Capitulo III

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La puerta dejó oír tres golpes, referentes a que Sebastian por fin había llegado. Faltaban menos de siete minutos para la seis de la mañana, Ciel Phantomhive estaba irritado por el retraso de su mayordomo.

           —Pasa—le indicó moderando su hilo de voz para que no se escuchase molesto.

Regresó su vista al libro que estaba leyendo: Macbeth, de William Shakeaspere. Lo único que logro percibir era la silueta de Sebastian junto a una más pequeña. Se encargó de encender una de las velas para que iluminase mejor la entrada.

          —Joven Amo—lo saludo Sebastian.

          — ¿Por qué tardaste tanto?—Ciel trató de parecer un poco estricto.

          —Perdone, Joven Amo.—Hizo su singular reverencia a modo de disculpa. Ciel reprimía la idea de burlarse.

          —Te di un límite de tiempo, pero al menos conseguiste lo que te pedí.

Ciel miró a la pequeña criatura junto a su mayordomo; una niña de su edad, de cabello castaño un poco alborotado y hecho un asco. Sus ojos..., sus ojos llamaron mucho su atención: uno era marrón y el otro de un verde profundo como el pasto en primavera y recién cortado, quiénes lo observaban con posible miedo. Su ropa estaba desgastada y sucia, además de tener una pierna lastimada.

          — ¿Qué sucedió?—Volvió a su lectura sin tomarle importancia a la niña.

          —Como se tenía previsto, Joven Amo.

Cerró el libro de golpe. Estaba nervioso por lo que había escuchado. No podía creer que el tiempo hubiera pasado tan rápido. Era evidente que la joven chica estaba confundida; no se pondría a explicarle que había pasado, ni tampoco el porqué del motivo, era demasiado peligroso darle la información necesaria ya que aun no podían confiar en ella. A simple vista, no se notaba ningún odio con todo lo ocurrido.

          — ¿Cómo te llamas?—le preguntó de manera intimidante y resultaba convincente.

De inmediato notó que se puso muy nerviosa. No le contestó con rapidez, acabando con la poca paciencia de Ciel.

          —Sólo dilo—estaba a punto de gritarle.

          —Mi nombre es Aileen.

Aileen. Ciel sopeso su nombre en su mente. Su forma de ser era muy interesante, pero era posible que con el paso del tiempo cambiara drásticamente.

          —Completo—le ordenó un poco más calmado.

Ella trata de alejarse caminando hacia atrás, pero chocó con Sebastian quién se interpuso al descubrir lo que planeaba hacer. Explicó que solo ese era su nombre, sin apellidos. Esto puso en verdadera tensión a Ciel.

          — ¿Acaso quieres engañarnos?—reclamó molesto. Si esta chiquilla no les servía de nada, prefería deshacerse rápido de ella.

          — ¡No!, es la verdad.

Tomó su bastón para moverlo de un lado a otro como un estimulo para relajarse. Le lanzó una mirada rápida, dejándola despistada.

          — ¿Y por qué rayos, solo tienes ese nombre?

Espero su explicación tras unos segundos de silencio. Cuenta que ella y su hermana fueron abandonadas por su padre ya que su madre falleció.

Aileen no mentía, jamás le había gustado mentir, mucho menos con personas que la habían retenido después de la extraña destrucción de su aldea. Estaba triste, presentía que Ciel no podía ser tan malo con ella o al menos eso aparentaba.

          —Te quedarás aquí por tu seguridad.

          —Pero tengo que buscar a mi hermana—replico llenándose de angustia en su voz.

"Pobre chica", pensó Ciel.

          —Solo haz lo que te digo. Sebastian, llévala a alguna de las habitaciones.

Él obedeció a las órdenes de su Amo inmediatamente, llevándola al interior de la casa. Aileen se detuvo en seco para volver a dirigirle la palabra.

          — ¿Cuál es tu nombre?

          —Ciel... Phantomhive.

Antes de que se retirara volvió a percibir sus ambos ojos, llenos de desconcertación. Quedó a solas en la sala, pensando en un sinfín de cosas a la vez. Ciel podía percibir poco los secretos que guardaba esa niña. ¿Acaso no tenia odio? Se negaba a creer que ella fuera limpia.

          —Joven Amo—reapareció Sebastian.

          — ¿Si?

          —Espero haber hecho un buen trabajo.

Soltó un bufido, en señal de burla.

          —Eso ya no importa. Necesito muchas explicaciones ahora.

Enfoco su vista en Sebastian. Su aire de mayordomo era imponente, que a cualquiera podía engañar.

          — ¿Explicaciones?—preguntó y esbozó una sonrisa falsa.

          —Sí. ¿Por qué salvaste a esa chiquilla?

Se quitó los guantes usando su boca, enseguida los arrojó a un sillón cercano, todo, para chasquearse un poco los dedos. El sello del contrato en su mano izquierda seguía llamando la atención de Ciel.

          —Fue la única que no tuvo contacto tan "directo" con los invasores.

Ciel se burló con ironía. Recordó la pierna lastimada de Aileen.

          — ¿Sólo eso?

          —No, además me hizo recordar a mi Joven Amo cuando lo encontré de esa manera. Ella estaba desolada, pero extrañamente, nada de odio en su ser.

Ciel empezaba a molestarse.

          — ¡Cállate! Ese pasado no vale nada y como lo dices es extraño que no tenga algún rencor.

Sebastian volvió a sonreír, victorioso.

          —Pero...—volvió a tomar sus guantes—, podría tener algún cambio interesante.

Se dirigió al exterior mientras Ciel lo observeba por la ventana. El mayordomo comenzó a recoger la pocas rosas rojas que habían crecido afuera de la cabaña.

"Sí esa chica llega a cambiar...", pensó, "será algo verdaderamente digno de admirar". En ese momento lo único que le importaba era investigar absolutamente sobre todo, la aldea, los invasores y el pasado de Aileen.


Kuroshitsuji: Vitam et MortemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora