11. MARTE - parte 2

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―¿Chrollo? ―murmuró Hisoka confundido―. Yo... yo creí que...

Sin poder terminar la frase, estalló en un llanto desconsolado y se cubrió la cara con las manos. Chrollo apagó el televisor y se quedó inmóvil; sostenía aún con sus piernas el torso de Hisoka que se sacudía por los sollozos. No sabía qué hacer. Tenía miedo de volver a tocarlo y que eso lo alterara todavía más.

Se dio cuenta de que la película por sí sola no era suficiente para provocar semejante reacción. Esto alejó la culpa, pero era evidente que fue el disparador de algo mucho más profundo y doloroso. Algo que había permanecido cuidadosamente enterrado y que, por determinadas circunstancias, ahora salía a la superficie y arrastraba a Hisoka a una terrible angustia.

Sintió en su pecho un dolor frío, terrible. Se inclinó con suavidad hacia Hisoka y lo rodeó con sus brazos.

―Estoy acá, ¿ves? Tranquilo, yo estoy acá con vos –susurró.

Hisoka esta vez no lo rechazó. Por el contrario, al sentir su abrazo cálido y protector, se aferró a sus piernas y lloró con más intensidad. Chrollo se movió hacia adelante, empujó despacio y se deslizó entre el sillón y la espalda de Hisoka hasta quedar en cuclillas; todo su cuerpo lo abrazaba y contenía, lo que le permitió a Hisoka abandonarse a su dolor.

Chrollo lloraba en silencio. Con los ojos cerrados de la bronca y la pena, sentía como si su cuerpo fuese más grande y pudiese cobijar y proteger a un niño indefenso que se estremecía de angustia entre sus brazos. Cada temblor de Hisoka retumbaba en él, lo llenaba de dolor, de impotencia y de enojo. Muchísimo enojo. Si hubiese podido liberar su aura, ésta habría cubierto todo el lugar con un terrible espectro asesino.

―Los mataré, los mataré a todos ―murmuró Chrollo mientras lo hamacaba rítmicamente.

Pudo sentir cómo su amigo se calmaba al abrigo de sus palabras.

―Nadie más se atreverá a lastimarte. Nunca. Al que lo intente lo mataré. Deseará no haber nacido ―murmuraba al oído de Hisoka, sin ser consciente de lo que decía; tan sólo se dejaba llevar por la fusión de ese abrazo. Como si, envuelto en esa angustia compartida, las palabras surgieran por sí solas.

Su mismo enojo lo cubría con una sensación reconfortante, como si él mismo fuese un poderoso depredador con una sola determinación; proteger y matar. La letanía de sus amenazas, repetidas suavemente como un mantra, lo calmaban, al igual que a Hisoka.

Envuelto en ese vibrante instinto homicida, que hacía mucho tiempo no sentía, Chrollo decidió hacer lo que ningún asesino haría: contarle a otro sus secretos, sus temibles poderes de Nen. Estaba dispuesto a todo con tal de que Hisoka sonriera nuevamente.

―¿Sabés cómo lo haría? En primer lugar, usaría mi poder favorito, el Indoor Fish, los Peces de Interior.

Sonrió al ver que Hisoka se giraba para mirarlo, aún con tristeza pero también con curiosidad. Acarició su rostro con ternura, al mismo tiempo que le enjugaba las lágrimas.

―Oíste hablar del Indoor Fish, ¿verdad?, cuando estabas en el Ryodan.

Hisoka asintió. Chrollo sonrió y continuó.

—Es espectacular, te lo aseguro. Ninguno que lo haya visto de cerca vivió para contarlo –soltó una risita malvada–, pero creo que algunos de los muchachos espiaron a una distancia prudencial.

Vio que tenía toda la atención de Hisoka, quien ya se iba reponiendo. Lo besó en la mejilla, se sentó nuevamente en el sillón y mantuvo a Hisoka abrazado entre sus piernas.

―Son increíbles —continuó mientras le acariciaba el cabello—. Unos terribles peces de Nen, largos como anguilas y que comen carne humana. La magia está en que la víctima no siente ningún dolor mientras es devorada a pedacitos, y tampoco muere.

Chrollo sonrió al ver la expresión de asombro de Hisoka.

—Son un espectáculo, te lo aseguro —siguió Chrollo, más entusiasmado–. Imaginate, las víctimas desaparecen bocado a bocado. Claro que te miran, lloran, suplican que las salves... —sonrió con satisfacción—. Algunos hasta llegaron a enloquecer al ver cómo se quedaban sin cuerpo.

—¿Sin cuerpo...? —preguntó Hisoka.

—Sí, ¡eso es lo más divertido! —exclamó Chrollo—. No sienten dolor pero al mismo tiempo están conscientes de todo lo que les pasa.

—Pero se mueren... ¿o no?

—Sí, claro. El Indoor Fish sólo funciona en espacios cerrados. En cuanto abro una ventana o una puerta, con la entrada de aire desaparecen los peces. Y las víctimas, o lo que queda de ellas, mueren automáticamente. ¿No es fascinante? —sonrió orgulloso.

Hisoka asintió. Todavía seguía un poco mareado, pero las piernas de Chrollo le daban el apoyo que necesitaba. Miró a Chrollo. Había seguido con deleite y admiración la descripción de esos temibles peces, pero más que nada adoraba su imagen. Mientras Chrollo hablaba algo en él brillaba de un modo especial, aún sin tener su Nen. Sus ojos refulgían con una mezcla de pasión y muerte, y su sonrisa se curvaba en un gesto de sádico placer. Hisoka estaba totalmente cautivado.

Chrollo comenzó a contarle otro de sus poderes de Nen. Hisoka sonrió; nunca lo había visto tan entusiasmado. Además, desde la posición en que estaba, le parecía que era aún más alto. Lo contempló absorto. Toda esa pasión asesina, exquisitamente contenida dentro de su fría personalidad tranquila. Chrollo era el asesino más hermoso y peligroso que jamás hubiese visto. Cuando mataba era impecable, mantenía siempre el control y nunca caía en la sed de sangre. Hisoka se estremeció de admiración.

Por un instante una visión, una fugaz imagen se superpuso a la de Chrollo. Hisoka pestañeó; juraría que estaba sentado a los pies de un hermoso dios de la guerra y que este mítico dios le sonreía mientras le contaba con auténtico orgullo sus hazañas en batalla, sus matanzas y poderosas armas mágicas. Sus ojos brillaban con destellos rojos. Una abrumadora sensación de amor y adoración dejó a Hisoka sin aliento.

―¿Me estás escuchando?

La voz de Chrollo, tan humana y suave, lo sacó de su embeleso. Hisoka sonrió y asintió. Fuese mortal o divino, ese hombre tan temible, intocable, inalcanzable, era suyo. Todo suyo. Sintió que moriría si no lo besaba ya mismo. No importaba que con eso interrumpiera la valiosa información.

Sin decir una palabra, se levantó despacio. Acarició el cuerpo de Chrollo a medida que subía, lo recostó sobre el sillón y lo cubrió con todo el peso de su cuerpo. Envolvió su boca en un largo beso.

―Parece que ya estás mejor —comentó Chrollo en cuanto pudo recuperar el aliento, mientras acariciaba la piel de Hisoka a medida que le levantaba la remera.

―Te dije que sólo necesitaba reponer fuerzas —respondió Hisoka mientras se dejaba desvestir.

Se inclinó sobre Chrollo y comenzó a desabrocharle la camisa. Besó cada centímetro de piel expuesta a medida que descendía por su pecho, mientras se deleitaba con el aroma y sabor de esa textura exquisita. Al llegar a la altura del ombligo se detuvo a juguetear con su lengua en la pequeña cavidad, y volvió a subir lamiendo todo el recorrido hacia la boca de Chrollo.

—Además —dijo Hisoka con voz ronca–, creo haberte prometido que te compensaría por el tiempo perdido.

―Más te vale que lo hagas —dijo Chrollo, sonrojado y agitado.

Hisoka sonrió, lo besó y volvió a sumergirse en la embriagante calidez de esa piel divina. Supo que no le importaría sufrir el castigo de los dioses, si ese fuera el precio para poder tener a Chrollo entre sus brazos, una y otra vez hasta el día en que su corazón se rindiese, agotado de felicidad.

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Ojos de Hielo y Fuego || HisokuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora