Capítulo 32

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Konrad no dejaba de analizar, noche tras noche, el tablero lleno de datos que había instalado con anterioridad en la habitación de su hermana, siempre con el apoyo una taza de café cargado.

Lo que Belmont investigaba y se negaba a contarles, debía estar entre toda esa información, sencillamente tenía que unir piezas para descubrir de que se trataba. Aquella noche, como las demás, miró fijamente al tablero, como si lo desafiara y sus neuronas no demoraron en funcionar a toda máquina. La noche que encontraron las gemas, el camión, el venado, la desaparición de Bernie Walker, las brujas, los aswangs, los ujës, el vendedor de sashimi, todo debía tener alguna conexión. Un plan se estaba fraguando entre las limpias calles, los miles de árboles sobre las aceras y los cuidados jardines de las casas de concreto de Uspiam.

El apellido Walker se le hacía conocido, pero no lograba saber por qué, al pensar en ello siempre terminaba recordando algunas frases de El Perfume de Patrick Süskind e inevitablemente también en los cabellos color vino tinto de Dasha. Tenía que dejar de pensar en ella a como diera lugar, le quitaba tiempo y concentración.

Subió al desván para buscar entre tantos libros la sección de literatura alemana y terminó por encontrar la novela que buscaba entre La Metamorfosis de Franz Kafka y Muerte En Venecia de Thomas Mann. Con cuidado extrajo El Perfume y al abrirlo, todo tuvo sentido.

Un pequeño y olvidado trozo de periódico salió de entre las hojas, devolviéndole a Konrad la memoria. Por fin supo donde había visto el apellido Walker, aparecía en el titular de una edición del único periódico de Uspiam, Verum, perteneciente a la familia Okumura.

La obsesión de su padre por los periódicos le ofreció un beneficio por primera vez. Guardaba, justo ahí, en el desván, todos los ejemplares de Verum.

Apresurado se acercó a una alta pila de periódicos que reposaba sobre el suelo. Revisó entre tantas hojas grises hasta encontrar el titular más inmenso: La Extraña Desaparición De Bernie Walker Sigue Sin Respuestas, se podía leer.

Debió haberlo sabido, por supuesto que Verum había registrado ese suceso tan importante, y lo había hecho dos veces. Al seguir buscando encontró otro titular más antiguo: La Policía Declara Como Desaparecido A Bernie Walker.

Se incorporó sosteniendo ambos periódicos, y al pisar el primer escalón para dejar el desván, un ruido llegó a sus oídos. En el primer piso se quebraban objetos salvajemente, la madera se cuarteaba y la porcelana se rompía.

¿Qué podía causar aquellos ruidos? Seguro nada bueno. Precavido, Konrad tomó un bate de béisbol que reposaba en una esquina de su habitación con ambas manos, dejando los periódicos sobre su cama. Bajó lentamente, tratando de no hacer ningún sonido. Apenas volteo en el descansadero de las escaleras que llevaban al primer piso, quedó perplejo. Un ser peludo y feroz, de altura similar a la suya, destrozaba todo, sin muestras de detenerse. Konrad ya iba entendiendo mucho mejor las reglas del mundo en el que estaba ahora, con la luna llena que había esa noche era claro que eso solo podía ser una cosa, un hombre lobo.

Analizó la situación, no podía volver arriba, si se movía, aunque fuese un poco, seguro el monstruo lo vería. La puerta principal estaba abierta y era su única oportunidad. Agarró el bate con fuerza y bajó los pocos escalones que le faltaban, el hombre lobo giró su cabeza y sus grandes ojos color rojo sangre en el mismo instante en que saltó hacia él. Konrad movió el bate con fuerza y para su sorpresa logró acertarle un fuerte golpe en la cara. El monstruo rugió, solo que no de dolor, el golpe lo había enfurecido, levantó sus brazos y de un golpazo con sus robustas manos lanzó a Konrad por el aire hasta el otro lado de la sala, justo al lado de la chimenea.

Tirado en el piso sacudió la cabeza intentando parar la confusión en sus ojos que lo hacía ver borroso, pero no tuvo éxito. El hombre lobo corrió hacia él de nuevo, Konrad miró a su alrededor, el fuego de la chimenea ardía con fuerza, era su única salvación meterse ahí. No se podía quemar si poseía los poderes del rubí, dedujo de aquella experiencia en la biblioteca o al menos así lo racionalizó su cerebro. Sin otra opción, entró en el fuego tambaleándose. Esperando sentir dolor se quedó un momento con los ojos cerrados y para cuando los abrió estaba rodeado de llamas de fuego. El hombre lobo estaba justo en frente aullando sin parar, no podía ni tocar el fuego, al menor contacto su piel ardería. Konrad observó su cuerpo, la ropa se desintegraba lentamente por el calor, en cambio su piel estaba intacta, fría como de costumbre, ni siquiera tenía calor.  De pronto sintió sus ojos pesados y sin quererlo cayó dormido.

Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora