Capítulo 27

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—¡Cielo! —exclamó Julia envuelta en una bata al encender la luz de la habitación de su hijo.

—¿Mamá? —balbuceo Sídney entre sueños y envolviéndose dentro las cobijas.

—¡Tu padre está furioso! —dijo Julia manoteando angustiada —. Verónica está abajo gritando tu nombre como loca. Está despertando a los vecinos. ¡Tu papá nos va a matar si llegamos a perder el premio a la mejor familia de Uspiam! Tienes que bajar ahora mismo y decirle que se calle.

Para cuando su madre terminó de hablar, Sídney ya estaba totalmente despierto y había escuchado varios gritos de Verónica.

—Ya voy, mamá, perdón —dijo mientras atravesaba la puerta con la cabeza baja.

Camino por el pasillo lleno de ventanas, llegó a la sala y pasó al elevador. El frío intenso recorrió su cuerpo, no había obstáculos que se lo impidieran porque su esqueleto y su pantaloneta corta no lo abrigaban lo suficiente. Oprimió el botón del primer piso, las puertas del elevador se cerraron y empezó a descender. Escuchaba la música clásica relajante y en un momento el elevador se zambulló y las luces titilaron.

Sídney salió sin más al vestíbulo cuando llegó al primer piso. A través de la puerta transparente del edificio divisó a Verónica agitando los brazos y a Belmont disparando flechas con el arco.

Se acercó a la puerta a tomar el picaporte, pero la pata asquerosa de un drider rompió el vidrio y lo empujó hacia dentro.

—¡Sídney! —gritó Verónica desde afuera.

Tomando aire, el chico se levantó del suelo con un hábil brinco y volvió a ver hacia la puerta. Un drider se interponía entre él y la salida.

—¡Sídney, tienes que salir de ahí ahora!

—¡¿Cómo?! —preguntó en un grito dando pasos lentos hacia atrás.

El drider lanzó una puntapié y Sídney lo esquivó, pero la pata debía tener algo filoso y al rosar con su piel le hizo un corte a lo largo del abdomen.

Sin otra opción volvió al elevador, pero este se había retirado a otro piso. Se giró para devolverse, pero ya había tres driders tras él. Uno de ellos lanzó una telaraña gigante que se enredó alrededor de su cuerpo impidiéndole la movilidad.

Los tres driders salieron del edificio hasta el prado, llevando a Sídney en sus manos, y quedaron frente Verónica y a Belmont, que no dejaba de disparar flechas.

—¡Suéltenlo! —gritó la rubia arrancando a correr hacia los driders.

Belmont, sin otra opción, tuvo que arrojar el arco para hacerla tropezar y quedó desarmado.

—¡¿Qué te pasa, rata?! —exclamó Verónica furiosa poniéndose en pie.

—Quédate quieta —respondió Belmont —. No dudaran en atravesarte el pecho con una de sus patas.

Más criaturas similares bajaron de las paredes del edificio y los rodearon

—Queremos todas las gemas o él muere —dijo uno de los tres driders que sostenía a Sídney y que parecía ser el jefe.

—¡No! —gritó Verónica recogiendo el arco y pasándoselo a Belmont —. ¡Mata a todos estos malditos! —ordenó.

—Nos mataran a los tres antes de que lance una sola flecha.

—No hay gemas —dijo el jefe —, morirá —movió una de sus patas y la acercó al cuello de Sídney.

Sídney observaba todo sin poder hablar. Detallo la pata del drider que tenía frente a sus ojos, estaba cubierta de pelos filosos que parecían cuchillas listas para desgarrar en pedazos a cualquier cosa, seguro eso le había causado la herida en el estómago que ahora le ardía como una quemadura.

—Las brujas ya se llevaron a Sídney una vez, no dejaré que alguien más lo vuelva a hacer —aseguró Verónica —. Les daremos las demás gemas. Yo soy una.

—Lo sabemos —dijo el jefe —, queremos al rubí y al zafiro también.

—Hay que matar a uno, así tendremos los poderes —propuso un drider.

El jefe movió su pata hacia arriba con intención de bajarla y decapitar a Sídney que seguía inmóvil dentro de la telaraña.

—¡No! —gritó Verónica con mucha fuerza.

El suelo vibró y la tierra que estaba bajo los tres driders se hundió. Belmont tomó su arco al ver la distracción de los demás y disparó con puntería.

Verónica corrió al hueco que se había abierto en el suelo y se lanzó a él. Le fue fácil distinguir a Sídney entre el polvo.

—Sídney, sal de ahí maldita sea —gruñó intentado sacar a su amigo de la telaraña.

Los driders se pusieron en pie. Sídney pensó que era su fin, pero en vez de atacarlos salieron rápido de su vista.

—Toma, quizá con esto lo puedas soltar más fácil —dijo Belmont desde arriba del hueco lanzándole un cuchillo a Verónica.

La rubia se tomó su tiempo liberando a Sídney y al lograrlo reparó en su abdomen sangrante.

—¡Mierda! —murmuró Verónica —. ¿Te duele?

—¡Por las aguas de Uspiam! —gimió Sídney —. Me arde demasiado —agregó retorciéndose en el suelo.

Ragnvald apareció bajando al hueco con su apariencia inmaculada y seguido por los cuatro elfos que componían su guardia.

—Felicidades, mi señora —dijo inclinando la cabeza.

—¿Por qué? —preguntó ella.

—Al fin logró usar su elemento.

—¿Yo? no he hecho nada.

—Por supuesto que sí —aseguró Ragnvald —. Fue usted la que abrió este hueco en la tierra.

—¡Yo! —exclamó la rubia aún agachada junto a Sídney, que no paraba de quejarse.

—Eso quiere decir que ya puedes empezar tu entrenamiento —dijo Belmont que se acercaba a ella.

—Y también que solo faltan mi señor Sídney y mi señora April por desatar sus poderes —agregó Ragnvald.

—¿Por qué Konrad no ha empezado el entrenamiento? —preguntó Verónica —. Logró controlar sus poderes hace rato.

—Porque solo lo pueden entrenar los heliópatas —respondió Ragnvald —, y me temo, no los encontramos por ninguna parte.

—¿Y Sídney? —preguntó Verónica afanada.

—Las hadas lo curarán en el punto de encuentro. Los servicios de emergencia humanos no tardarán en llegar, debemos irnos.

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Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora