Capítulo 26

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Al bajarse del auto de Sídney, Verónica entró a su pequeña casa y Zeus corrió hacia ella para darle una dulce bienvenida.

—Hola, mi bebé —dijo acariciando al animal —. ¿Cómo está el amor de la casa? ¿me extrañaste?

—Verónica, ¿eres tú?

—Si mamá, ya llegué —respondió.

Franchesca, que llevaba un delantal desgastado, salió de la cocina. Tenía unas gigantes bolsas bajo sus bellos ojos verdes.

—¿Dónde estabas? Te estuve llamando toda la tarde.

—Estuve practicando con Sídney y no observé el celular, además...

—Además, Verónica, no quiero sorpresas de reportes con malas notas para el final del primer periodo, ya habíamos hablado al respecto.

—Pero, mamá, no es para tanto.

—Pero nada, este año te necesito enfocada en el estudio y en el colegio.

—Como todos los otros años —murmuró Verónica con tono de fastidio sin dejar de acariciar a Zeus.

—Cuidado con tus palabras, hija —dijo Franchesca dándole un beso en cada mejilla y un largo abrazo —, preparé kuchari, cheesecake de lijo, kulajda y jugo de lulo.

El estómago de Verónica rugió y su apetito creció al oler la comida que su madre le ofrecía.

—Siéntate, ya te la traigo.

Verónica tomó asiento en el pequeño comedor lleno de facturas y papeles e hizo un espacio.

—Mira —dijo su madre al volver poniendo los tres platos sobre la mesa.

—Gracias, mamá.

—Tengo malas noticias, hija —dijo Franchesca mientras acicalaba el cabello de su hija.

—Dímelas.

Verónica odiaba las malas noticias, pero sobretodo las que venían de su madre, siempre trataban de dinero, lo que la hacía sentirse inmensamente impotente ya que no podía hacer nada al respecto, o por lo menos su mamá se lo impedía.

—No podemos seguirle pagando las cuotas de la casa al banco.

—¿Ves? Tengo que trabajar...

—Nos quitaran la casa en diciembre si no pagamos las siete cuotas que vamos atrasadas.

Verónica pasó lo que tenía en la boca con dificultad. Eso era lo único que le faltaba, ahora ni siquiera tendría donde vivir. Malditas gemas, maldito banco, malditos todos.

Su madre rompió en llanto y se dejó caer sobre una silla.

—Es solo una casa, mamá —rezongó Verónica alentando el ritmo con el que daba cada bocado.

—Es lo único que tenemos —dijo Franchesca entre lamentos —. Llevo más de diez años tratando de mantener todo esto a flote y ahora ... perderemos todo por lo que hemos trabajado. Cada día me convenzo más de que todos en Uspiam tienen razón, no soy nada más que una fracasada —intento limpiar sus lágrimas, pero estas simplemente no se detenían.

El corazón de Verónica se partió en miles de pedazos. Nada podía dolerle más que ver a su madre de esa forma. Para ella, Franchesca era la mujer más valiente de todo Uspiam, incluso del mundo. Sacar a una niña adelante tan joven, sola, sin apoyo, no habría sido una tarea fácil para nadie, sin embargo, su madre lo había logrado.

—¡No, mamá! —dijo Verónica viendo a los húmedos ojos de Franchesca —. Nos tenemos la una a la otra —dijo con templanza y rodeó a su mamá con los brazos —. No importa lo que pase, algún día, te prometo que vivirás en la casa que quieras, incluso la podrás construir como tú quieras. Podrás dedicarte todo el día al jardín y no tendrás que trabajar dobles turnos.

Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora