que se perdían en su fluorescencia. El agua de la piscina reflejaba una estridente tonalidad rosada, gracias al colorante que Sídney había vertido, y por el suelo volaban pedazos de papel brillante y deslumbrantes aros repletos de neón.

Los ánimos se habían calmado luego del ataque del veneficus aunque tan solo hubieran pasado unos pocos días y, en su lugar, se respiraba un aire de felicidad efímero y digno de una noche como aquella.

Hacia una esquina se encontraba una mesa con tantos dulces, postres y bebidas fosforescentes que hubiese podido alimentar a todo el pueblo. Marycella, April y Tamiko habían intentado preparar los bocadillos para la fiesta, pero lo único que habían conseguido era la destrucción completa de la cocina, loza sucia y varios intentos fallidos, optando por encargar todo a una panadería de Brouillard.

Unos bafles pequeños colgaban de las columnas y junto con unos más grandes sobre el piso, soltaban vivarachas canciones de moda. Los jóvenes sentados eran pocos, los demás bailaban sin cesar al ritmo de la música, prestándole poca atención a los pisotones y apretujamientos constantes. Uspiam era un pueblo que disfrutaba mucho de la danza, era una cualidad que se heredaba y todos allí tenían el gen.

—¿Cuánto dinero gastaron haciendo esto? —preguntó Verónica detallando un florero, que, hacía a su vez de centro de mesa, adornado con lisianthus violetas y brillosos —. Hubiese preferido un regalo con el dinero.

April danzaba con Sídney la quinta canción sin haber descansado ni un solo minuto mientras Elio Zaccarello se deshacía de su suéter para sacar brillo a la pista de baile luego de ubicar un regalo sobre una pila con muchos otros.

Verónica no pudo evitar la curiosidad y, junto a Konrad, se acercó a la pila a husmear, ansiosa, entre el papel de los regalos para saber su contenido antes de tiempo.

—Ojalá toda esta gente haya traído cosas que valgan la pena —gruñó Verónica alzando una caja empacada y tanteando su peso —, mis mejillas se están entumeciendo de tanto sonreírles.

—Dale gracias a April y a Sídney —dijo Konrad alzando un vaso lleno de ponche y señalando al gran letrero que decía: ¡Feliz Cumpleaños, Vero!

Si a la fiesta solo hubiesen asistido los amigos de Verónica, el lugar estaría casi vacío, por eso, April y Sídney tuvieron que alterar bastante la lista original e incluir a sus propios invitados, sin darse cuenta que, quizá por la emoción, se habían pasado del límite. A algunos jóvenes la cumpleañera solo los había visto por los pasillos del colegio e incluso había de cursos menores y mayores.

—¿Y dónde está Dasha? no he visto su feo pelo rojo esta noche —preguntó Verónica tomando asiento.

—No vino, sigue furiosa —respondió Konrad —. Le di la tarjeta y solo la recibió, ni siquiera me dio las gracias.

—Pues que bien. Un brindis por la única cosa buena que ha hecho Dasha en años —dijo Verónica chocando su vaso con el de su amigo.

April por fin se cansó de tanto bailar, sus pies ya no soportaban la incomodidad de los tacones, y fue junto a sus dos amigos. Sídney, en cambio, buscó a Marycella para continuar.

—Estoy tan cansada —dijo April en un suspiro al sentarse para luego acomodar su vestido naranja fluorescente, evitando así contratiempos —, hacía tanto que no teníamos una fiesta.

Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora