8. Cuando duermes

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Bajaron los cinco a la UCI, como les había dicho el doctor. Se había creado una especie de silencio esperanzado, aunque Amaia no dejaba de sentir miedo: parecía que iba a sobrevivir, pero aún no sabían el precio.

Llegaron a la puerta y los padres de Alfred dieron sus nombres, para que los llamaran. A Amaia le latía el corazón con fuerza. Sentía muchos deseos de entrar también a verle, pero sabía cuál era su sitio, y era consciente de que no tenía ningún derecho de reclamar nada.

Cuando salió la enfermera a por ellos, Mario aprovechó para recordarles que acababa de salir de una operación de vida o muerte.

-No va a estar bien. Lo sabéis, ¿no? -les recordó, apretándole la mano a Txus con cariño.

Ambos asintieron.

-Soy su madre. Nada de lo que le ocurra va a poder con mi amor -le respondió, casi en un susurro.

El corazón de Amaia se estremeció, y las lágrimas volvieron a sus ojos. Siempre había admirado mucho a los padres de Alfred. Sabía que su persona se debía en gran medida a ellos dos, y eso le había llevado a quererlos de manera casi natural.

Txus se volvió hacia ella y le dedicó una mirada cariñosa justo antes de entrar.

Ha caído la noche, el mundo se fue a dormir, las calles sueñan en silencio. El viento silva tu nombre al pasar, antes de irse a descansar.

Aitana la volvió a abrazar cuando los perdieron de vista. Amaia no dejaba de mirar la puerta, mientras sentía cómo su amiga le acariciaba el pelo.

Había vuelto a perder la noción del tiempo. Su mente y todo su ser estaban con Alfred.

Te has quedado dormida casi sin querer, con una palabra en tus labios. Y yo daría todo lo que tengo por conocer todos tus sueños.

Al menos ahora sabía que tenía posibilidades de volver a verlo con vida. De otra forma, no se lo habría perdonado nunca.

Mario, sin embargo, parecía igual de nervioso que antes. Aitana le dedicó una mirada inquisitiva cuando dejó de abrazar a su amiga.

-Me preocupa cómo pueda afectarles. Yo me acuerdo de cuando entré con mi esposa para ver a mi suegro. Nadie me avisó del impacto, y eso que era mi suegro... -explicó, encogiéndose de hombros.

Cuando duermes les dices adiós a los que sólo quieren verte crecer, y aun sueñas con princesas, duendes y brujas de esas, que se esconden en tu habitación.

Amaia había sido muy afortunada: las desgracias nunca la habían tocado de cerca. Recordaba que había crecido muy protegida por su familia, aún más siendo la pequeña. Y eso le había forjado ese carácter dulce e inocente que mostró en la Academia y que tanto había conectado con la gente.

Las palabras de Mario la hicieron dudar por un momento de si estaría preparada para verlo. Pero su corazón ahora latía solo por y para Alfred. Y entonces comprendió a Txus.

Y mientras voy persiguiendo tu amor en cada rincón de tu corazón. Sale el sol, llama al amanecer y acaricia tu piel. Sabe que cuando duermes tu nombre se convierte en una canción.

Apenas habían pasado unos minutos cuando salieron los padres de Alfred con la enfermera. Amaia respiró hondo al ver que salían bastante enteros. Aunque aún le parecían muy cansados y mayores, quizás a causa del sufrimiento de las últimas horas.

-Es tu turno -le dijo Txus, tendiéndole la bata de visitantes con aplastante seguridad.

A Amaia le costó reaccionar.

Te presto mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora