capitulo 26

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Sentía mi corazón bombear desquiciado dentro de mi, mi respiración se entrecortaba agitada...
Es que me estaba quemando por dentro, las uñas de Samantha se arrastraban por la piel desnuda de mi torso y su boca...
DIOS!! Su dulce e inocente boca me estaba llevando al mismo infierno. Mi pequeña transgresora quería aprender y yo era su perfecto conejillo de indias. Era una dulce tortura sentir su lengua inexperta en mi erección, lenta, dudosa...
Podía sentir su inseguridad, su juego torpe...
Podía excitarme sentir su duda e inseguridad de estar haciéndolo bien?
JODER que si podía. Porque no se trataba de lo que estaba haciendo en realidad, sino de saber que ella quería aprender, experimentar y malditamente me encantaba saber que yo le generaba la suficiente confianza como para atreverse a soltarse y explorar.
Me tenía tumbado en medio de la cama, su pelo suelto y suave caía sobre mi erizando aún más mi sobre calentado cuerpo. Mis manos guiaban inertes sus delicados y temerosos movimientos brindándole esa seguridad, pero que me crucificaran si podía seguir soportando más tiempo toda esta dulce tortura.
No! No podía contener más todo lo que me generaba. Era más que suficiente para mi. Gruñi sobre excitado al sentir su lengua afianzarse, de un rápido movimiento la aparte de su juego y giré tan rápido nuestros cuerpos, creando una perfecta jaula con mis brazos, para evitar su escape, que mi pequeña transgresora abrió los ojillos negros suyos con sorpresa. Me di el permiso de observar cada facción de su precioso rostro, sus ojos negros brillantes como el firmamento nocturno, sus dulces y suaves labios enrojecidos e hinchados. Mis dedos acariciaron con dulce lentitud esos endiablados labios, pero mis ojos no se apartaron de los suyos al hablar...

- No sabes lo que has causado pequeña...

Dije con voz ronca antes de besarla, un beso cargado de deseo, mis manos se pasearon despacio por su cuerpo, su piel caliente y suave erizada ante mi tacto, cada milímetro de piel que tocaba provocaba más deseo en mi y más ansiedad en mi pequeña, quite con lentitud aquel perverso conjunto de rojo encaje, saboree cada trozo de piel que tenía a mi alcance. Me sentía embriagado por su aroma, por su sabor y ese perfecto calor que emanaba de su cuerpo...
Mi lengua probaba todo lo que alcanzaba, su vientre se contrajo ansioso cuando mi lengua jugueteo en su ombligo y no pude contener la sonrisa maliciosa en mi rostro, ancle mis ojos en su rostro y vi algo que me encantó, esa suplica y ese deseo escondidos en el negro de su mirada, me decían que la excitación la tenía echa su presa, pero yo quería malditamente más. Quería sus gritos de placer, sus gemidos escapando de esa perfecta boca....
Lo quería absolutamente todo.
Por eso mi boca se puso a jugar con su piel, mi lengua arrancaba aquellas lindas cosquillas de su ombligo, para luego bajar a sus caderas y que mis dientes rasparan aquel sitio con el cuidado de no dañarla, pero si excitarla más. Cuando se retorció ansiosa, en un intento de alejar su piel de mi provocación, mis manos atraparon sus caderas afirmando la sujeción perfecta para que mi pequeña no pudiera escapar de mi...

- Sam...

Un gemido estrangulado siguió a mi nombre en su voz, sus manos aferraron las sábanas de lino retorciéndose aún más cuando sintió mi lengua seguir camino a su intimidad, aprese en mis dientes el fino encaje y tire de el para apartarlo pero no quitarlo.
La respiración de mi pequeña transgresora se entrecorto y no pude contener más mis ganas.
Lo bueno de la ropa sexy, es que es diseñada para poder quitarla con facilidad y este conjunto en particular contaba con esas comodidades. Manipular un par de broches en las caderas de mi pequeña con los dientes resultó cómico y excitante a partes iguales. Solo cinco segundos fueron los que me había demorado en apartar la prenda del cuerpo de Samantha.
No le di tiempo a reacción, mi lengua fue en busca del premio mayor, su cuerpo se estremeció cuando sintió el calor de mi boca en su intimidad, probando su sabor, elevando la temperatura de su piel. Tan sabrosa como la recordaba, su cuerpo retorciéndose con cada lamida de mi lengua en su intimidad era lo que me mantenía a mi mismo en una intensa excitación, sentirla temblar, ansiosa, escuchar esos perfectos y dulces gemidos que escapaban de su dulce boca...
La lleve al acantilado de placer, eleve la temperatura de su piel, la torture seduciendo su cuerpo entero, adueñandome de cada centímetro de su piel, de su cuerpo y cuando su grito llego, cuando me llene de todo su ...
Continúe llenándome de su sabor, disfrutando como un maldito adicto de seguirla probando, degustando todo de ella como si fuese mi mejor alimento. Era exquisito sentir como se retorcía y volvía a hacerle sentir más cerca de volver a explotar...
Gemia incontrolable, se retorcía, su cuerpo reaccionaba a mi, a mi boca, mi lengua.

- Me... Enloqueces...

Gimió, si sabía que lo hacía. Que la enloquecía, que estaba torturando su cuerpo inexperto. Y Maldición que me encantaba escribir el libro en blanco de su piel.
Repte por su cuerpo hasta tener su bonito rostro perlado de ese fino sudor que yo cause frente al mio. Sus ojos irradiaron fuego al anclarse en los míos y perdí todo el tiempo en ellos, profundos, intensos, llenos de lujuria...
Amaba esos ojos negros.
Mis manos acariciando su cuerpo mientras me acomodaba sobre ella, bese sus labios hinchados al tiempo que mi mano guiaba una de sus piernas a anclarse a mis caderas, me fundí en su interior, sintiendo como me apresaba a ella, esa exquisita tensión de su cuerpo que me hacía apretar los dientes para contenerme y disfrute de su suspiro de alivio al sentir mi cuerpo y el suyo unidos. Comencé​ a moverme con calma, lento...
Disfrutando de sus gemidos con cada embestida que me enterraba en su apretado interior. Era tan ínfima las sensaciones que despertaba en mi, el calor de su intimidad me tenía al limite, me encendía y ya no lograba contenerme de soltar todo. El ritmo fue aumentando de forma rápida, fuerte. Arrancando más gemidos de mi pequeña transgresora.

- Dios... Sam...

Gimió enterrando sus uñas en mi piel, arrastrándolas con una cadencia que más me excitó si era posible. Giré nuestros cuerpos aún enterrado en ella, dejándola a horcajadas sobre mi, mis manos se afirmaron a sus caderas para marcar el ritmo de sus movimientos, rápidos, firmes. Logrando con esta fuerza una mayor penetración y aumentando aún más las sensaciones de ambos. Sus manos se sostenían en mis hombros para no perder el equilibrio.
En esta posición podía disfrutar de tocar todo su cuerpo, lami sus senos, disfrute de su expresión de placer cuando mis dientes marcaron sin dañar sus pezones endurecidos. Pude sentir la tensión en su cuerpo, su interior apretando mi sexo y ese gemido placentero al estar alcanzando el nuevo orgasmo, enterré mis dedos en la carne de sus muslos desnudos y empuje con fuerza hacia arriba mientras ella bajaba, una, dos, tres, cuatro embestidas fuertes y rudas que lograron llevarla al clímax y hacer que gritara de placer, su intimidad se apretó tanto a mi carne que no logré contenerme, sentí como me arrastraba, como se tensaba mi sexo, como palpitaba dentro de ella y liberaba lo que de mi había logrado.
Sentí su cuerpo desmadejarse sobre el mío, su respiración agitada, el calor que emanaba de su piel caliente y húmeda.
Mis brazos la envolvieron protectora mente mientras intentaba normalizar mi también agitada respiración...
DIOS!! Esta mujer me ponía peor que un animal en celo. Nunca nadie me había dado tanto.
Estábamos los dos tumbados en la cama, había liberado su cuerpo de mi intrusión pero la mantenía bien pegada a mi piel, había colocado la sábana de seda  blanca sobre nuestros cuerpos desnudos. Mi mano paseaba inerte por su espalda desnuda, mi mente estaba repleta de pensamientos, mi cuerpo lleno de sensaciones. El aroma de su piel me tenía consumido....
Su pelo largo y suelto tendido sobre las almohadas, miré de reojo su rostro, los rastros de lo compartido aún se reflejaban en sus delicadas facciones. Los labios rojos e hinchados, sus ojos cerrados, sus mejillas algo sonrosadas aún, su respiración pausada reflejando la relajación y el goce que solo el sexo podía brindar y ese inconfundible aroma a mujer y sexo. Un aroma que solo se distingue luego de haber recibido una buena dosis de placer. Podía sentir mi aroma mezclado en ella, en su piel y me encantó la idea de que yo impregnara mi aroma en ella.

Tu y yo... todo o nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora