5. Miedo

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Alejandro actuaba en la misma obra de teatro que Ana Guerra, y Amaia lo conoció el día del estreno, cuando fue a ver a su amiga y luego se fueron a tomar unas copas.

Para empezar, diré que es final. No es un final feliz, tan solo es un final. Pero parece ser que ya no hay vuelta atrás.

Le había parecido simpático, pero sobre todo le llamó la atención porque era uno de sus mayores admiradores: tenía todos sus discos y revistas, muchos de ellos firmados, pero Amaia no lo recordaba entre la multitud de fans que había conocido, sobre todo en sus inicios. Por eso Amaia aceptó cuando él se había ofrecido a ayudarla en la gestión de sus redes sociales, algo que ella seguía sin manejar, porque hay cosas que no cambian por muchos años que pasen... El argumento definitivo que la convenció fue el hecho de que nadie mejor que un ferviente admirador sabría lo que sus fans querrían saber de ella, y Amaia acabó aceptando, más por curiosidad que por necesidad.

Empezaron a verse con más frecuencia y a pasar más tiempo juntos, casi sin darse cuenta. Ambos compartían un carácter dócil y alegre, y lo pasaban bien, por lo que los medios no tardaron en hacerse eco de la noticia, con titulares como "Alfred es cosa del pasado: Amaia apuesta fuerte en su nueva etapa", o "¿Quién es el buenorro que ocupa ahora el corazón de Amaia?". Y lo cierto es que ella apreciaba mucho a Alejandro, pero no podía corresponderlo de la manera en la que él la quería, porque Amaia para él era como Bisbal para Elena Tablada: un sueño que se estaba convirtiendo en realidad, por lo que trataba de aprovecharlo al máximo. Y a ella la alejaba de su soledad y llenaba el hueco que Alfred había dejado tan vacío, a pesar de que a menudo no podía evitar pensar cómo el catalán habría hecho o dicho algo, en lugar de Alejandro.

Solo te di diamantes de carbón. Rompí tu mundo en dos, rompí tu corazón. Y ahora tu mundo está burlándose de mí...

De vez en cuando se le venía a los labios Cuántos cuentos cuento, una canción de La Oreja de Van Gogh que Amaia no podía dejar de identificar un poco con su relación. Alejandro era demasiado bueno con ella, o quizás trataba de aprovecharse para ganar fama. Ella aún no lo sabía, pero su familia estaba contenta con el muchacho y todos la animaban a continuar con él, incluso Lorenzo. Y estaba claro que él se preocupaba genuinamente por ella y sabía cuál era su lugar. Quizás por eso nunca se había interpuesto cuando al principio Amaia seguía pasando tiempo con Alfred en sus viajes a España, a pesar de que su mirada desprendiera destellos de amargura.

Por su parte, Alfred nunca le hizo ningún comentario al respecto. La primera vez que Amaia lo vio la comían los remordimientos.

Miedo, de volver a los infiernos. Miedo a que me tengas miedo. A tenerte que olvidar.

Con los años había acabado aceptando que, aunque lo deseara, no podría estar en una relación abierta, aunque eso no dejaba de disgustarla. Él se había limitado a preguntarle si era feliz, y Amaia no había podido evitar derretirse como si aún fuera la niña que se enamoró de él en la Academia.

Miedo, de quererte sin quererlo, de encontrarte de repente, de no verte nunca más...

Pero todo cambió cuando Alfred había conocido a Alejandro el año anterior. Amaia deseaba que ojalá nunca se le hubiera ocurrido semejante idea. Aún no sabía lo que había pasado por la mente de Alfred, y eso era algo que la descolocaba, porque lo conocía demasiado bien. El caso era que, después de aquello, Alfred cortó todo contacto con Amaia, y lo redujo a una mera formalidad, hasta el punto de que cuando venía a España ni siquiera la avisaba.

Oigo tu voz, siempre antes de dormir. Me acuesto junto a ti, y aunque no estás aquí, en esta oscuridad la claridad eres tú...

Ella se sentía dolida, e incluso un poco resentida con su actitud, que no llegaba a comprender. Amaia dudaba de que se tratara de una chica. Sabía de sobra que Alfred no había tenido ninguna relación seria en Los Ángeles, a pesar de los eternos rumores que surgían en torno a él. Se imaginaba enfrentándolo en la primera oportunidad que tuviera, para exigirle todos los porqués: por qué había decidido salir de su vida, por qué ya no la quería, por qué había tomado una decisión que tanto la afectaba...

Miedo, de volver a los infiernos. Miedo a que me tengas miedo, a tenerte que olvidar

Y sin embargo... ¿Qué le esperaba ahora, la próxima vez que lo viera?

Miedo, de quererte sin quererlo, de encontrarte de repente, de no verte nunca más...

Justo en ese momento saltó otra canción en el reproductor: su versión de Miedo, la que cantó en la final de OT que la coronó como ganadora. Siempre la escuchaba con nostalgia, pero, esta vez..., no pudo evitar sentirla con cada fibra de su ser.

Para empezar, diré que es el final.

Te presto mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora