1. Chrollo

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La noche de mediados de septiembre era fresca y despejada. Una suave brisa soplaba en las copas de los árboles. Podían verse algunas estrellas aunque no tantas como las que solía ver desde el balcón del alto rascacielos.

Chrollo masculló con bronca. No era momento de pensar en esas cosas. Se disculpó a sí mismo el pensamiento nostálgico, dados los acontecimientos que estaban a punto de ocurrir. Había pasado más de un mes desde la última vez que se vieron. Era lógico que estuviera ansioso y hasta un poco nervioso.

El ruido de unos pasos hizo que retrocediera, para ocultarse más bajo la copa del árbol. Tomó un celular e hizo como que estaba leyéndolo para bajar la cabeza y dejar que el lacio cabello negro cubriera sus ojos y la mitad de su pálido rostro.

La pareja pasó delante de él, sin prestarle atención. Pudo percibir el suave perfume de la mujer. Era una fragancia cara, seguramente importada. A sus veintiocho años ya había salido con varias mujeres que usaban ese tipo de perfumes. Miró a la pareja de reojo, sin levantar la cabeza. Parecían jóvenes, como él. La mano del hombre descansaba sobre la cintura de la chica, rodeándola. El grácil paso femenino hacía que la falda se moviera acariciando sus esbeltas piernas. Ella rio suavemente y el hombre la oprimió más contra su cuerpo, besándola en la mejilla mientras seguían caminando. Se los veía felices y despreocupados, ignorantes de los peligros de la noche y la ciudad. Chrollo dejó de mirarlos en cuanto una aguda punzada de envidia lo carcomió de improviso.

Guardó su celular y tomó en cambio una pastilla de menta. Miró hacia la casa de la vereda de enfrente. Suspiró ansioso. Todavía no era el momento para acercarse. Debía esperar la señal. La luz de la entrada seguía prendida.

Pasó el peso de su cuerpo hacia el otro pie. Su cuerpo delgado y tonificado estaba elegantemente vestido con camisa, pantalón, zapatos y una gabardina, todo de negro.

Metió la mano en el bolsillo y sintió con sus dedos la textura de la pulsera de plata y brillantes que acababa de robar hacía unos minutos. Era una suerte que hubiera podido colarse en esa fiesta tan elegante. Lástima que no podía quedarse. Por lo menos, se hizo con un bello regalo para obsequiarle a la cumpleañera. Hacia muchísimo que no probaba la excitación de robar. Se había sentido bien, después de todo.

Volvió a suspirar ansioso. No era bueno para esperar, sobre todo si no tenía otra cosa qué hacer más que estar ahí parado en la calle. Un zumbido en su bolsillo le hizo sacar el celular.

Revisó el mensaje recibido. Una serie de emojis: un hombre, una mujer, un diablito, unos símbolos de fiesta y serpentinas, un pastel de cumpleaños y una carita divertida.

―Idiota ―masculló. Sin embargo, no pudo evitar una sonrisa al tiempo que volvía a guardar el celular en su bolsillo.

Miró hacia la casa. La luz de la puerta de entrada estaba apagada. Tan solo debía cruzar la calle, subir por la escalinata de lajas de piedra que se elevaba serpenteando por el jardín y estaría frente a la puerta. El camino de regreso hacia el que alguna vez había sido, empezaba justo detrás de esa puerta.

El corazón le palpitó con fuerza, producto de la ansiedad.

«Son tres diablitos, idiota. En esta historia no hay santos ni inocentes», pensó mientras mordía lo que le quedaba del caramelo de menta y cruzaba la calle rumbo a la puerta de entrada.



Ojos de Hielo y Fuego || HisokuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora