Capitulo IX

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Las calles de Londres lucen oscuras y amenazantes. Los autos pasan sin detenerse ni siquiera para aparcarse o estar ante una luz roja por estas zonas inseguras. Según el Sepulturero, este tipo de calles son las más peligrosas y desconocidas de la ciudad, es por eso que no es muy bien transitada. Pensamientos extraños llegan a mi mente, ahora si estoy nerviosa pero con una enorme chispa de adrenalina recorriendo mis venas. Estoy protegida como en una especie de campo de fuerza rodeada por los tres. El Sepulturero adelante, guiándonos, seguidamente de mi, y atrás Ciel y Sebastian. El lugar se va haciendo más solo a excepción del ruido; a lo lejos se oye música algo fuerte. La calle se termina y logramos encontrarnos con una larga fila de personas (la mayoría hombres), que esperan entrar a un edificio lleno de luces intermitentes que varían entre rojas y moradas.

—Aquí es—anuncia el Sepulturero.

Poco a poco la fila avanza; los hombres parecen no estar conscientes a donde están ingresando. Un hombre sale rodeado de mujeres atrevidamente vestidas. Él borracho, ellas locas.

—No creo que dejen entrar a niños—asegura Sebastian con una sonrisa burlona.

Ciel pone mala cara.

—Eso no es problema, llevas un gran abrigo.

Cierto, el abrigo de Sebastian es enorme, pero, ¿qué planea este niño?

—Yo también llevo un gran abrigo, je, je, je—El Sepulturero alborota el cabello de Ciel como a un niño pequeño. Le retira la mano de un manotazo.

—Entraremos sin importar lo que miremos ahí dentro.

Trago saliva.

Es difícil movernos al mismo tiempo que los pies de Sebastian. Ambos dentro de su abrigo, ¡ja!, ¿gran idea, no? No creo que él parezca un hombre embarazado por llevarnos así. Estamos muy incómodos, demasiado cerca de su cuerpo y nos empieza a dar calor. Mi frente ya está sudando.

— ¿No crees que se den cuenta del exceso de pies que lleva un hombre, además de una enorme barriga parecida a la de Santa Claus?

La mano de Sebastian me palmea la cabeza.

—No lo creo, hay escasa luz y la que hay esta extrañamente combinada con más oscuridad. La luz esta horriblemente con colores extravagantes.

Logro ver un poco, pero no es lo suficiente para asegurar que ya estamos adentro. De pronto, nos detenemos.

—Contraseña—pregunta alguien.

Oh, no, tienen contraseña y ninguno de los dos la sabe. Siento como Ciel forma un puño con su mano.

—El punto es el centro de la cruz—responde Sebastian.

—Muy bien, pueden pasar.

Las luces cambian constantemente mareándome un poco. La música es rápida y es difícil de comprender,  dudo mucho que eso pueda llamarse música, más bien son gritos con instrumentos mal tocados. La risa del Sepulturero nos mantiene atentos, siento que en cualquier momento tropezare haciendo un desastre. Una mujer se detiene delante de Sebastian.

—Hola, ¿no quisieras quitarte tu abrigo, guapo?

Abro los ojos como platos. Aprieto el brazo de Ciel con tal de no gritar.

—En unos momentos más que lo quitaré.

Los tacones de la mujer se alejan. Suelto un suspiro de alivio.

—Será mejor que botes a ese abrigo con dos niños dentro, Sebastian—le recomienda el Sepulturero entre más risas.

—Joven Amo, los llevaré a un lugar seguro.

Kuroshitsuji: Vitam et MortemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora