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Jeongyeon balbuceaba algo en sueños, tenía la boca me­dio abierta y —supongo que— es importante saber que es­taba dormida sobre el teclado de su ordenador portátil. Había pasado gran parte de la noche estudiando y resolviendo dudas de su amiga Nayeon vía Skype —y es que, aun yendo a clases distintas como iban, al asistir al mismo grado, los exámenes se realizaban el mismo día a la misma hora para evitar que se filtrasen las preguntas de estos—. Entreabrió los ojos, acostumbrándose a la poca luz que se escabullía por las cortinas de su ventana. Enfocó la vista en la pequeña pantalla de su despertador digital. Suspiró de forma pesada y volvió a cerrar sus ojitos, agotada.

Segundos después, el aparato comenzó a sonar sin piedad ante nuestra querida protagonista, y esta terminó por levantarse, con marcas de los botones de su teclado plasmadas por su mejilla izquierda. Dejó escapar un gruñido y colocó su mirada en los apuntes desperdigados por la mesa.

—¡Dios mío!

Los arrejuntó rápidamente mientras se levantaba de su asiento, con una más que notable expresión de ansiedad. ¡Había resuelto las dudas de Nayeon, pero no las propias!

Se llevó las manos a la cabeza y ahogó un grito, ¡no podía dejar que Jimin le ganase!

***

Jimin echó un vistazo a su reloj de pulsera por sexta vez. Se encontraba con la espalda apoyada contra un alto muro de ce­mento. Llevaba más de quince minutos esperando por su amigo, Jungkook, y este no aparecía. Habría ido a la casa del menor, pero tenía prohibido aparecerse por allí después de lo ocurrido, así que esperaba unas calles más atrás.

La espera se hizo más larga de lo normal y Jimin estaba a punto de tirar la toalla, pero que Jungkook le acompañase a clase era algo que debía ocurrir, pasara lo que pasase.

Y tal como lo dicho, el azabache hizo su aparición poco des­pués, con una sonrisa por boca, como era costumbre.

—¡Hyung! —lo saludó— Perdón por tardar tanto.

—No te preocupes, está bien —aseguró este otro—. No vamos a llegar tarde.

El menor asintió y, más atrás, una mujer miró a Jimin como si estuviera loco. El chico iba a preguntar en voz alta qué problema tenía, pero su amigo lo detuvo.

—Déjalo estar —dijo.

Jimin obedeció —no sin antes regalarle una mueca a aquella señora— y ambos comenzaron el camino a su instituto. Este era algo largo, tomaba algo más de media hora, pero, las malas e inentendibles bromas del mayor y las divertidas anécdotas del pequeño, hicieron del tiempo uno ameno e incluso placentero.

—Hyung —llamó, tocando el hombro de este—, mira allí —Ji­min, sin saber a lo que se refería, sonrió al ver a Jeongyeon. O, al menos, creía que era ella. Estaba enfrascada en su libro de matemáticas y ni siquiera se le veía el rostro. Tampoco parecía percatarse de lo que había a su alrededor y la gente debía apartarse para no chocar contra ella—. Y mira al otro lado —Jungkook señaló otro punto en la calle, donde un gran poste de cemento se hallaba—. Vamos a reírnos mucho.

—¿Qué? No. Hay que avisarle.

—No, no —negó con la cabeza repetidas veces—. Hyung, no lo hagas.

Pero nada ni nadie pudo detener a Jimin. Se acercó lo máximo que podía a Jeongyeon, teniendo todavía una carretera entre ambos.

—¡Jeongyeon! —gritó, esperando ser escuchado. Ella giró su cabeza sin detener su paso, frunció el ceño y lo señaló con la barbilla, preguntándose qué quería decirle— ¡Ten cuidado con...!

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