Capitulo II

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Mi cuerpo tiembla. El sonido del lugar es vacío, sin vida, sólo el viento moviendo los arboles. La madera crujiendo y los pequeños grillos cantando de forma muy distinta. Abro los ojos y lo único que puedo mirar es humo y tierra moviéndose con el aire. Me incorporo para sentarme mejor y trato de ver más allá de las barreras de humo gris. Veo el pequeño recorrido que hice y el camino de sangre que dejé al lastimarme la pierna.

          — ¿Hola? —hablo y mi voz se convierte en un pequeño eco sin respuesta.

El cielo se está volviendo amarillo por el amanecer acercándose. El estómago me da un vuelco.

         —Julianne—murmuro.

Me levanto. Moviendo los brazos trato de eliminar lo sucio que esta el viento. Me detengo en seco al ver todas las casas quemadas y a punto de caer. Los televisores están tirados por todas partes, muebles, juguetes, libros. El olor a carne quemada hace marearme.

         — ¡Julianne! —grito con las últimas fuerzas que me quedan.

Todo es... Tenía razón la Vieja Marie, ésta aldea estaba cayendo en algo oscuro y fue algo inminente. La ropa de las personas están dispersas por el suelo, desgarradas, quemadas; la comida... Mi corazón se detiene un segundo al ver los aparatos ortopédicos de mi hermana. No hay absolutamente nadie. ¿A dónde...? Tomo ambos bastones y me abrazo a ellos pidiendo que Julianne se encuentre bien.

         —No, no quiero estar sola—sollozo— ¿En dónde están todos?

Lloro con muchísimo pesar. Tengo miedo, muchísimo. ¿Quiénes eran esas personas de ayer? ¿Por qué querrían destruir ésta aldea? ¿Por qué no me llevaron? Observo mis jeans rotos. Estoy sangrando. Tomo un pedazo de tela que hay a mi alcance y la amarro fuerte para detener la hemorragia.

         —La aldea era buena—me limpio las lágrimas pero no puedo dejar de llorar.

Unos pasos se vuelven a escuchar. Dejo de respirar y con ambos bastones me levanto para tener un poco de equilibrio. No veo otra señal de vida y extrañamente el humo ha desaparecido. Los pasos se oyen más cercanos; la vena yugular de mi cuello se puede escuchar en mis oídos. Camino con dificultad esperando encontrar a alguien más en la aldea. Una ventana se quiebra sin razón. Los pasos me persiguen. Al momento de detenerme, se dejan de escuchar. Me giro hacia atrás, pero no hay nadie. Vuelvo al frente y toda la sangre se me congela al ver un tipo alto, vestido totalmente de negro. Su presencia es misteriosa, la forma en la que está de pie es majestuosa sin romper contacto visual conmigo. Tiene unos ojos carmesí brillantes. Me caigo hacia atrás al tratar de alejarme. Él sigue observándome; me abrazo a los bastones de Julianne.

         — ¿Quién eres? —pregunto asustada.

Me tiende la mano, sonriendo.

         —Tranquila, todo ya pasó.

Una vez más observo su vestimenta; pareciera ser una especie de mayordomo, de otra época. Su cabello es delicado y un poco largo, negro y unos cuantos mechones elegantemente están cayendo sobre su rostro. Me parece un poco pálido.

         — ¿Quién-quién eres?—tartamudeo.

Me levanto por mi propia cuenta. De igual forma, sigo tratando de alejarme.

         —Soy el mayordomo Sebastian Michaelis y trabajo para la familia Phantomhive—hace una reverencia.

No sé si sorprenderme o seguir asustada.

         —No querrá quedarse aquí por siempre.

Doy un respingo por sus palabras. ¿Cómo supo que yo estaba aquí?

Kuroshitsuji: Vitam et MortemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora