La cabeza de Konrad descansaba sobre la pequeña ventana por donde apenas entraba la luz suficiente que le permitía leer el Retrato De Dorian Gray de Oscar Wilde. Ese era su lugar y su momento favorito en el mundo, cuando se sentaba en aquel sillón del desván a leer cualquier cosa que cayera sobre manos, acompañado de la vista de las aceras del barrio Wanderlust, siempre vigiladas por radiantes flamboyanes.
Al llegar a la última página cerró la novela con suavidad. Se levantó y dio un vistazo a las paredes atiborradas de libros con la esperanza de recordar a donde pertenecía aquel que tenía en las manos. "Justo ahí" pensó al distinguir la sección de literatura inglesa y ubicó el libro entre Drácula de Bram Stoker y Cumbres Borrascosas de Emily Brontë.
Hacia años había adoptado la costumbre de leer, impulsado por la necesidad de hacer más llevadera la falta de calor humano que sentía en su hogar.
Su estómago rugió, recordándole que no había probado bocado en todo el día y con tristeza dejó el desván. La casa de los Brunner estaba sumida en una calma perpetua y las decoraciones con madera oscura y acabados rústicos acrecentaban el sentimiento de soledad. Llegó a la sala y su padre estaba sentado en un largo sofá al lado de la chimenea encendida leyendo el periódico.
—Hola, papá.
—Buenos días, Konrad —contestó su padre sin quitar los ojos del periódico —, tu abuela vino ayer y te trajo una torta de maracuyá, está en el refrigerador.
—Ok ¿Y dijo algo más?
—Que no había podido ir a visitarte al hospital porque tu madre no tuvo tiempo para contarle que estabas ahí.
Konrad abrió el refrigerador y contempló una suculenta torta amarilla. Con glotonería la extrajo y partió un pedazo generoso. Se sentó en el comedor redondo de cuatro puestos adyacente a la sala y disfrutó su postre, o al menos así lo hizo hasta que recordó todos los sucesos previos.
Cumplía el día de incapacidad médica y en cierta forma le molestaba. Mientras estaba ahí relajado comiendo una deliciosa torta, Verónica, April y Sídney debían estar en el colegio, o eso creía, ¿qué garantías tenía de que así fuera? Podían estar luchando con esos ogros o con los sin rostro o con algo aún peor. Y no solo eso lo abrumaba, inclusive si no había ningún monstruo, todo el mundo seguía con sus vidas mientras el qué hacía, ¿comer torta de maracuyá?
—Papá, ¿me puedes prestar tu celular para llamar por favor? dejé el mío arriba.
Salomón, el padre de Konrad, bajó el periódico y se dejó ver por primera vez en el día. Era un hombre de lo más común, cabello negro y barba tupida, no había nada más que decir.
—Toma —dijo el señor Brunner sacando su celular y pasándoselo a su hijo.
—Gracias.
Konrad se dispuso a marcarle a sus amigos tan rápido que le fue difícil oprimir los números. Los celulares de April y Verónica timbraron, pero nadie contestó y al de Sídney ni siquiera le entró la llamada. Intentó llamarlos otras tres veces a cada uno, obteniendo el mismo resultado.
Ahora sí estaba alarmado. Sus amigos podrían estar en problemas y necesitaban ayuda. Subió a su habitación saltando las escaleras como una gacela. Se duchó velozmente y a duras penas se secó el cuerpo. Vistió un pantalón de correr gris, unos converse clásicos y un buzo negro de capota. Le dio una lavada rápida a su dentadura y en un segundo ya estaba tocando la chapa de la puerta principal de la casa.
—¿Para dónde vas? —preguntó Salomón con el rostro de nuevo escondido tras su periódico.
—Al colegio, papá.
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Las Gemas De Uspiam
FantasyApril, Veronica, Konrad y Sidney son cuatro adolescentes que viven en un tranquilo pueblo en medio de una enorme reserva forestal donde nunca ocurre nada emocionante. Al menos hasta aquel día en el que los cuatro amigos son obligados a detenerse med...