Capítulo 38

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—Mi señor —dijo Konrad dirigiéndose a Ragnvald —, hubo otra cosa que nos atacó...

—Ya lo sé, Arnwalt se encargó de decírmelo. —respondió el elfo —. Fue un veneficus.

—¡Un veneficus! —exclamó Fatuo abriendo en exceso sus ojos rojos.

—¿Están seguros? —preguntó Fuego avivando sus llamas.

—¡Sí! —respondieron al unísono los cuatro chicos.

—¡Ay no! —masculló Alfdis llevando las manos a su boca.

—¿Dónde lo vieron por última vez? —preguntó Ragnvald mirando muy rápido para todas partes.

—Lo detuvimos a unos pasos de acá —explicó April —. Konrad y Sídney crearon una barrera de fuego...

—¡Deben irse ahora mismo! —exclamó Fuego.

—¡No! —contestó Ragnvald —, están más protegidos a nuestro lado. Si se van el veneficus llegará hasta ellos sin problema.

—¡Deben irse! —gritó Fatuo y sus llamas crecieron tanto que incendiaron las hojas de un árbol que estaba sobre él.

—Mantén la calma, Fatuo —dijo Ragnvald —, no hay necesidad de quemar el bosque.

—Nuestro hogar bajo tierra es seguro, nadie penetrará allí, ni siquiera el veneficus —gruñó Fuego y acabó por volver cenizas el árbol que Fatuo había incendiado.

Hubo un silencio incómodo y los chicos compartieron miradas de duda.

—¡Dejen de quemar los árboles! —exclamó Ragnvald ofendido blandiendo su espada en señal de ataque.

Fuego y Fatuo avivaron más sus llamas, pasando de color amarillo a rojo y todos los heliópatas siguieron su ejemplo.

Los elfos, por su parte, en silencio, armaron filas con un orden impecable. Los que tenían escudo se armaron en la primera hilera, sobre ellos los que tenían aspadas y lanzas y más arriba los que tenían arcos.

Alfdis voló desde el hombro de April y se ubicó entre el elfo y los heliópatas.

—No podemos pelear entre nosotros —dijo moviendo sus alas para mantenerse en el aire —, el veneficus ya debe estar cerca y...

Un rayo azul impactó contra un árbol y lo partió verticalmente en dos, dejando divisar al veneficus que se acercaba.

—¡No destruyan más árboles! —gritó Ragnvald y con un movimiento de su cabeza todos los elfos que tenían arcos apuntaron al cielo — ¡Ahora! —vociferó.

Flechas bellas y delicadamente elaboradas volaron por el cielo nocturno y cayeron cerca del veneficus. Una le dio en un pie, otra en la mano con la que sostenía el cetro y una última justo en la mitad del cráneo.

La criatura pareció no inmutarse por la agresión y con su mente levantó todas las flechas y las devolvió hacia los presentes. Los elfos cambiaron su formación y todos quedaron protegidos por escudos en una especie de fortaleza humana, Ragnvald partió una flecha en dos con su espada antes que llegara al muslo de Verónica y con un salto la empujó hacia el suelo y ambos quedaron agachados.

Alfdis y las hadas volaron frente a April e hicieron una fina barrera de agua que detuvo varias flechas mientras Fuego y Fatuo se ubicaron junto a Konrad y las flechas, al tocar sus llamas, se deshicieron. Sídney cayó al suelo luego de que una flecha la atravesara el hombro y más pasaron sobre su nariz.

—¡Vamos, heliópatas! —bramó Fatuo y junto con Fuego y los demás de su especie corrieron hacia el veneficus.

Alfdis voló hacia el follaje de los árboles y todas las hadas armaron un círculo a esa altura rodeando al enemigo. La criatura no hacia ningún ataque, estaba inmóvil mirando a la nada con sus oscuros ojos.

—Busquen refugio —le ordenó Ragnvald a los chicos que miraban atónitos a todos esos seres fantásticos.

Konrad asintió con la cabeza y todos los elfos se formaron alrededor del veneficus, con la misma formación de antes, escudos abajo, lanzas y espadas en medio y arcos arriba.

April, Sídney, Verónica y Konrad se ocultaron tras un árbol que ni siquiera los cubría bien. No querían perderse ningún detalle de la batalla que se llevaba a cabo frente a sus ojos. Las chicas asomaron sus cabezas por el lado derecho del tronco y los chicos hicieron lo mismo por el otro.

—¡Ataquen! —gritó Fatuo y los heliópatas arrancaron a correr sin formación alguna hacia los elfos que ubicaron sus escudos simétricamente como una plataforma.

Los heliópatas saltaban con impulso, rebotaban sobre los escudos y finalmente atacaban desde los aires al veneficus que recibía muchas llamaradas juntas. Un heliópata le quebró el brazo y unos cuantos pedazos de huesos cayeron al suelo, pero no le hizo un daño serio. Tanto la parte pegada al cuerpo como la que seguía después del corte estaban quietas e inquebrantables.

Por los aires, Fuego y Fatuo clavaron sus llamas con ferocidad en el cráneo del veneficus y cayeron al suelo levantando tierra. Los elfos que tenían espadas salieron de la formación cuando Ragnvald se los indicó y empezaron a cortar, como si fueran vegetales, las piernas de su enemigo.

Las hadas giraban sobre el eje del círculo y no parecían tener ninguna utilidad ante la percepción de los chicos.

—¿Y esas inútiles qué? —preguntó Verónica sin mover los ojos de la acción.

Ragnvald movió sus dedos visiblemente y los elfos con escudo se retiraron, los que tenían lanzas arrancaron a correr hacia el veneficus y lo siguieron cortando.

Las hadas se tomaron de las manos y se unieron hacia el centro del círculo con velocidad. El resplandor azul que dejaban tras ellas asemejaba a pequeñas estrellas fugaces nadando en el firmamento. Todas juntas bajaron en picada y atravesaron al veneficus mandando sus huesos a volar y desasiendo la formación. La mayoría de hadas se estrellaron contra el suelo junto a los huesos.

Elfos, hadas y heliópatas se incorporaron y miraron atentos a lo que quedaba del veneficus, la bola azul de rayos y el resplandor que previamente estaba dentro del cráneo, nada más.

—¡Así se hace! —gritó Verónica lanzando un puño al aire y caminando hacia ellos —. Hay que demostrarles a esas criaturas quien manda.

Sídney estaba recostado sobre el tronco del árbol y tenía su mano derecha cubriendo su hombro izquierdo que sangraba y había manchado su esqueleto. April se acercó con suavidad y le retiro la mano.

—Tenemos que llevarlo al hospital —dijo con afán.

Konrad ayudó a su amigo a ponerse en pie y Alfdis con un revoloteo de alas se acercó para analizar la herida.

—No es tan grave —dijo el hada tocando la sangre y haciendo chillar de dolor a Sídney —. Lo podemos curar, pero antes alguien tiene que sacar la flecha.

April tomó la flecha y le rompió la cola. Cerró los ojos y de un tirón la extrajo escuchando como Sídney gritaba de dolor.

Varias hadas llegaron al lugar y junto a Alfdis se acercaron a la herida, revolotearon como mariposas botando su resplandor azul y Sídney apretó su mandíbula y cerró sus ojos.

—¡Listo! —dijo Alfdis frotándose las manos.

Cuando el chico abrió los ojos no sintió ningún dolor. Movió su hombro para sentir nada más que normalidad. Bajó su mirada y la herida ya no estaba, ni siquiera había cicatriz, su piel morena estaba inmaculada.

—Gracias —dijo con incredulidad.

—¡No hay de que! —exclamó Alfdis y le guiñó un ojo a April.

Cuando todo parecía tranquilo, el viento rugió con fuerza y un escalofrió recorrió el cuerpo de los chicos. La bola de rayos creció y explotó botando un resplandor azul y desapareciendo todo de lo que se componía al veneficus, sus huesos y su ropa.

Verónica sintió debilidad y se derrumbó, con tanta suerte que un elfo la agarró impidiendo que se pegara con el suelo. A Sídney, April y Konrad les sucedió lo mismo, pero ellos cayeron con todo el peso de sus cuerpos al suelo.

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