Sídney estaba en el cine con Marycella cuando Verónica lo llamó y le ordenó que la recogiera, con la explicación de que tenían algo urgente que hacer. Él obedeció, y tan rápido como pudo llegó en su deportivo a la entrada de la casa de los Brunner. Verónica lo estaba esperando tan desesperada que ni si quiera dejó que el auto frenara cuando ya había abierto la puerta para que el perro subiera de un brinco.
—¡Arranca rápido! —exclamó sentándose en el puesto del copiloto.
Sídney obedeció y aceleró. Ella cerró la puerta con el vehículo en movimiento.
—¿Para dónde vamos? —preguntó Sídney bajando un poco la velocidad.
—A la sede de la reserva —dijo Verónica poniendo los ojos en blanco —, ya te lo había dicho.
Sídney condujo con descuido. Aceleraba demasiado llegando a velocidades fugaces y luego frenaba estrepitosamente. Aunque Verónica nunca lo fuese a admitir, le encantaba como Sídney manejaba, era el único que, a su criterio, manejaba con valor.
—Konrad llevaba mucho tiempo tratando de descubrir toda esta locura —contó Verónica mientras Sídney hizo chirrear las llantas del deportivo derrapando en un giro —. Sabe algo que aún no comprendo.
El auto frenó frente una sencilla y pequeña construcción de dos pisos con un jardín colorido y arcos carcomidos por pomposas plantas enredaderas. Verónica descendió después de advertirle a Sídney que no dejara salir a Zeus. Camino rápido por entre varios arcos, subió unos cuantos escalones, atravesó el porche y, luego, la puerta de la edificación.
Escuchó pájaros cantando melodiosamente producto de una grabación que indicaba la presencia de visitantes en la sala de espera de aquella casa que se había adecuado como sede administrativa de la reserva forestal.
Una mujer salió por una puerta, su piel era negra, tenía el cabello totalmente recogido en forma de cebolla y un chal holgado cubría desde sus hombros hasta sus tobillos. Verónica había oído hablar a April de aquella mujer, su nombre era Takiyah Ogola y ejercía como la administradora de la reserva, además, también coordinaba el voluntariado que su amiga y otros jóvenes solían hacer allí.
—Buenas tardes —dijo Takiyah con una voz serena.
—Buenas tardes —contestó Verónica rápido y sin vocalizar —, necesito los registros de los animales muertos en la carretera de la salida del...
—Cálmate —dijo Takiyah —, respira ... del afán ... solo queda ... el cansancio —continuó la mujer con una voz plana que inspiraba sueño.
—Mire, señora, esto es urgente...
—Uno ... inhalamos, dos ... exhalamos muy suavemente.
—Necesito los registros de los animales muertos —insistió la rubia acercándose a Takiyah.
—Y yo necesito que te relajes, los apuros solo atraen malas energías.
A Verónica ya le estaba empezando a molestar la actitud calmada de la administradora
—¡Maldita sea! —gritó —, necesito esos asqueroso registros ¡ya!
—No digas groserías, alejan la paz de tu interior —aseguró Takiyah moviendo sus manos hacia fuera como las olas del mar.
—Mire, me voy a relajar y a respirar todo lo que usted quiera cuando me dé esos malditos registros.
Sídney entró en la sala y el canto de los pájaros, que había cesado, volvió a sonar.
—¿No teníamos afán? —preguntó — ¿Qué te quedaste haciendo Vero? ... ¡Takiyah! —exclamó Sídney abriendo lo ojos y sonriendo.
—Sídney —dijo ella sin subir una pizca el tono.
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Las Gemas De Uspiam
FantasyApril, Veronica, Konrad y Sidney son cuatro adolescentes que viven en un tranquilo pueblo en medio de una enorme reserva forestal donde nunca ocurre nada emocionante. Al menos hasta aquel día en el que los cuatro amigos son obligados a detenerse med...