26. Tema inédito II

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A las dos semanas del single, se había lanzado el CD. Amaia había conseguido sortear la presión de hacer un videoclip, alegando que Alfred era el protagonista, y no ella, y Alfred, que no se encontraba en condiciones de grabar nada, la había apoyado.

Después de aquello, había empezado una tranquila rutina, que los había llevado hasta Navidad casi sin darse cuenta.

Generalmente, Amaia tenía las mañanas para sí: se había apuntado al gimnasio, al que iba dos o tres veces por semana, y también continuaba yendo a las clases del conservatorio, de las que solo Txus tenía constancia, por un favor que Amaia había tenido que pedirle. A veces, la ayudaba en casa, y a menudo salía a pasear, a visitar a Aitana e, incluso, se había sentado varias veces a componer. La madre de Alfred siempre la animaba a usar el estudio, pero para Amaia eso era casi el recinto sagrado de Alfred, y sentía como si lo estuviera profanando.

También se había dejado ver en varias organizaciones benéficas. Alfred no se lo había pedido, pero sabía que le había hecho mucha ilusión. Y, en parte, ella lo hacía por él, porque sabía que él querría estar su lado, pero no podía acompañarla. Nunca le faltaban unas palabras hacia Alfred, haciendo constar a los presentes lo mucho que le habría gustado estar apoyando la causa con ella, y que lo hacía desde casa.

Por su parte, Alfred volvía a mediodía de la rehabilitación. Comía y, después, solía echarse un rato a la siesta. Por las tardes, a veces recibía visitas de amigos y familiares, pero en general las pasaba con Amaia frente al teclado, y ella tocaba para él, se comunicaban, soñaban juntos en su mundo. Era su secreto, solo de ellos dos. Pero Alfred tampoco sentía la necesidad de comunicarse con nadie más, porque nadie más habría sido capaz de entrar en su mundo como ella.

En algún momento, a Amaia se le había ocurrido ponerle delante un ordenador, pensando que, quizás, escribir palabras allí le sería más fácil, pero él se había exasperado pronto: esas teclas eran demasiado pequeñas. Y, a fin de cuentas, ambos tenían ya demasiado interiorizado su nuevo alfabeto. Las palabras ya les salían sin pensar, y a veces se grababan las conversaciones y se reían sobre la originalidad de las melodías que formaban sus palabras.

Alfred también había tenido sus días malos, pero al menos no le había dado ningún ataque fuerte, como aquella primera vez. Ahora, la mayoría de las veces se limitaba a pasar el día decaído. Solo tenía ganas de estar tumbado en la cama, y generalmente Amaia le acompañaba, con la música, o hasta con su mera presencia. A veces hasta lloraba por él, y con él, y le pedía paciencia, y le susurraba palabras de amor, prometiéndole que la pesadilla pasaría. Y, al cabo de uno o dos días, volvía a ser el Alfred de siempre, el que luchaba por salir adelante.

Y ahora la Navidad ya estaba a la vuelta de la esquina. Por primera vez en varios años, Amaia volvía a sentirse ilusionada en estas fechas: las Navidades que había pasado con Alfred siempre habían sido las mejores de su vida. Además, este año venían con el regalo del disco de platino que Desde el otro lado acababa de conseguir. El CD había batido todos los records de ventas y descargas en años, y Mario ya había empezado a comerse la cabeza sobre el futuro: ¿qué podrían hacer, si Alfred no estaba en condiciones para ningún tipo de promoción, entrevistas ni giras?

-No va a hacer falta –le había explicado Amaia. Alfred y ella ya habían discutido sobre el tema, y lo tenían muy claro-. Lo importante es que Alfred ha vuelto a comunicarse con ellos a través de la música. Y a los fans de verdad les bastará con eso, y con tener noticias suyas a través de las redes sociales...

Twitter e Instagram. En cuanto se había ubicado en su nueva vida, Alfred se había preocupado por eso. Y desde entonces las había seguía trabajando con mimo, ahora a través de su madre y de Amaia. De hecho, después de enterarse de que Alejandro ya no gestionaba las redes de Amaia, Alfred había conseguido lo que nadie hasta ahora: un pacto con Amaia sobre el uso de sus redes sociales. Por cada tres fotos o tweets que él publicara, ella tendría que colgar uno. Amaia se había comprometido, pero pronto había encontrado la forma de escabullirse, limitándose a retwitear lo que él subía.

Te presto mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora