Capítulo 6

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Era el primer día de clases y todos estaban de vuelta en Uspiam. April estacionó su auto en un lote vacío, tomó su bolso y bajó. La mañana no estaba tan fría como de costumbre, pero la niebla se podía ver a lo lejos.

El colegio Jian Quan, ubicado en el barrio Remanso, en una esquina de Uspiam, se percibía abandonado, quizá por el bosque frondoso que yacía atrás. La chica dirigió su mirada al oriente con el fin de ojear un momento la Cordillera de las Carolas y se detuvo en la montaña más grande de todas, Diana, estaba en la mitad y era increíblemente alta y gruesa. Cerca de su final tenía un páramo donde nacían varios ríos cristalinos que abastecían al pueblo y a la reserva forestal, y, en su espigado pico, nevaba día y noche sin detenimiento.

Luego de entrar miró el reloj de la recepción, marcaba las 7:30 de la mañana. Tenía que esperar hasta las 8:00 para recibir su primera clase. Buscando matar el tiempo se dirigió a la cafetería. Allí todo lucía cotidiano, igual a como lo había visto antes de salir a vacaciones, las mesas grandes y redondas por montones, unas bajo el techo y otras afuera en el prado.

Caminó hacia la mesa en la que se ubicaba con sus amigos con la intención de sentarse hasta que un grito detuvo su accionar.

—¡April! —era una voz muy familiar.

—¡Vero! —gritó caminando hacia su amiga y dándole un abrazo tan fuerte, que por poco la ahogó.

Había hablado con Verónica a través del celular todo el tiempo que estuvo en Barcelona, pero eso simplemente no se podía comparar con verla, aquello la llenaba de mucha alegría.

—Ya suéltame —dijo Verónica zafándose de entre sus brazos —. ¿Cómo estuvo el viaje de vuelta?

—Aburrido, los vuelos no son muy cómodos, pero lo peor de todo es el camino en auto del aeropuerto de la ciudad hasta acá, ya sabes.

—Bueno si... —dijo Verónica mostrando desinterés —. ¿Tienes algo de comer? el hambre me está matando.

—Creo que tengo un lijo en el bolso —dijo April sacando la fruta y ofreciéndosela a su amiga —. ¿Tu mamá no te preparó desayuno?

—¿Un lijo? ¿En serio? Eso no me llenará. —afirmó Verónica —. No, no me preparó nada, tuvo que levantarse más temprano de lo normal para ir al trabajo.

—¿Entonces quieres que te compre algo? —preguntó April comprensiva y guardó el lijo en su bolso.

—Sí, eso estaría mucho mejor, pero no guardes el lijo, dámelo.

Mientras comía la fruta, ambas fueron a las barras de alimentos ubicadas al fondo de la cafetería. La comida estaba organizada de forma similar a un supermercado y Verónica tomó unos lijitos de la estantería.

—¿Vas a desayunar unos lijitos? —preguntó April con una mirada de desapruebo.

—Sí, y una soda —respondió tomando la bebida del refrigerador.

April no podía pensar en nada diferente a todo el daño que esa comida chatarra le haría al cuerpo de su amiga.

—Pero eso solo te va a hacer mal. Deberías desayunar algo saludable: frutas, verduras, huevos...

—Cállate —interrumpió Verónica —. Dale esos consejos inútiles a alguien que le interesen.

April se ahorró sus palabras y no habló más del tema limitándose a pagar los productos. Cuando iban de vuelta a la mesa se sorprendieron. Konrad y Sídney ya estaban ahí sentados. Verónica se adelantó y se acomodó junto a ellos.

—Hola —dijo.

April, sonriente, abrió los brazos, con uno rodeó a Konrad y con otro a Sídney, apretándolos contra su pecho.

Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora