17. Amar Pelos Dois

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Amaia se dirigió al hospital con energía. Por el camino, decidió que tenía que aprender a usar el metro, o se iba a dejar todo su dinero, que no era precisamente exorbitante, en taxis. Nunca había tenido tiempo para aprender a conducir, y ahora después del accidente de Alfred la posibilidad ni siquiera entraba en sus planes, con lo desastre que era ella...

Al cruzar la puerta del hospital, Amaia cayó en la cuenta de que justo hacía dos semanas que había entrado allí por primera vez. Aquel día ni siquiera sabía lo que iba a encontrarse, por lo que entró encogida, deshecha.

Pero aquella mañana no fue igual: Alejandro la había ayudado a darse cuenta de lo que quería, y una rabieta no la iba a mantener alejada. Sin embargo, Amaia también era consciente de que tenía que pensar bien cómo lo iba a hacer. Conocía a Alfred, y sabía que no iba a ser fácil de convencer.

Se detuvo un momento frente a recepción, tratando de ordenar sus pensamientos antes de volver a pisar la habitación de Alfred. No podía entrar en ella como si nada, porque nada era igual. Las cosas, y su percepción sobre ellas, habían cambiado demasiado en apenas unas horas.

De la floristería que había a la entrada del hospital le llegó entonces la música de ambiente, en la que se tocaban violines. Esa melodía la transportó directamente a otro lugar, que una vez más tenía a la voz de Alfred como protagonista, como momento esencial en su vida... Y entonces sintió el impulso de revisar Instagram. No supo muy bien de dónde le vino la inspiración, pero recordó que Alejandro le había pedido permiso para subir un último post en su nombre, antes de renunciar.

Efectivamente, allí estaba. Recién subido. Y una vez más, él, que tanto la conocía y la quería, le había dado la herramienta que necesitaba. Amaia apretó el móvil contra su pecho, tratando de controlar la emoción.

-Gracias, gracias... -no dejaba de murmurar, como si el propio Alejandro pudiera oírla.

Ahora ya no tenía dudas de lo que tenía que hacer.

Por si acaso, cuando llegó se asomó cautelosa a la habitación. No se sorprendió de encontrar a Txus y a Alfredo allí, como siempre, sentados en los sillones. No había más visitas, que debían de haberse marchado ya. Por suerte, Alfred estaba durmiendo, así que pudo entrar sin problemas.

-Buenos días –los saludó, con un susurro, tanto para no asustarlos como para no despertar a Alfred.

Ambos levantaron la mirada al oírla, sorprendidos.

-Pero Amaia, no te esperábamos –le dijo Txus, levantándose para ir a recibirla con un abrazo.

-Ya, bueno. Alejandro ha tenido que irse hoy. Han cambiado un poco los planes.

-¿Todo bien? –le preguntó Txus, después de que ella abrazara a Alfredo.

Amaia asintió y les dirigió una tranquilizadora sonrisa.

-¿Y por aquí qué? ¿Alguna novedad?

Los padres de Alfred pasaron a contarle los pormenores del día y medio que ella se había ausentado, que no eran muchos. Al parecer, ahora Alfred pasaba bastante tiempo estático, como con miedo a moverse, aunque eso no quitaba los movimientos espasmódicos que seguía realizando. Los médicos interpretaban eso como una buena señal, dentro de lo que cabía. Cada vez parecía más claro que sí era consciente e intentaba controlar un poco su cuerpo.

-Pero debe de dejarlo exhausto –añadió Alfredo-. Anoche no durmió bien. Por eso aún no se ha despertado.

-¿Entonces no está sedado? –preguntó Amaia.

-Gracias a Dios, no. Aunque no sabemos si siente dolor o no –aclaró Txus-. Los médicos nos han avisado hoy de que pronto empezará la rehabilitación...

Te presto mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora