Capítulo 14

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El cerrojo de la puerta se abrió y su sonido hizo eco en la pequeña habitación. Un hombre viejo encendió la luz y dio un pequeño salto del susto al ver a April acurrucada. Retomó la respiración y con voz entrecortada habló.

—Señorita ¿qué hace usted aquí?

—Buenos días, señor.

—¿Días? querrá decir usted tardes.

April ignoraba cuánto tiempo había pasado ahí encerrada, pero no le explicaría nada al conserje.

—Sí, perdón, me confundí —dijo saliendo del pequeño cuarto.

La luz del sol la encegueció mientras caminaba rápido por todos los pasillos con un solo fin, buscar a Belmont y averiguar a qué se debía tanto alboroto. Andando recordó a sus amigos y pensó dónde podrían estar en ese momento y por qué no la habían buscado. Para ella la respuesta más lógica era que no habían notado su ausencia y no los culpaba, debían estar muy ocupados en sus asuntos.

—Perdón —dijo sin saber que había chocado con Belmont a unos pasos de la cafetería.

—¡April!

—¡Belmont! —exclamó la chica —, creo que ahora si te escucharé, dime lo que me tengas que decir.

—No puedo hacerlo aquí.

—Tienes que —insistió April —. ¡Una cosa casi me mata por la mañana! Sacó su larga y asquerosa lengua y la enrolló en mi brazo y todo por seguir a ese pájaro.

—¡Los aswangs! —exclamó Belmont con inquietud.

—¿Los qué?

—Escúchame bien, April —dijo tomándola suavemente por los hombros —, no se separen por nada del mundo.

—¿Qué? —preguntó April perdida en la conversación.

—No pierdas de vista ni a Konrad, ni a Verónica y tampoco a Sídney.

—Ni siquiera sé dónde están...

—Me tengo que ir ahora mismo —insistió Belmont —, prométeme que me harás caso.

—Ni siquiera...

—No se preocupen por las gemas, ahora ya no valen nada, lo importante son ustedes —aclaró Belmont y salió de la vista de April con un trote rápido y vigoroso.

La chica quedó inmensamente confundida. Belmont sabía muchas cosas y no le había dicho nada. A demás, había mencionado las gemas, y que esas piedras preciosas tuvieran algo que ver era una posibilidad que nadie había contemplado, las habían encontrado hacía más de un mes.

Igualmente, fuese por recomendación de Belmont o no, debía encontrar a sus amigos. Alzó la mirada para andar y vio a Paulo muy cerca de su cara.

—¿Cómo está la mujer más bella del colegio? —dijo el chico mientras obstaculizaba su salida con una pose de prepotencia.

—¡Paulo! —exclamó April —. ¿De dónde saliste?, no te vi.

—¿Te estaba molestando el nuevo? —preguntó Paulo sacándose las yucas de los nudillos —. Sabes que solo es necesario un sí y le romperé los dientes.

—No, no, él solo estaba hablándome —dijo April sumida en sus pensamientos.

—¡Qué bueno! Porque caminaba por acá y pensé ¿qué tal si invito a salir a una chica sexy? y apareciste tú. No puede ser una coincidencia ¿verdad?

—¡Oh! —exclamó April fingiendo una suave sonrisa—. ¿Me estás invitando a salir?

—Sí, es una cita, si así lo quieres llamar —dijo Paulo picándole un ojo —. Podemos comer pizza o tomar un café. Lo que tú quieras...

—Es una propuesta tentadora —interrumpió April afanada —, pero tengo asuntos importantes que resolver en este momento. Si me decido, yo te llamo —mintió y realizó una maniobra pasando por entre el chico y la pared.

Paulo siempre había tenido un interés en ella, igual que en todas las chicas del colegio. Era la estrella de futbol de Uspiam y desde que lo habían nombrado capitán su ego no había hecho nada más que aumentar. Con su poder en el equipo, Paulo era feliz relegando a Sídney a una posición no tan importante en el equipo o dejándolo en la banca. La razón no era un desempeño deficiente, al contrario, Sídney era un jugador íntegro y con buen nivel físico, todo se debía a una competencia por demostrar quién era el mejor galán del pueblo. Paulo nunca perdía la oportunidad para burlarse de su amigo y denigrarlo frente a todos, en una especie de juego por demostrar más poder.

Al llegar a la cafetería, April buscó a sus amigos, pero no los encontró, solo vio a Marycella sentada en el prado con otros chicos.

—¡Mary! —exclamó April.

—Hola, nena, estabas más perdida que la inteligencia de Sídney —dijo Marycella con una risa —. Medio colegio me ha preguntado por ti: el comité de política estudiantil, el club de debate, Paulo, Tamiko, ah y también Konrad y el sí que se veía mal.

—¡¿Konrad?! No puede ser ... el debería estar en su casa descansando.

—Lo mismo pensé yo cuando lo vi, nena, estaba pálido y creo que temblaba. Me preguntó por ti y se fue corriendo.

—No Konrad —murmuró April para sí misma, llevando sus manos a la frente.

—No se te olvide la manicura de hoy, nena...

—Creo que tendremos que aplazarla.

—¿Por? —preguntó Marycella —. Y no me digas que es porque tienes tareas. Un viernes nadie hace tareas.

—Tengo algunos problemas, después te cuento.

—Está bien. Si necesitas a Konrad hace unos minutos estaba por acá en algún lado, junto con Verónica, Dasha y Belmont —dijo picando un ojo acompañado de una pícara sonrisa.

—Belmont —susurró April.

—Sí, y si no conociera a Verónica y a Dasha diría que nos lo están quitando —dijo Marycella —, pero eso es imposible, las conozco bien —rompió en carcajadas.

—¿Sabes qué estaban haciendo todos juntos? —preguntó April.

—No sé, nena ... En fin, le diré a Tamiko que vayamos a hacernos la manicura ya que tu no quieres —dijo Marycella dándole un beso a April en cada mejilla.

—Chao, Mary, cuídate —dijo April y Marycella se fue.

April dio la vuelta sin saber exactamente a dónde dirigirse y unas gotas de agua cayeron del cielo opaco sobre el prado y sobre ella. Sin entender por qué, las gotas la hacían sentir cómoda y relajada. Siempre había preferido el sol y el calor, pero en ese momento algo raro le sucedía. La poca gente que aún quedaba corrió a refugiarse de la lluvia cada vez más fuerte, pero ella sin importar nada, siguió ahí, en medio del aguacero.

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Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora