Embarazada 2 ~ 16

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Narra Lali:

— Thiago, mi vida, ¿te querés quedar un ratito con papi mientras yo termino de preparar la comida con la tía Ana? — le preguntó a mi bebé con el mayor cariño del mundo.

— Te quedas en buenas manos, aunque a mamá la cueste creerlo — añadió Peter. Él siempre terminándolo todo "bien". En realidad, lo único que hacía cada vez que abría la boca era estropear más las cosas.

Simplemente cerré los ojos e intenté olvidar rápido lo que había dicho. Decía cosas que te atravesaban el alma al igual que podía hacerlo un puñal. Cosas que lastimaban durante horas. Qu te levantabas al día siguiente y te seguían doliendo. Cosas que querías sacar de tu cabeza, pero no podías. Muchas veces las cabezas se asemejaban a las computadoras, pero no tenían nada que ver, claramente porque una cabeza no era capaz de borrar todo lo que ocurría, en cambio, una computadora sí lo hacía.

— Peter, no ha tenido gracia eso — le dije seriamente tragando saliva.

— Tampoco tiene gracia lo que me dijiste antes, lo de que había asustado a Allegra. No soy un monstruo, tengo su propia sangre, Lali. Sería capaz de asustarla, de hacerla algo malo, te lo vuelvo a repetir, las veces que quiera.

— Lo sé, no hace falta que me lo digas, Lanzani.

— Lo mejor será que dejemos acá la conversación — dijo Peter tragando saliva mientras mantenía a Thiago en sus brazos. Lo mejor era que el pequeño permanecía tranquilo y ajeno a todo. Eso me gustaba, que Thiago permaneciera tranquilo en los brazos de su padre. Eso significaba que una pequeña confianza empezaba a existir entre ellos.

Simplemente asentí con la cabeza y volví adentro de la casa, a seguir con la dura tarea de la cocina. No me gustaba la cocina, por no hablar de que no se me daba demasiado bien, a veces se me quemaban las cosas... Otras veces, en las frituras sobre todo, ponía demasiado aceite y quedaban sumamente grasientas.

Había sido la encargada de la cocina en la residencia en alguna ocasión. Estaba segura de que tanto las madres como los niños que allí vivían no habían almorzado bien ese día. Pero tal vez, estaban tan hambrientos que decidieron tragar sin saborear. Y sí, tuvieron una buena idea, porque el sabor les hubiera amargado y no podrían haber tomado un bocado más en todo el día.

— ¿Les has dejado solos? — me preguntó Ana levantando una ceja.

— Sí.

— ¿Confías en él?

— No es un monstruo. Puede que le dé asco cambiarle el pañal, limpiarle los mocos, pero nunca le haría nada malo, y tampoco dejaría que cualquier persona le hiciera algo malo.

— Yo no confiaría.

Suspiré hondo y la miré seriamente:

— Ana, puede que lo que te diga a continuación te moleste — agarré el cuchillo, me giré y empecé a cortar la cebolla en trocitos pequeños —, te falta confianza. Y es lo primero que deberías tener. Sobretodo en mi caso, me intentaste matar y yo te perdoné. Volví a confiar en vos con todo lo que me hiciste.

— No quiero recordar el tema — suspiré.

— Entonces no dudes del tipo de padre que puede ser Peter, Ana — dije finalmente, cortando el tema de raíz.

-...-

Narra Peter:

— Soy tu papá enano — le dije sonriente —. Tu papá, he vuelto de un viaje muy largo.

Él me miraba con ojos enormes.

— Pa... Papá — titubeó con su pequeña boquita de bebé y su suave voz.

— Eso es mi amor, soy tu papá. Y también soy el padre de Allegra, de tu hermanita.

Allega.

Sonreí aún más. Estaba a punto de babear de toda la ternura que me producía mi pequeñín. Era tan hermoso...

— ¡Peter! — escuché que me llamaban desde atrás. Me di la vuelta, y mi "cuñado"... Patricio estaba allí. Con otro hombre, alto y de ojos claros.

Este se acababa de sacar las gafas de sol y se las había colgado en la remera negra que llevaba puesta. El jeans colgaba de sus delgadas caderas. Tenía una cara simpática y parecía ser un buen amigo de Pato.

Pato también se sacó las gafas de sol y las escondió en el bolsillo de su camisa azul con rayas anchas blancas.

— Hola — saludé.

— Hola — dijo Pato —. ¿Lali está dentro?

— Sí.

— Bien, vengo con una persona que quiere hablar con ella. Santiago, te presento a Juan Pedro, el padre de los hijos de Lali. Juan Pedro, él es Santiago — nos presentó Pato. Ambos nos saludamos con la mano.

— Buenas — le dije yo.

— Encantado, Peter — dijo él.

— Igualmente — respondí —. ¿Estoy involucrado en el tema?

— Para nada. Es para un tema de la tutela de los nenes.

— ¡¿Tutela?! — pregunté abriendo los ojos asombrados. Sí, había dicho tutela. ¡Tutela y un cuerno! La tutela de mis hijos era de Lali, mía y de nadie más. No iba a tocar a mis hijos bajo ningún concepto. No iba a estropear nada del tema de la tutela. ¡No!

— Es para que el Estado le pase plata. No tiene ingresos, ha estado viviendo en una residencia para madres solteras, pero ahora mismo está viviendo acá, y no tiene ningún ingreso. Puedo hacer que el Estado la pase plata para los nenes y para ella hasta que encuentre trabajo.

— Yo soy el padre.

— Y no tenés trabajo acá — dijo Pato, en un "intento" para finalizar con ese tema. Pero, ¡oh no! No iba a hacerlo.

— Puedo conseguirlo.

— ¿Acaso te vas a quedar acá? — me preguntó Pato, subiendo el tono.

— Puedo hacerlo — le respondí, a la vez que yo también subía el tono.

¡¿Se pensaba que no podía mantener a mis hijos?! ¡Pues sí, definitivamente estaba muy equivocado, porque yo perfectamente podía sacar adelante a mis hijos! Podía encontrar un trabajo decente y no depender del "Estado" para que nos satisficieran con plata.

— Ajá — asintió pato, de forma maleducada.

— No obstante, prefiero hablar con Lali — dijo Santiago acercándose a la puerta.

— Pasa Santiago.

— Está ocupada en la cocina — dije yo.

— Ya hago yo el trabajo que está haciendo ella Santiago, es urgente y no tenés todo él día. Y vos, Peter — me señaló. Fue entonces cuando Santiago entró dentro de la casa y Pato volvió a mirarme —, no te metas en estos asuntos. Y conmigo menos, porque si ayer te dejaron entrar en casa, fue gracias a mí.

— ¿Qué importa eso ahora? — le pregunté haciéndole mimos a Thiago, quién, a pesar de la tensión parecía bastante tranquilo siguiendo el contorno del dibujito de la remera que llevaba puesta.

— Importa. Mi hermana va a hablar con Santiago, porque él conoce, mueve hilos importantes, y puede ganar plata. Lali no va a trabajar como las pordioseras de la fábrica, tarde o temprano terminan violadas por el jefe, o en la calle por sobre esfuerzo, es joven y dulce, y es un bocado muy tierno para la basura que hay allí.

— Yo puedo trabajar.

— Peter, te conozco poco, pero sé que no vas a quedarte mucho tiempo por Argentina. Tu novia está en Australia, y dentro de poco se irán a vivir a España.

— Por si no te queda claro, intento conseguir reconciliarme con Lali y volver a formar una familia.

— ¿Y Blanca?

— Estoy esperando el momento

Pato suspiró:

— Yo no voy a esperar mucho. O actuás, o te quedás sin mi hermana. 

Embarazada 2 - ¿DÓNDE ESTABAS VOS?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora