14. LA TORMENTA - parte 3

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—¡Maldito seas, Chrollo! ¡Maldito seas! —repetía Hisoka mientras atravesaba el enorme departamento rumbo a la cocina. Le dolía la garganta por tanta tensión acumulada. Abrió el refrigerador, la luz blanca iluminó su rostro disgustado. Tomó una lata de cerveza.

–Hacete cargo de lo que sentís, estúpido.

El chasquido metálico acalló su monólogo. La cerveza no era su bebida favorita, pero estaba tan alterado que bebió todo el contenido sin detenerse. Al terminar exhaló, estrujó la lata y la arrojó con bronca al lavabo. El bollo de aluminio rebotó un par de veces, estuvo a punto de caer al suelo, pero finalmente quedó en el fondo de la pileta. Hisoka tomó otra cerveza, que vació tan rápido como la primera.

Con la tercera lata en la mano abandonó la cocina y llegó al living principal. Se apoyó de espaldas contra el sofá. Tocó la suave textura del respaldo. Recordó aquella noche en que debía ver a Machi y, sin darse cuenta, había refregado la cabeza de Chrollo. Había sido un gesto tan espontáneo y sorpresivo, que había salido corriendo para ocultar su cara roja de vergüenza. Se miró la mano, tal y como había hecho entonces en el ascensor. Suspiró y abrió la lata. Cerró los ojos y comenzó a beber despacio.

—¿Y? ¿Me vas a contar lo que pasó o vas a volver a escaparte?

La voz enojada de Chrollo lo sobresaltó.

El líder dejó caer su chaqueta de cuero negro en el respaldo del sofá. Se plantó frente a Hisoka, mientras se abrochaba los puños de la camisa color bordó que había reemplazado a la gris. Hisoka lo miró. El cabello negro lucía húmedo, secado a toalla. Alcanzó a percibir el aroma de la loción masculina, de esas muy caras que tanto le gustaban a Chrollo.

―Vas a salir después de todo ―comentó Hisoka.

Chrollo le dedicó una mirada fría como respuesta. Hisoka bebió su cerveza. Se arrepintió de no haberlo acorralado contra la baranda; quizás en ese segundo intento habría logrado calmarlo, incluso llevarlo a la cama. En vez de eso, lo soltó y huyó. Un error imperdonable. Sus miradas se cruzaron un instante; Hisoka bajó los ojos y siguió bebiendo. Sabía que Chrollo no iba a parar hasta averiguar lo que quería; a esa altura ya lo conocía demasiado bien.

―Así que, al final, lo único que buscabas esos años era pelear contra mí –dijo Chrollo–. ¡Mirá de lo que me vengo a enterar! Me pregunto qué otras cosas más voy a descubrir antes de irme.

Hisoka tensó la mandíbula y estrujó la lata vacía. Lo había echado a perder a lo grande; tenía enfrente al mismísimo jefe del Gen'ei Ryodan, uno de los criminales más peligrosos del país, muy enojado y con una curiosidad peligrosa. Ninguno de sus trucos de seducción bastaría para sacarlo de este aprieto. Arrojó el bollo de metal a la cocina; esta vez la lata rebotó y cayo afuera. Lo tomó como un mal presagio.

―Disculpame –comenzó a decir Hisoka–. Sé que debí haberte dicho esto antes, hablar de lo que pasó hace dos años. Fui un cobarde, lo admito —levantó la mirada hacia Chrollo. Éste no contestó—. Sé que no tengo excusas, pero no es como vos pensás. Nunca fue mi intención que todo terminara así de mal; mucho menos que ya no pudieras usar tu Nen y todo eso...

—Es obvio que no —acotó Chrollo. Su voz sonó aún más fría y severa que en el balcón—. ¿Cómo podría olvidar tu cara cuando te enteraste de que ya no podía usar Nen?

—Fui un tonto, es verdad...

—Y además querías matarme, ¿no son a muerte todas tus peleas?

Ojos de Hielo y Fuego || HisokuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora